El pasado 4 de marzo de 2010 murió el arquitecto austriaco Raimund Abraham (http://en.wikipedia.org/wiki/Raimund_Abraham). He buscado información sobre él en la red y es difícil encontrarla pues no construyó muchos edificios en vida. Pero fue un magnifico arquitecto y un excelente profesor de arquitectura en el Southern California Institute of Architecture. Su edificio más conocido fue el Foro Cultural Austriaco, un rascacielos de 24 plantas de altura y sólo 7’4 metros de anchura. Para The Washington Post la “victoria de la estrechez”.
Pero no traigo aquí a Raimund Abraham para comentar sus obras sino su pensamiento, lo que verdaderamente me interesa de él.
Dicen las crónicas de su muerte que falleció en Los Ángeles (USA) en accidente de coche después de pronunciar una conferencia. Sus últimas palabras, casi su testamento profesional, todavía retumba en los oídos de quienes tuvieron el dudoso privilegio de oírle por última vez:
“No necesitáis ser esclavos en las oficinas de las empresas ni uno de esos arquitectos famosos (es claro que él no se consideraba así). Lo único que necesitáis es papel, lápiz y el deseo de hacer arquitectura”.
A su muerte sólo conservaba ciudadanía norteamericana pues renunció a la austriaca de nacimiento como resultado del ascenso al gobierno del xenófobo Jörg Haider (curiosamente también fallecido en octubre de 2008 en accidente de tráfico).
Lo dicho: no necesitáis ser esclavos de nadie. Hacer arquitectura. Allá donde podáis.
Yo, hoy, en tardío homenaje a Raimund Abraham voy a volver a ver a Gary Cooper en El Manantial, la magnífica película de King Vidor (http://es.wikipedia.org/wiki/El_manantial_%28pel%C3%ADcula%29).
“El problema básico del mundo moderno, es la falacia intelectual de considerar que la libertad y la coerción son opuestos. Para resolver los gigantescos problemas que agitan el mundo de hoy, debemos esclarecer nuestra confusión mental. Debemos adquirir una perspectiva filosófica. En esencia, libertad y coerción son la misma cosa. Les daré un ejemplo: los semáforos restringen su libertad de cruzar la calle cuando lo desean. Pero esa restricción les da la libertad de no ser atropellados por un camión. Si se les diera un trabajo y se les prohibiera abandonarlo, se restringiría la libertad de sus carreras, pero se les daría la libertad de no temer al desempleo. Siempre que se impone una nueva coerción sobre nosotros, automáticamente ganamos una nueva libertad. Las dos son inseparables. Sólo aceptando la coerción total podemos conseguir nuestra libertad total”.
Luis Cercós (LC-Architects)