De hallar algún mérito en este relato
incluyánlo en el debe del Gran Juan Ojeda
cuyo comentario en "Conversaciones sobre vampiros"
sirvió como disparador e inspiración
dicho comentario contenía de manera brillante
todo lo que hay en este cuento, digamos que yo
tan sólo extraje el delicioso jugo de
tan sabrosa frutilla.
¡Quiero tanto a los vampiros!
Me fascina su delicada languidez, su elegancia, son tan atractivos y extraños...Mamá se escandaliza cuándo me oye, dice que esas cosas no son propias de una chica de mi edad, que debería interesarme por lo mismo que las demás niñas, los vestidos, los bailes, los chicos "normales". Papá se encoge de hombros y alega que son extravagancias de adolescente, ganas de llamar la atención y que ya se me pasará la tontería un día de estos.
Pero ellos no me comprenden, no saben hasta que punto quiero a los vampiros, como sufro cuándo papá y los demás hombres del pueblo salen de caza, cuándo escucho los gritos lejanos en el monte o veo arder las hogueras.
Carlos tampoco me comprende, se burla de mí y me llama la novia de los monstruos delante de su estúpida pandilla. Carlos es un idiota y siempre me está fastidiando, mamá dice que es porque le gusto pero a mi me da asco y vergüenza.
Es injusto que con las pocas personas que quedaron en el pueblo después de la gran bomba me las tenga que ver con tipos como Carlos.
El otro día fue horrible, yo andaba paseando cerca del río y vi a Carlos y su pandilla que estaban riendo y alborotando más de lo normal. Al verme Carlos y otros dos chicos se acercaron corriendo a mi y me obligaron a seguirlos a dónde estaba el resto de la pandilla rodeando algo. Carlos me dijo que ahora iba a comprobar como eran en realidad esos bichos. Habían rodeado a un pobre vampiro joven que había caído en un cepo y no paraban de pincharlo con ramas y de tirarle piedras. El pobre emitía unos horribles gemidos de rabia, dolor e impotencia, yo grité para que lo dejaran en paz pero no me hicieron caso. Entonces Carlos ordenó a dos de sus amigos para que me sujetaran y me obligaran a mirar. ——Observa, acaba de comer, son como sanguijuelas.—Dijo Carlos y de pronto clavó una estaca en el corazón del pobre Vampiro y este estalló en una explosión de sangre que nos salpicó a todos. Carlos y su pandilla se echaron a reír y yo salí corriendo llorando e insultándolos.
¡Quiero tanto a los vampiros!
Me gusta acercarme hasta el zoo nocturno, colarme por un hueco de la valla evitando al zoquete del guarda y llegar hasta el inmenso recinto en el que los encierran. Dicen que allí están mejor y que el recinto imita su hábitat natural, con cuevas, sarcófagos, tétricos árboles poblados por murciélagos, ruinas, candelabros, telarañas, estatuas medio derruidas y hasta una especie de salón gótico en el que de vez en cuando bailan de forma decadente con un gramófono que emite canciones añejas y olvidadas.
Pero yo me siento a observarlos y sé que están tristes, se nota en sus pálidas caras, en sus suspiros privados de libertad. Está prohibido darles de comer, los alimentan tres veces al día cuando abren la puerta del recinto y dejan entrar a unos cuántos presos que son inmediatamente devorados. Pero yo de vez en cuándo les echo alguna golosina hasta el foso. Hoy les traigo algo muy especial, Había quedado aquí con Carlos prometiéndole que le dejaría besarme, sabía que no se podría negar a venir. Veo su cara de incredulidad cuándo cae al foso tras empujarlo, veo su terror al observar como brillan en la oscuridad decenas de ojos amarillos sedientos de sangre. Quizá un día me decida y les ayude a escapar para que acaben de una vez por todas con lo poco que queda de este asqueroso mundo. Y es que...
¡Quiero tanto a los vampiros!
