Revista Sociedad

Quinielas políticas

Publicado el 01 marzo 2019 por Abel Ros

Tras conocer que el próximo 28 de abril volveremos a las urnas, bajé al Capri. Necesitaba, la verdad sea dicha, una inyección de cafeína para mantener en pie los residuos de mis neuronas. Allí, en los mentideros de la barra, hablé con Fermín. Fermín es un banquero jubilado de las tripas de mi pueblo. Facha hasta las cejas, no entendía por qué el partido socialista salía agraciado en los sondeos del CIS. Según él, Casado debería ganar las elecciones. Y debería, me decía, porque los sanchistas habían negociado con los golpistas, dilapidado la herencia de Rajoy y, para más, inri, España volvía a estar en el ojo de la Troika. En casa, mientras calentaba los fideos en la soledad de la cocina, me acordaba de Fermín. De Fermín y de La Niebla, una película de Stephen King. En ocasiones, las ideas se convierten como muros infranqueables. Muros, tan difíciles de romper, que ni siquiera los ladrillos más enormes son incapaces de mover.

Aunque Fermín no entendiera los resultados arrojados por el CIS, lo cierto y verdad, es que Sánchez podría ganar las próximas elecciones. Y podría, queridísimos camaradas, porque ha materializado, en pocos meses de gobierno, el sueño de la izquierda. Frente a Rajoy, Pedro ha cumplido con su programa. Y frente a Ciudadanos, el líder socialista no ha posado con la fea. Aún así, la izquierda no debería caer en la trampa de las encuestas. Y no debería caer porque la movilidad es condición necesaria para que las derechas no consigan el cetro de La Moncloa por cuestiones de aritmética. Por ello, no es bueno que las encuestas del gobierno y otros medios de comunicación jueguen al cuento de la lechera. Más allá de las encuestas y de las quinielas mediáticas siempre queda la intuición razonada. Tal y como están las fichas en el tablero, es muy probable que Ciudadanos sea noticia por la hecatombe de su derrota. En este país, hay dos motivos que pasan factura el día de las urnas. Uno, la mentira. Dos, las promesas incumplidas. La corrupción, queridísimos amigos, no suele tener castigo en la Hispania del ahora.

Ciudadanos, como saben, no ha sido trigo limpio de cara a la galería. Y no lo ha sido porque detrás de tanta palabrería y de jugar al árbitro de la partida, se ha escondido una versión actualizada de la derecha acostumbrada. Una "nueva derecha", de rostros jóvenes y sin barriga, que tira por la borda la resurrección del suarismo. Por ello, por esta mala praxis, la España que hoy sabe leer, comprenderá que el voto al naranja derivará, a posteriori, en el cielo de la gaviota. Por ello, muchos votantes de Ciudadanos volverán a sus puntos de partida. Volverán a votar al PP y al PSOE, como partidos más cercanos al centro defenestrado. Por su parte, muchos votantes de Podemos, ex cabreados con las políticas de ZP y escépticos de Sánchez, volverán a empuñar el tallo de la rosa. Y volverán por las grietas del morado. Grietas en forma de casoplones, de divorcios políticos y sueños frustrados.

El aire insuflado por el PP, por el globo pinchado de Ciudadanos, se perderá por el éxodo de miles de votantes a las filas de Vox. Miles de peperos de pedigrí que buscarán en las orillas verdes de Abascal el santo grial del extremismo liberal. Por ello, queridísimos lectores, Casado ha sacado el tema del aborto. Una estrategia electoral, en toda regla, para retener en Génova al votante de fe. El votante que acude a misa todos los domingos, que no comulga con las "modernidades de las parejas de hecho", que está en contra de juntar manzanas con manzanas. Ese votante de corte conservador y religioso, más afín a Vox que al PP es el que mantiene en vilo a los sociólogos de Casado. En vilo porque si derechizan su discurso, el centro derecha vota a Ciudadanos. En vilo, porque si moderan su mensaje, sus votantes conservadores vuelan a Vox. Ni palante, ni patrás.


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