Viendo los anuncios, sabemos que para funcionar con normalidad debemos consumir cientos de alimentos funcionales enriquecidos con vitaminas, minerales, fibra y totalmente carentes de glúcidos, lípidos y proteínas. Gracias a esto, nos hemos acostumbrado a productos exóticos como leche con calcio, lentejas con hierro o zumo de mejillones con soja.
Entre los productos que permiten llevar una vida cotidiana, se encuentran las bebidas energéticas con las que cumplir las típicas jornadas maratonianas de trabajo que realiza una persona que no es una de esas vagas que se preocupa por su constante taquicardia. Pero esta necesidad no es actual, por lo que ya a principios del siglo XX había bebidas energéticas para combatir la fatiga. Una de ellas era Radithor, que en los años 20 se vendía a 1 dólar, equivalente a 20 dólares actuales.
Aparte de sus propiedades energéticas, los fabricantes de Radithor afirmaban que su bebida curaba multitud de problemas, como la impotencia. Esta declaración se apoyaba en un estudio que el radio aumentaba la pasión sexual de las salamandras.
Eben Byers, industrial de Pittsburg y golfista amateur con cierta fama, usó el producto cuando lo tomó para curar su brazo roto. Aunque no tenía narcóticos, se volvió adicto a él, tomándolo en grandes cantidades incluso cuando su brazo se había curado. Durante tres años, se bebía una o dos botellas diarios de y la promocionaba entre sus amigos, siguiendo algunos de ellos sus pasos. El radio se fue depositando en sus huesos, produciéndole agujeros en el cráneo y perdiendo casi toda su mandíbula, entre otros problemas óseos. Finalmente, murió el 31 de marzo de 1932,
Se puede suponer que no sería el único fallecido por la causa y que sus muertes permitirían descubrir la letalidad del radio, pero esta ya se conocía. El científico británico Walter Lazarus-Barlow publicó en 1913 que el radio ingerido se deposita en los huesos, y el año siguiente, en 1914, Ernst Zueblin, profesor médico de la Universidad de Maryland, publicó una revisión de 700 informes médicos en los que muchos mostraban necrosis y ulceraciones óseas por la ingesta frecuente de radio. Incluso aquí ya hablamos de la desgracia de las chicas del radio.
El cadáver de Eben Byers fue enterrado en una ataúd revestido de plomo para proteger de la radiación emitida por sus huesos. En 1965, el científico del MIT, Robley Evans, lo exhumó para medir la cantidad de radio de sus huesos. Como el radio tiene una vida media de 1600 años, tendría prácticamente la misma cantidad que cuando murió.
Basándose en su consumo de Radithor, Evans estimó que su cuerpo contendría 100000 Becquerel de radioactividad. La medición en el esqueleto alcanzó los 225000 Becquerel, sugiriendo que la estimación de Evans había subestimado la afinidad del radio por el hueso o el consumo de Radithor había sido al menos el doble. Tras las mediciones, devolvió el cuerpo al ataúd de plomo en Pittsburg, donde sigue enterrado.
Esta catástrofe tuvo su lado bueno. Por un lado, todas las bebidas energéticas eran un fraude. Pero además, dado que el radio era un elemento poco común y difícil de extraer y purificar, era una amenaza que solo se podían permitir las clases pudientes.
Finalmente, el gobierno cerró Bailey Radium Laboratories, compañía responsable de Radithor, desapareciendo consecuentemente en 1932 las bebidas energéticas con radio.
Fuente: Livescience