Rafael Chirbes, escritor y crítico literario español, ganador del Premio Nacional de la Crítica 2007, es entrevistado por Ángel Ferrero, miembro del comité de redacción de “Sin Permiso”, sobre su última novela, “En la orilla”. Chirbes habla, en cierto momento, sobre el trigésimo aniversario de la muerte de Josep Renal, en Berlín oriental, Ferrero le pregunta: ¿por qué crees que este país trata tan mal a sus mejores artistas y escritores (entre los que te incluyo)? Chirbes le contesta:
“Si al decir país te refieres a Valencia, te diré que yo me siento tratado de la mejor manera posible: no se acuerdan de mí ni para bien ni para mal. Me parecería terrible que decidieran que soy un querido hijo al que hay que darle de mamar y, si te descuidas, hasta metérselo en la cama. Aquí, en Valencia, como en cualquiera de los otros sitios en que he vivido, sólo pido que me dejen en paz, y que Dios me dé salud y los hombres no me quiten la seguridad social. En cualquier caso, es cierto que la valenciana es una comunidad muy rara, además de cainita (que eso lo son todas) está –y ésa es su especificidad– llena de un furioso auto-odio. Aquí, la derecha berrea porque alguien le quiere poner una calle a un sabio tan razonable como –por ejemplo- Enric Valor, o nombrarlo hijo predilecto, mientras la sedicente izquierda se tira de los pelos porque Zubin Mehta ha hecho la mejor orquesta de España en el Palau y no saben cómo cargársela (ahora se encuentran felices porque se la están cargando los recortes). Eso sí, presumen de que han oído a Mozart en Salzburgo, a Wagner en Bayreuth y a Woody Allen en Nueva York. Si quieres, te lo digo; un país de pena, por no decir algo peor. Yo, egoístamente, procuro mantenerme en la estratosfera de este país, o, como te decía, en la tripita del buey, que es mi casa, pero a veces me irrito mucho. No lo puedo remediar. Sobre todo, cuando está en juego lo que se llama el patrimonio artístico. Por ejemplo, el otro día me alegré porque leí que, por fin, van a restaurar la iglesia de San Nicolás de Valencia, que es una maravilla, y cuyas pinturas están deshaciéndose. Pues si lo digo -que ya lo he dicho-, verás cómo sale algún camarada riñéndome porque eso es patrimonio eclesiástico y la pasta la pone la mujer de Juan Roig, y hay gente que pasa hambre. ¿Cómo explicarle al camarada lo bueno que es para un territorio, para una ciudad que haya empresarios que restauren frescos y hagan donaciones a museos y monten escuelas de idiomas y de violín en vez de gastarse la pasta en cochazos de lujo, coca, bolas chinas y brillantes gordos para sus queridas?
“Mientras hablo contigo –sigue explicando Rafael Chirbes a Ángel Ferrero–, me entero de que la pandilla de indeseables que gobierna la Comunidad Valencianaacaba de dar un paso decisivo en su experiencia de ingeniería social, privándonos de las únicas emisoras de radio y televisión que hablan la lengua propia de este pueblo y que recogen todo el complejo entramado cultural de esta tierra y lo hacen visible y audible. Se trata de un acto que podríamos calificar de genocidio cultural, para el que no les importa dinamitar su propio aparato de propaganda: llevan a cabo su fechoría, un golpe de estado contra el país (incluso contra sus propios votantes, que son los primeros consumidores de esos canales y emisoras que han manipulado hasta el asco), tras haber arrasado el territorio con sus planes urbanísticos, con su desidia (el año pasado se quemaron sesenta mil hectáreas de bosque), y haberse fundido los ahorros de la población (incluida una burguesía que no sé cómo los soporta). Han liquidado la banca valenciana, el paro roza el treinta por ciento… El experimento de hacer desaparecer las señas de identidad de un pueblo se lleva a cabo aquí en Valencia, porque es el eslabón más débil entre las comunidades que tienen idioma y cultura propios. El próximo caído –si pueden– será Galicia. Esta comunidad, sin un sistema público de comunicaciones, desaparece del mapa. Lo del cierre de la radio y la televisión valencianas para mí ha sido la gota que ha colmado el vaso. La lengua y la cultura propias era lo único que les faltaba por arrasar en la política de exterminio de estos chulos encorbatados. Deseo con todas mis fuerzas ver a estos tipos rodando envueltos en llamas hasta lo más hondo del infierno y quiero contribuir a que su caída se produzca cuanto antes. Me consuela que, en esta ocasión, parece que, por primera vez, hay cierto movimiento de respuesta en la sociedad civil, al margen de los enredos de los partidos. Imagino que no durará mucho: contaminarán el movimiento, lo devaluarán y, si te descuidas, dentro de año y medio, cuando lleguen las siguientes elecciones, todo se habrá olvidado. Eso es lo que calcula esta banda destructiva que nos gobierna”.