A veces veo la vida como un vinilo en el que la aguja se dedica a grabar a puro corte, mientras nuestros oídos disfrutan o aborrecen la música. A veces desearía partir el disco, incluso la gramola, con la rabia y teatralidad en la que una Carmen Maura desatada, tira el teléfono y el contestador en Mujeres al Borde un Ataque de Nervios. Quizá en ese suicidio, o mejor asesinato, del disco de mi vida, moriría todo aquello que desearía olvidar.
Pero, en realidad, ¿quiero olvidar? ¿Quiero destrozar esos surcos melódicos o desafinados hasta que mueran, o sólo quiero que la música se dedique a sonar a cuando yo desee? Probablemente esto último. No, no quiero olvidar. No, no puedo olvidar.
Como si quisiese olvidar a Quique. Enamoramiento, desengaño, obsesión, caída y resurrección. Supongo que a todos nos llega el primer amor con tantos complejos como ilusiones, creemos en la magnificencia de una eternidad que se antoja real con 15 años. Supongo que todos nos sentimos bichos raros a esa edad, la potencia de los ideales, el acné juvenil y la sensación de incomprensión ayudan a ello. Suena Creep. “Soy un bicho raro, qué mierda hago aquí, no pertenezco a este lugar”. Y él, “tan jodidamente especial, ojalá yo fuese especial”. Y al final, incomprensiblemente lo fui, o al menos durante aquellos meses así me sentí, jodidamente especial.
Luego, ya sabéis, los amores adolescentes acaban. Pero el surco queda y la aguja se clava con fuerza en los posteriores, manteniendo el recuerdo del tema anterior, como evitando así que salte antes de tiempo, intentando darle forma a la escucha sin que se convierta en una sucesión en bucle de la misma canción. O eso intentamos.
Como si quisiese olvidar a Marga. Imposible olvidar a tu mejor amiga que con 18 años acaba en una cuneta, con el cuello partido por un maldito quitamiedos. Suena Anyone Can Play Guitar. “Cualquiera podía tocar la guitarra”, todos lo creíamos, pero sólo ella lo hacía como si le fuese la vida en ello. Marga “quería estar en una banda cuando llegase al cielo”. Dudo que exista ese supuesto cielo, pero esté donde esté, ella tocará la guitarra con desgarro y pasión, canturreará bajito sintiéndose la estrella de rock que nunca llegó a ser, de eso estoy segura.
Como si quisiese olvidar a Mateo. Aquel chico, demasiado tímido, demasiado silencioso. Un ejemplo para todos cuando su nota de selectividad se colocó en una página de periódico de provincias por ser la mejor, la que le permitiría entrar donde quisiese, ser lo que quisiese. Quizá eligió mal su destino, quizá lo dejamos solo en aquella decisión. Suena High and Dry. Él no quería sentirse solo, “no quería ser abandonado, no quería sentirse desamparado”. No supimos verlo. Se rajó las venas en el aseo de telecos en plena época de exámenes, cuando el resto estábamos demasiado ocupados preparando fiestas en casas sin padres y jugando al cinquillo en el bar de la facultad.
Como si quisiese olvidar a Carlos. Mi rescate, mi pilar, la puta tabla a la que aferrarme cuando las cosas se ponían feas. Conoció a Mayte después de meses pisando mi casa, como amigos, sí Carlos, solo como amigos. Suena House Of cards. “Yo no quiero ser tu amigo, quiero ser tu amante. Sin importar como acabe, sin importar como empiece”. Debió pensarlo así cuando decidió que, si no podíamos ser amantes tampoco íbamos a ser amigos. A veces lo veo en las redes sociales, sonriendo con su familia perfecta. Quizá podría haber sido yo la del vestido alegre y los dientes perfectos, la de los niños rubios y el monovolumen. Me alegro por él.
Como si quisiese olvidar a Laura. Como si quisiese olvidar nuestros 20 años. Suena Lotus Flowers. Viviendo de entre brumas, polvos de color rosa, sintetizadores y sexo esporádico, contándonos el final de la noche entre cervezas y porros, riendo con las ocurrencias de nuestros compañeros de cama y sufriendo con la incomodidad de los asientos reclinables de nuestros coches de mierda. “Abriéndonos como flores de loto, sintiendo el mundo en nuestras manos”.
Como si quisiese olvidar a Dani. Y nuestro amor pasional y desmedido, cimentado entre conversaciones profundas y derribado a base de intentos de vida en común. Suena All I need. “Tú eras todo lo que necesitaba”. Te necesitaba a ti, no a nuestras peleas y nuestra cristalería rota, no a los celos desmedidos y a las promesas de todo cambiará. Hoy todo parece lejano, como aquella funda de nórdico que no llegamos a estrenar y aquel piso en el que follamos tanto como nos dañamos, tan pequeño como pequeña me sentí cuando todo se fue al traste.
Como si quisiese olvidar la profunda depresión del después. Suena How to Disappear Completely. El piso vacío, el perro desnortado al que pusimos nombre entre tazas de té en el balcón. La cuenta conjunta por cuyo cierre nos volvimos a encontrar, el armario con su olor y las plantas muertas sin sus manos. “No estoy aquí. Esto no está ocurriendo. No estoy aquí”. La pizza en solitario y las lágrimas bajo la ducha, cada mañana antes de ir a trabajar.
Como si quisiese olvidar a Raquel. Su fuerza huracanada, su optimismo contagioso que me sacó de un hoyo cavado a conciencia. Sus utopías, las nuestras, creyendo que mano a mano cambiaríamos el mundo. Suena Stop Whispering. Queríamos “Dejar de susurrar para empezar a gritar”. A gritar que este sistema nos oprimía y nos ahogaba, a gritar que éramos mujeres y que nos dolían los nudillos de luchar por nuestros derechos y los de las muertas y ultrajadas que nos precedían. A gritar por los vivos que querían ver muertos y por los muertos que aún seguían demasiado vivos.
Como si quisiese olvidar a Fran. Le conocí una noche de primavera en un festival multitudinario. Thom Yorke subido al escenario volvía a cantar Creep 10 años después, en mi ciudad, rodeada de mi gente, algo borracha y eufórica. Y yo me cruzaba con su mirada y su sonrisa, fumaba despacio con los ojos cerrados mientras entonaba aquel “I’m creep, I’m a weirdo”, como a mis 15 años. Y esta vez no me acordé de Quique, ni de mi acné juvenil. Suena True Love Waits. Y sonrío. Sonrío, porque quizás “el verdadero amor aguarda en un ático encantado” como el que ahora habito.
Y os lo escribo mientras oigo su respiración al otro lado de la cama y mientras me alegro, una vez más, de no haber lanzado por la ventana ni vinilos, ni gramolas.
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