OBRAS
QUINCHA · 24/07/2014
Rafael Iglesia debía construir una quincha (lugar para comer asado) y una piscina en el jardín de una casa situada en una zona residencial de Rosario.
El lugar se configura con unos pocos elementos básicos que lo delimitan y otorgan las características necesarias para ser habitado. Todos ellos cumplen una doble función, son a la vez estructura y cerramiento.
Sobre una estructura vertical de madera apoya una losa de hormigón armado que, además de protección y cobijo, imprime compresión y estabilidad a los pilares. Por debajo de todo, una zapata perimetral solidariza el conjunto y hace de conexión con el terreno. Un entramado de madera como pavimento, colocado directamente sobre el terreno, delimita una superficie rectangular. Cerrando casi todo el perímetro de dicho rectángulo encontramos una hilera de pilares de madera de quebracho --colorado que funciona también como cerramiento. Este se interrumpe en uno de los lados, permitiendo así la entrada al lugar. En este punto, remarcando el acceso, se sitúa un tronco de madera, en estado natural, que hace las funciones de pilar con un cierto aire arcaico. En el interior encontramos los únicos elementos imprescindibles, una mesa y un horno de barro. La mesa, formada por tres tablones de madera, es el corazón del lugar. No tiene patas sino que se mantiene empotrada en una subestructura, también de madera, que funciona como una palanca, que sostiene los 400 kg de la mesa, y permanece anclada, a su vez, a la losa y al terreno.
Madera, piedra y fuego conviven en la quincha donde la piscina aporta el cuarto elemento.
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Quincha, mesa, tronco y piscina. Por Rafael Iglesia
“Cuando Zeus entrega la lira a Alfión, entre sus dedos nace la música.
Al son de la música las piedras se mueven, danzan.
Nace la arquitectura”.
Paul Valéry
Sobre esta voz -quincha-, el diccionario establece, entre otras acepciones: “Chile. Pared hecha de cañas, varillas u otro material semejante, que suele recubrirse de barro y se emplea en cercas, chozas, corrales, etc.”. En Argentina, quincho es un lugar para comer un asado. Y, en este caso, esto es lo que es. Es esto, sin necesidad de recurrir al telúrico sombrero de paja: el rancho. Una pared hecha con durmientes de quebracho --colorado y una losa de hormigón que les imprime compresión. Un piso hecho con varillas. En su interior una mesa. No existe aquí la tradicional parrilla: hay estacas y un horno de barro, firmado por su autor, Don Palacios, albañil y domador entre otras cosas. Dejo pendiente aquí la descripción, por evidente. Prefiero hablar de otros aspectos de este trabajo.
Hace tiempo que deseaba trabajar con los durmientes y las varillas de los alambrados de quebracho --colorado, pero no lograba encontrar una alternativa que no haga de su uso una mera cuestión formal. Hizo falta que este año me diera la oportunidad de estar en contacto con los arquitectos sudamericanos Méndez da Rocha y Aravena, para poder concretarlo y un cliente con coraje. Aravena estuvo en Rosario, hablamos poco pero importante: de las estructuras que actúan por roce y/o peso; de lo arcaico, de la originalidad, no como novedad, sino como origen. Con Méndez da Rocha compartimos una cena y una charla. Dijo algo fantástico que, por otra parte, lo define. A la pregunta por la elección de una obra arquitectónica por sobre todas, contestó que privilegiaba a las pirámides egipcias, porque son la máquina de su propia construcción: el plano inclinado. Cuando escuché eso, me dije: “menos mal que vine”. Inmediatamente uno piensa en Le Corbusier y en su máquina de habitar y en la visión de la vida como una fábrica: un espacio cerrado con una entrada y una salida, donde de lo que se trata es de ordenar en el espacio, repartir en el tiempo, componer en el espacio-tiempo un sistema de fuerzas tal que el resultado sea superior a la mera suma de las mismas.
La mesa. Es una máquina simple: una palanca que está trabajando –literalmente– para sostener los cuatrocientos kilos de los durmientes. Esta máquina con su magia hace levitar la pesada mesa, quitándole razones de peso. Se trata simplemente de un sistema de fuerzas que actúan por roce y carga; no hay ni tensores, ni clavos, ni otro elemento más que la madera; completan el sistema unas cuantas cuñas, las claves. Es como la lucha oriental, donde de lo que se trata es de sacarle partido a la fuerza del adversario.
La mesa deja de ser un cuadrúpedo y se pone de pie, deja la posición animal para instalarse mas humanamente en el espacio. Ya no estará más entre la espada y el piso. Con la nueva e inquietante postura, desaparece ese espacio de secreto que habitaba a sus pies, pero se abre otro ámbito. A pesar de que sigue prestando la misma función, ya no es lo que era; ahora es un bien inmueble.
La palanca ha sacado a pasear la rutinaria línea de la gravedad, complicándole su conocido y más corto camino al suelo. Suponemos que así podrá ver otras cosas.
El tronco. Con el tronco me nacieron algunas preguntas. Esto que a simple vista puede parecer un gesto figurativo, no es tal. Al menos para mí. No es una cariátide arbórea, es una columna dispuesta a empezar de nuevo. Si bien no es normal, es natural es la primera columna si se quiere, la más elemental, la más arcaica. El durmiente, mediante su geometría, es racionalizado, normalizado y al tener mano de obra incorpora el valor agregado que le da el trabajo y su proceso de producción. Antes de la modernidad, el tronco era la columna. Los griegos arcaicos, en la maraña selvática hallaron la imagen de la materia sin forma, de lo indeterminado y por lo tanto inconocible. En el sentido más antiguo materia y madera son lo mismo. En el árbol genealógico de la columna, el tronco es el origen.
La quincha. El lugar en horas de la tarde, se vuelve estéril. Ya no protege, el oeste lo atraviesa y lo inutiliza. Sus formas y su --color ya no sirven. El objeto pierde su sentido, su razón. En esta momentánea inutilidad encuentra su esencia. Deja la servidumbre para ser. La pared no ampara, la cubierta ya no cubre, ésta sólo recoge el reflejo del agua y su movimiento. El líquido, al reflejarse en la losa, se transforma en el ondeante follaje del cadavérico tronco, que se mueve cuando corre alguna gota de viento. El espejo opaco no duplica –para tranquilidad de Borges–, sino que sugiere una realidad ausente. Vespertinamente, el tronco recupera su memoria de árbol, hace memoria: produce a partir de un recuerdo un pasado. Si bien sabemos que este fantasmal follaje, como tal, no da sombra, y que éste desaparecerá el resto del día sin dejar huellas, el acontecimiento no deja de entroncarse con el origen.
El pasado y el futuro, hoy, ayer y mañana. La luz es sitiada, enrejada. A salvo de la luz las sombras juegan, se hacen sombra, se invierten, se di-vierten. Durante todo el día, la luz y el lento desgranar de las horas harán que el tronco sea alternativamente árbol y columna, ente bifronte profundamente atacado por el devenir que reparte su existencia entre el reino de la naturaleza y el de las cosas hechas por el hombre (una vez como fantasma, otra como objeto), confundiendo sus límites, siempre dispuesto a salirse del ámbito en que la luz lo coloca. El suceso, aunque ilusorio, alcanza a concretar la intención de naturaleza que lo anima (¿acaso la realidad es algo más que una ficción?). Insistentemente, todos los días de sol –y durante las noches de luna llena–, el árbol volverá a presentarse casi “como un recuerdo que relampaguea en un instante de peligro”, para manifestar que el pasado no permanece igual a sí mismo, el pasado acontece una vez más todas las veces en el corazón del presente, comunicándose y construyendo el futuro que a su vez lo construye,atravesando el tiempo a contrapelo o saltando las agujas del reloj.