Cuando leo sobre lo provocadores que son autores como Garth Ennis, Mark Millar o Warren Ellis, lo bestias que son, etc, etc, no puedo evitar que me vengan a la mente automáticamente colegas patrios de la talla de Álvarez Rabo, Pedro Vera, Miguel Ángel Martín o cualquiera de los dibujantes del TMEO. Y comparo, claro. Y en ese combate, oigan, no es que los de aquí ganen por K.O. técnico, es que se los meriendan en bocadillo de pan de a cuarto bien relleno, con olivitas, cacaos y cervecita, dejándolos a la altura de marisabidillos escandalosos de patio de recreo. Es posible que los antes citados sean azotes de mentes bienpensantes para la rancia mentalidad puritana anglicana, y que tengan buenos tebeos, que los tienen, pero destacarlos por su capacidad de provocación tiene algún problemilla: sólo un par de páginas de A las mujeres no les gusta follar o del Analfabetos de Álvarez Rabo almacenan más provocación y mala leche (condensada) que toda la producción de estos guionistas. Y si no me creen, háganse con el recopilatorio Rabo con almejas que acaba de publicar La Cúpula, donde este (supuesto) dependiente de zapatillas de El Corte Inglés demuestra con desfachatez que es capaz de hablar de cualquier tema sin pelos en la lengua y metiendo el dedo en el ojo ajeno con especial insidia. Ya sea hablando de sexo, política, la situación del País Vasco, religión, la monarquía, gastronomía, educación, economía o la biblia en pasta, Rabo se erige en flagelador inmisericorde de la corrección política, en un francotirador acertado que dibuja con el rabo historietas que, más que historietas, son sopapos en toda regla. De esos de “¡despierta chaval!”, que dicen lo que todos alguna vez hemos pensado pero a nadie se le ocurre decir por aquello del qué dirán. Y como el qué dirán se la refanfinfla al señor Rabo, se dedicas a repartir hondonadas de ostias manquiñianas en forma de historietas dibujadas en tiempo récord (Guiness).
Tras su suicidio creativo hace ya casi una década, Rabo vuelve en forma de libro a todo lujo, en cartoné y papel del bueno. Vamos que sólo le faltan las letras doradas. Un contrasentido aparente o una especie de ironía post-mortem malvada, que cada cual elija.
Servidor, por lo menos, se confiesa rabero. Seguidor de Rabo. Don Álvarez Rabo, digo. Y Rabo con almejas, tebeo del bueno. Dibujado con el rabo, of course. ¿Y?