Revista Viajes

Raices, arraigos y desarraigos: mi historia

Por Malche


Raices, arraigos y desarraigos: mi historia
'Il faut voyager loin en aimant sa maison*.

Cuando yo era chica, según cuenta mi mamá, yo amaba Córdoba y decía,  a quien quisiera escuchar, que no había ciudad más linda que aquella en la que yo había nacido. Era, claro está, un versito bien aprendido porque no había viajado mucho y, las veces que lo había hecho era tan pequeña que no había tardado en olvidar cómo lucían las ciudades en las que había estado. Pero como mi papá me decía que Córdoba era HERMOSA, yo lo repetía, y creía de verdad que ciudad más bella no podía existir.

La ilusión duró poco.

Cuando tenía 7 años, viajé con mi familia a Buenos Aires durante unas vacaciones de invierno y fue verla desde el avión y caer rendida a sus pies. Para quienes no conocen la ciudad, les cuento que los vuelos que llegan desde el interior del país, lo hacen a un aeropuerto ubicado muy céntricamente, y sobre la rivera del Río de la Plata, y antes de aterrizar y al despegar, uno sobrevuela las partes más bellas de la ciudad, Avenida 9 de Julio incluida. O al menos así es cuando uno llega desde Córdoba. Buenos Aires, a quien alguien llamó alguna vez la Paris del Sur, se despliega así desde el primer momento en todo su esplendor. Recuerdo vívidamente la fascinación que sentí esos días mientras caminaba por sus calles, corría por las plazas, observaba los edificios, los cafés, la gente que caminaba apurada por las calles del centro.

La fascinación fue tan grande que, al terminar las vacaciones, no quería volver. Peor aún, cuando el avión que nos llevaba de vuelta a Córdoba empezó a sobrevolar la ciudad ésta me pareció...insulsa. Y, con verguenza y, sobre todo culpa, le confesé a mi mamá que Buenos Aires era mucho más linda. 

Ese fue mi primer acto de "traición emocional a la Patria" o el origen de mi Fernweh. Y fue el origen, porque el descubrimiento de que existía un lugar no sólo más bello (para mí) que aquél que conocía, sino donde me había sentido tan bien como para querer quedarme, abrió la compuerta a otra serie de pensamientos por el estilo: ¿y si no sólo me gustaba alguna ciudad más que Córdoba sino más que Buenos Aires? ¿Y si me gustaba más otro país? ¿otro continente? ¡Las posibilidades eran ilimitadas!
Pensandolo bien, el Fernweh en mí bien podría ser genético porque vengo de una familia en la que no ha habido desde hace 100 años dos generaciones seguidas que permanezcan en el mismo lugar donde nacieron. Mi bisabuelos paternos (por línea paterna) nacieron en España, de donde salieron huyendo (según cuentan algunas versiones de la historia familiar) con mi bisabuela embarazada de mi abuelo, quien nació en el barco (supongo que en aguas argentinas porque tenia la nacionalidad argentina). En esta misma rama de la familia hay un famoso tío de nombre Pedro que aparentemente fue tremendo trovador y que pasó su vida recorriendo provincias con su guitarra y dejando hijos en cada una de ellas, a los que luego volvía a darles su apellido (así que si alguno de los que lee este blog tiene algún tío abuelo así en el anecdotario familiar ¡podemos ser primos! ;). Mi bisabuelo materno llegó desde Italia en 1922, porque habiendo peleado en la primera guerra mundial, temía una segunda. Su mujer y su hija (mi abuela) lo siguieron en 1929, con mi abuela de 7 años, y se instalaron en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires. Mi papá nació en la provincia de Chaco, mi mamá en la provincia de Buenos Aires, pero  se conocieron, se enamoraron,  se casaron y formaron una familia en Córdoba. Que yo saliera a trotar mundos era, visto asi, seguir el orden lógico de las cosas, continuar esa especie de sino familiar que nos transforma en buscadores del hogar. Sólo que un poco más extremo, considerando los lugares donde he estado ;)

Aceptar este sino, sin embargo, no fue fácil. Desde ese viaje a Buenos Aires y, aún más a medida que fui creciendo, tuve la sensación que era más fácil ser feliz en otros lugares. Que ME era más fácil ser feliz en otros lugares, para ser exacta, porque al fin y al cabo, aquello que nos hace felices es relativo, al igual que aquello que nos gusta o no. No hay lugares buenos o malos en abstracto, en mi opinión, sino lugares a los que pertenecemos y que se nos revelan instantaneamente, y otros en los que insertarnos representa un esfuerzo. A mi, pertenecer a Córdoba y hasta a Argentina, me implicó, ya desde chica, un esfuerzo de adaptación que no sentí en otros lugares, por extraño que parezca. 

Esta realidad, tan intrínseca en mí, esta sensación tan arraigada, tan fuerte que tuve desde muy pequeña no fue fácil de aceptar para mucha gente. Y esto es porque, en mi experiencia, a la gente Heimweh le cuesta mucho entender (y aceptar) a los Fernweh. No sentirse arraigado al lugar de origen es visto como una traición, como una ofensa. Frases como '¿cómo puede gustarte algún lugar más que Córdoba?' 'En ningun pais vas a vivir mejor que en Argentina' 'Lo que pasa es que vos sos fría, por eso te da igual estar lejos de tu familia' 'Vos te queres ir porque sos materialista y buscas confort económico antes que afectos' hasta lugares comunes de corte pseudo psicológico como 'Los que se quieren ir buscan huir de algo pero uno siempre se lleva a sí mismo en la valija' son cuestionamientos con los que tuve que lidiar toda mi vida. Y muchas veces me pregunté a mí misma si no había algo de verdad en ellos, y hasta intenté sentir ese arraigo y la conclusión siempre fue la misma: el arraigo en mi propia tierra implicaba un esfuerzo, y uno aún más grande después de salir de ella. Por más corto que fuera el tiempo que hubiera estado afuera, siempre sentí shock cultural inverso al volver, como Oliveira en Rayuela, cuando al volver a Buenos Aires:'Se dio cuenta que la vuelta era realmente la ida en más de un sentido'***

Pero a pesar de ésto, cuando me fui definitivamente, no buscaba irme. Creo que durante años, de alguna manera, me había preparado para irme (estudiando varios idiomas, por ejemplo) y que los esfuerzos de adaptación a mi propio lugar de origen facilitaron mi nomadismo: sentirme extraña, al fin y al cabo, era lo normal para mí, y sabía de memoria cómo hacer para incorporarme, de a poco, a un lugar y a una cultura que percibía como diferentes (a veces en sutilezas) a la mía propia. Pero, en concreto, partir cuando lo hice fue más el resultado de un conjunto de circunstancias externas que de una búsqueda activa de partir a donde finalmente recalé inicialmente.

El destino original de esa partida, el primer lugar que me acogió por aproximadamente cinco meses fue Fuerteventura, Islas Canarias, España. Partí con un pasaje de avión, unos pocos euros y la invitación de una gran amiga que me acogió con su familia y me guió esos primeros meses. Cuando miro hacia atrás, recuerdo ese tiempo como un momento de contemplación: no tenía la más remota idea de qué iba a depararme el destino y, visto que muchas cosas habían salido mal en un pasado reciente, no me animaba aún a hacer planes a mediano ni largo plazo. Pero España me curó las heridas bastante rápido, con su gente cálida, simpática, abierta  y trabajadora y me renovó la confianza en muchas cosas, pero sobre todo en mi y en  mi destino. Y así, con una confianza rayana en la inconciencia, envié en la víspera de mi cumpleaños una postulación a un puesto que deseaba mucho pero que, dentro de mí, creía imposible obtener. Tres días después me llamaban por teléfono y tenía la primera entrevista para ese puesto, dos meses y medio después dejaba España rumbo a Costa de Marfil.

En Costa de Marfil, todo habria de cambiar definitivamente, porque al día siguiente de llegar conocí a quien hoy es mi marido. Una semana después comenzamos a salir. Un mes después él me pidió casamiento. Cuatro meses después, nos casamos en Florencia, Italia. Durante todo ese tiempo, yo vivía en el interior del pais y él en la capital y viajabamos para vernos cuando podíamos, en el medio de un país convulsionado por una crisis y una guerra recientes y unas elecciones esperadas pero que no habrían de ocurrir. Dejamos Costa de Marfil para casarnos dos días antes que se desatara otra crisis y volvimos a un país más tenso aún que aquel que habíamos dejado.Yo cambié de trabajo, armamos nuestra casa con la particularidad de la vida en zonas de conflicto, que dicta que uno se establece a medias, manteniendo siempre más o menos preparada una valija de 20 kgs para caso de evacuación, de forma minimalista, porque uno tiene reticencia a llenarse de objetos que luego serán de dificil traslado, sin saber demasiado cuánto tiempo más uno habrá de permanecer en ese lugar, ajustándose a restricciones de movimiento, acostumbrándose a salir del pais cada tres meses...un poco aquí y un poco allá los años fueron pasando y justo cuando las rutinas empezaban a hacerse propias y  Abidjan empezaba a sentirse hogar, llegó la hora de partir.

Durante un tiempo habíamos estado buscando trabajo en un país más apto para formar una familia, no sólo sin tantos problemas securitarios sino sin enfermedades tropicales como la malaria (que yo había padecido ya dos veces, y mi marido una). Y en Junio de 2007 ese trabajo llegó para mi marido, en Chipre. Yo permanecí en Abidjan seis meses más y me le uní en diciembre. Nos encontramos en Belgrado y, juntos, llegamos  Chipre en la nochebuena del año 2007, y aquí estamos desde entonces, aquí nacieron nuestros hijos, y aquí permaneceremos hasta que el destino vuelva a llamarnos para partir al encuentro de nuestro próximo destino.

Si partir es morir un poco, a estas alturas debo tener mucho de Fénix. Con cada partida muere en mí algo de aquella persona que fui en el destino anterior, quizás porque esas muertes sean necesarias para la adaptación al próximo lugar, quizás porque no eran parte constituyente de mí misma. Así, vivir afuera, entre otras cosas, ha definido extrañamente los ribetes particulares de mi Argentinidad: la mirada del otro, el contacto con esa otredad tan obvia de la cultura ajena, no sólo me han hecho dejar de lado caracteristicas identificadas con el ser argentino  sino que me han aferrado a otras que no eran tan obvias para mí cuando vivía allí. Las cosas que extraño pueden no ser las cosas más comunes y pueden no ser suficientes para hacerme querer volver a vivir en Argentina, pero han servido para definirme. 

Y es por esto mismo, por esas cosas que mueren y nacen en mí con los kilómetros, los países, las culturas, las experiencias, que mi argentinidad ha perdido la obviedad. Para gran sorpresa mía, este año, sentí que me negaban tres veces: Argentinos no me reconocieron como Argentina. Hasta este año, siempre que me encontraba con algún connacional, éste me identificaba como tal antes de que abriera la boca. Hasta este año, en que empezaron a escuchar con sorpresa mi acento cordobés.  Yo no sé qué cambió, qué parte sutil se vió modificada sin que yo me diera cuenta, pero supongo que esa es una de las consecuencias del trotar mundos durante un cierto tiempo. Parte del ser que fui en Argentina debe haber muerto en la adaptación a otros lugares, y con cada año que pasa siento que sería más dificil volver a vivir allí. Aun cuando comprendo la forma de pensar, ya no la intuyo como antes y  al leer los diarios comienzo a sentir sorpresa, porque he dejado de comprender por qué las cosas son cómo son y no de otra manera o mejor dicho, por qué las cosas no pueden ser de otra manera. Mi lógica es hoy distinta en más de un sentido y, si bien nunca tuve una forma de pensar muy típica, esas características que me hacían sentir ajena, hoy se han acentuado. 

Extraño a mi pequeña familia (mi mamá y mi hermano) y extraño a mis amigas a punto de mirar con cara de carnero degollado los grupos de mujeres tomando café en los bares, pero no al punto de querer volver (sino más de traermelos a donde yo estoy, je) porque los siento cerca a través de emails y de llamadas telefónicas. Y por otra parte porque no me engaño pensando que de volver (si así lo quisiera) las cosas serían como eran, porque aunque en mi cabeza mis afectos hayan quedado suspendidos en el tiempo, y sigan teniendo la edad que tenían cuando me fuí hace casi 6 años y sigan pensando y sientiendo como entonces, sé, racionalmente sé, que no es así. Que el tiempo ha pasado para todos y que así como las experiencias que cuento en este blog y otras tantas más me han cambiado a mí en más de un sentido, así tambien cada una de esas personas, en este tiempo ha peleado sus propias luchas, reido con alegrías y llorado con lágrimas y tristezas que no hemos compartido. 

Mis hijos, hoy pequeños, son productos de esta familia multicultural y nómade en la que nacieron, con padres de paises distintos, obligados a aprender tres idiomas desde la cuna (y un par más a la brevedad, para poder adaptarse a este tipo de vida), con familias y tíos postizos que los ven crecer por fotos,  que los escuchan hablar en videos, que les mandan su cariño por mail y por correo. Muchas veces me pregunto si ellos irán a necesitar permanecer en un lugar determinado, si extrañarán la idea de un tipo de hogar que nunca han tenido, o si estarán felices con esta realidad de hogares temporarios y, como sus padres, sentirán exitación al mirar un globo terráqueo y pensar : "Y ahora: ¿a dónde? ¿cual será el próximo destino? ¿cuál es próximo idioma que deberemos aprender? ¿qué nuevas costumbres deberemos incorporar? " Es dificil saberlo.La noción de hogar, creo hoy, tiene connotaciones diferentes para cada persona,  aquello que constituye las raices es distinto para cada uno y , así como hay personas que no conciben las posibilidad de moverse del lugar en que nacieron, hay otras que se sienten como plantitas a quienes el viento arrancó de cuajo al nacer y  casi por error estan en tierras extrañas, con raices a medias, sintiendo que en realidad tendrían que haber nacido en otra parte. Hay quienes sienten que hasta viajar como turistas es una pérdida de tiempo y pueden estar en la cima de la Torre Eiffel pensando qué hacen allí y que extrañan su casa****, hay quienes aman viajar pero aman igualmente retornar a un hogar definido y para quienes la vuelta a casa es tan placentera como la exitación de la partida, y hay quienes como yo, sienten que el hogar no es un lugar fijo sino un lugar por descubrir, si acaso, y que está bien así; que el hogar puede ser un conjunto de lugares temporarios donde poner los libros y dejar reposar las valijas, quietas, por un rato. Y que el resto se lleva en los recuerdos y el corazón.Aquí les dejo algunas imágenes de Chipre, y les deseo que esta sea para ustedes una hermosa semana!La roca donde nació Afrodita: Petro tou Romeo

Raices, arraigos y desarraigos: mi historia

Ledra Street, en el centro de Nicosia (lado Griego):
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Bahía de Kyrenia ( en el norte de la isla, del lado Turco)
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Kakopetria (en las montañas Troodos, al centro de la Isla):
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* Apollinaire, Les Mamelles de Tirésias (citado en Rayuela, "Del lado de acá")

**La imagen del comienzo es una foto de la Iglesia Catedral de Córdoba, Argentina, vista desde la plaza que se encuentra en frente, llamada Plaza San Martin. San Martin fue el libertador de Argentina. La foto fue tomada en abril de 2006.

***Rayuela, capítulo 40

**** Historia real. Conocí a alguien a quien le pasó exactamente eso.


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