Cuando el Rincón de Pepe era todavía uno de los emporios gastronómicos españoles y Raimundo González Frutos lo dirigía con la destreza que le hizo llegar a codearse con los más grandes, el veterano Ismael Galiana nos convocó a un grupo de jóvenes periodistas a unas cenas mensuales con personaje incluido. Solíamos reunirnos con gente determinante que llegaba hasta la ciudad. Recuerdo en esas citas a Carmen Guzmán o a Antonio Arco, entre una media docena de comensales. En ocasiones, el propio Raimundo, que siempre nos trató con exquisitez en el menú y en el precio, solía compartir tertulia. Estábamos en la década de los ochenta y él ya había vivido tanto como para ser una enciclopedia viviente.
De las muchas anécdotas que en aquellos días nos relató, me quedé con las de sendos grandes en lo suyo: Orson Welles y Ernest Hemingway. El realizador de ‘Ciudadano Kane’ tenía por el Rincón algo más que devoción. Rodaba en Almería y venía a Murcia, incluso, para ver lidiar en el coso de La Condomina a su fraternal Antonio Ordóñez, dejándose caer por el afamado restaurante. Raimundo nos detallaba las preferencias gastronómicas del genial cineasta: pedía una ensalada, que apenas tocaba, y una pierna de cordero asado, su auténtica pasión. Cuándo el restaurador se le acercaba y le preguntaba qué tomaría de segundo, Welles no lo dudaba: otra pierna de cordero. Disfrutaba el gran Orson como un niño ante aquel manjar, confesaba el cocinero. Y llegó la hora del postre. Raimundo se aproximó de nuevo a la mesa: “¿Qué querrá de postre, señor Welles?”, le inquirió. “Le aseguro que si me cupiera en el estómago, me pediría una tercera pierna”, le respondió en su más que deficiente español.
Con Ernest Hemingway la cosa no estuvo tan simpática. También Ordóñez mediaría entonces en su visita. Un día de 1959 llamó por teléfono a Raimundo desde la vecina región valenciana para anunciarle que, al día siguiente, se presentaría en el Rincón con el premio Nobel de Literatura de 1954. Hemingway estaba en nuestro país escribiendo una serie de artículos sobre toros para la revista Life Magazine y seguía al diestro rondeño. El restaurador llamó a su vez al Gobierno Civil para comunicar tan ilustre visita, por si su titular creía conveniente agasajarlo, recibiendo la amable contestación de que ellos no querían nada “con ese rojo”. Raimundo se sintió tan herido por aquello que “como murciano no podía consentir” y decidió invitar al escritor y al torero en nombre del gobernador, aduciendo que éste estaba indispuesto. Días después, la Policía se presentó en su establecimiento para aclarar quién había invitado a esos comensales en nombre del máximo responsable político de la provincia. Trasladado a la sede gubernamental, Raimundo, viéndose perdido, adujo que hasta su local había llegado un señor desconocido que abonó la cuenta en nombre del gobernador. Los agentes, incrédulos, insistían: “¿Pero cómo era?”, a lo que él les respondía: “No me acuerdo. Por aquí pasa mucha gente al cabo del día”. Durante meses, los policías estuvieron visitando a Raimundo, inasequibles al desaliento, de forma inesperada, por si lo pillaban en un renuncio. Pero ni por esas. El cocinero, que hoy supera los 90 años con una lucidez envidiable, no les descubrió la identidad del extraño que quiso evitar que Hemingway se llevara la impresión de que en Murcia éramos unos desagradecidos con el autor de ‘Fiesta’ o ‘El viejo y el mar’, obra esta última con la que llegaría a ganar el Pulitzer.
[‘La Verdad’ de Murcia. 27-5-2016]