La Escuela Militar Camilo Cienfuegos (EMCC), de Cienfuegos, amaneció el último día del mes de abril, con un brillo diferente. Sus paredes, acostumbradas al eco de las órdenes de mando, se rindieron ante el susurro del tul y el crujir de corbatas impecables. Un día en el que dieron paso a los violines. Una jornada en la que ellas se convirtieron en princesas y ellos en galanes de película, escribiendo una página efímera donde lo marcial y lo mágico se dieron la mano.
El área de baloncesto, escenario también de marchas y formaciones, se vistió de fantasía. Globos dorados, blancos y malvas flotaban como pompas de jabón solidificadas, en los arcos de canastas y en el centro, una gran cesta de príncipes negros presidía la escena. Las jóvenes, unas con vestidos blancos de faldas voluminosas, y detalles en malva, otras lo lucían cortos, combinando los mismos colores, parecían sacadas de un cuento de hadas. Los varones, de trajes oscuros y corbatas que armonizaban, con el color de sus sacos y el adorno de los vestidos, caminaban con la elegancia de una fecha especial e inolvidable.




Al sonar las primeras notas del vals, las parejas avanzaron con precisión militar y gracia teatral. Giros perfectos y manos entrelazadas sin vacilar, desfilaban ante los ojos resplandecientes de los presentes que no querían perder ni un detalle del momento.


Los padres, sentados en sillas muy engalanadas con lazos, contenían el aliento. «Qué hermosos», susurró una madre, mientras se desplazaban ocupando su lugar para el baile. Los profesores y oficiales, asentían con orgullo: sabían que esta coreografía era tan rigurosa como cualquier ejercicio militar.


Tras el vals, la fiesta tomó las calles, convirtiéndolas en un escenario de luz, orgullo y tradición. Un patrullero de la Policía Nacional Revolucionaria, con luces titilantes, abrió el camino como un heraldo de fiesta escoltando a las princesas y galanes que, por unas horas, reinarían sobre el asfalto.

Las muchachas, convertidas en figuras de porcelana viviente, viajaban en un trencito adornado con globos blancos, dorados y malvas que danzaban al compás del viento costero. Sus vestidos, blancos como la espuma del mar, ondeaban con cada curva, dejando un rastro de brillo que hipnotizaba a los transeúntes. Detrás, los chicos seguían en guaguas decoradas con globos de los mismos colores, sus corbatas negras y malvas ondeando como banderas de complicidad. Mientras, padres, profesores y oficiales avanzaban con una alegría indescriptible en autos y motorinas, tocando el claxon en perfecta sinfonía.

El pueblo cienfueguero en las calles saludaba y mostraba alegría al paso de la caravana. «¡Esto sí es un espectáculo!», gritó un anciano desde la acera, mientras el trencito se dirigía hacia el Parque José Martí donde hizo su primera parada.



Allí, frente al monumento del Apóstol y bajo su mirada serena, las parejas volvieron a bailar el vals, esta vez con el sol como reflector y las palmas como aplausos. Las quinceañeras y quinceañeros posaron para una foto que quedaría grabada no solo en cámaras, sino en la memoria colectiva de la ciudad: la historia y la juventud, unidas en un solo cuadro.



La siguiente escala fue el Gobierno Provincial. En su majestuosa escalinata de mármol, posaron como estrellas de un acto protocolar.



El recorrido continuó hacia el Muelle Real de la Bahía, donde la brisa marina se mezcló con el olor a sal y sus trajes se reflejaban en el agua como sombras elegantes.



Un grupo de camilitos con camisas blancas impecables, corbatas ajustadas y pantalones que los identifica ejecutaron un paso de revista al unísono. Las voces de mando de la Coronel resonaron sobre las aguas de la bahía, mientras sus movimientos dibujaban geometrías perfectas.
Los pobladores, de la “Perla del Sur” de fachadas neoclásicas y alma caribeña, salían a los balcones y se concentraban en las aceras. Abuelas con rulos, niños en bicicletas… todos aplaudían, grababan con sus teléfonos o simplemente sonreían ante una juventud que desafiaba la rutina con su esplendor. “¡Qué belleza! Esto es único”, gritaba una señora desde el Malecón, donde el mar se unía al festejo con olas plateadas.
La caravana se dirigía rumbo al Palacio de Valle, ese capricho arquitectónico de torres moriscas que parecía saludar a los jóvenes con sus arcos. Al pasar, algunos camilitos más osados lanzaron saludos a los que observaban desde la orilla, mientras las chicas reían y sus vestidos flameaban como velas en un barco de sueños.

Al regreso a la escuela el pasillo principal, transformado en salón y adornado magistralmente, albergaba una mesa embellecida en total consonancia con su entorno cargada de dulces y en el centro, un cake hermoso en el que sobresalía el número 15.



Y llegó el brindis, otro de los momentos más emblemáticos de los 15 años. Los jóvenes alzaron sus copas y el sonido se mezcló con vítores de felicidad con el incentivo de que nunca abandonen sus sueños. Sin dudas, una jornada que deja su estampa en el corazón de todos los presentes.

