Revista Opinión

Racismo y xenofobia

Publicado el 09 octubre 2010 por Javiermadrazo

La presencia de la extrema derecha en el Gobierno de Holanda coincide en el tiempo con la presentación en Madrid del libro “Sin mordaza y sin velo“, escrito por Josep Anglada, líder de la Plataforma per Catalunya y candidato a las próximas elecciones al Parlament de esta Comunidad autónoma. Tengo la convicción de que este personaje, que basa su campaña en el odio a los musulmanes, al igual que hizo en Holanda Geert Wilders, presidente del Partido por la Libertad (¿?), cosechará un estrepitoso fracaso, pero aún así no puedo negar mi preocupación por el auge de un discurso racista y xenófobo, que se propaga por Europa a ritmo de vértigo.  

Las elecciones al Parlamento de Estrasburgo, celebradas en junio de 2009, marcaron un punto de inflexión y permitieron constatar la fuerza y la implantación de la ultraderecha en lugares tan dispares como los Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Hungría, Austria, Bulgaria, Italia, Finlandia, Rumanía, Grecia, Francia, Reino Unido y  Eslovaquia. No se trata de una fiebre pasajera. El racismo y la xenofobia han venido para quedarse, y la crisis económica y social que padecemos contribuye, sin duda alguna, a fomentar la intolerancia, la insolidaridad y el fanatismo. ¿Qué mejor caldo de cultivo para la extrema derecha, tan populista como demagoga y tan intransigente como fascista?  

Países que mi generación siempre identificó como exponentes de tolerancia, respeto y libertad cuentan hoy con representantes de la ultraderecha en sus Parlamentos respectivos. No son ni uno, ni dos, ni tres. Suecia ha sido el último en sumarse a este club, pero otros muchos -Países Bajos, Italia, Dinamarca, Austria,…- pueden dar fe de que el auge de la extrema derecha no es un hecho puntual, que se pueda ignorar. Su lema es el odio al diferente, la supremacía de la raza blanca, el rechazo a la multiculturalidad y la negación de la libertad.  Sus mitines y sus proclamas son, en muchos casos, un alegato claro a la violencia, que los Gobiernos y los partidos convencionales no denuncian por temor a perder votos, e incluso porque en el fondo comparten parte del discurso racista y xenófobo. Ahí están las deportaciones dictadas por  Sarkozy contra la población gitana, que Zapatero ha respaldado públicamente.  

La complicidad del sistema con el rebrote del fascismo es, por tanto, evidente. El desempleo, el recorte de las prestaciones sociales, la precariedad, la inseguridad ante el futuro despiertan miedos, recelos, angustia,…. sentimientos que encuentran un cauce de expresión en la ultraderecha. Quienes abrazan el neoliberalismo también tienen mucho que ver con todo esto y sus políticas están en el origen de la crisis de ética y de valores, que hace posible que en lugar de responsabilizar de la situación a sus verdaderos responsables,  traslademos las culpas a quienes son víctimas de la pobreza en sus países de origen, la falta de oportunidades en sus lugares de acogida, los trabajos menos remunerados y el odio feroz ante su cultura y su religión. 

Corremos el riesgo de aceptar e integrar en la vida política e institucional el racismo y la xenofobia como si fueran prácticas democráticas: Sólo cabe echarse a temblar.  Decia Josep Anglada en Madrid, ante un auditorio de más de 300 personas, que a “los valientes nos tocará expulsar a los musulmanes de nuestro pais“.  Alguien debería responderle que antes habría que expulsar del mundo ideas como las suyas.  Sin embargo, sus seguidores, mientras le jaleban, puntualizaban. “Y los sudacas también fuera”.  Pueden parecen grupos y gentes extremistas, pero no lo son tanto. Como responsable de Inmigración del Gobierno vasco, en más de una ocasión, tuve que escuchar críticas e insultos por defender los derechos de la población inmigrante en Euskadi.  Un discurso incomprensible, pero real, que no podemos negar, aunque nos duela.   


   


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