Revista Opinión
La universidad de Bolonia, conocida como la madre de la universidad Hace ya algún tiempo, escribí por aquí, por estos condenados blogs, una serie de posts bajo el título de “La berlusconización de la política española”, creo recordar. Y me basaba, sobre todo, en la actuación del ínclito Camps en la Valencia de todos nuestros pecados. Hoy, ya sabemos todos los que lo queremos saber que Rajoy deja en mantillas a su hombre en Valencia: “a mí siempre me tendrás contigo, a la derecha o a la izquierda, por detrás o por delante” y ésta es tal vez la única en que Rajoy ha cumplido su palabra ya que, si se trata de que su amigo, compañero y compinche no viva de lo que deja la maltrecha farmacia de su mujer, está cumpliendo su propósito puesto que este hombre tan poco ejemplar es profesor de una universidad entre otras muchas cosas. Hay quien le tiene manía a la universidad. Hace mal. La universidad es, o debería de ser, un espacio para la auténtica cultura, ésa que tanto se empeña en perseguir el PP. El otro día, futbolín, citaba por aquí, con mucha retranca el brocardo “quod natura non dans, salamantica non praestans”, y es mucha verdad, la universidad no conseguirá nunca que un burro de los de rebuznar se convierta en un genio del pensamiento y hay millones de genios en la historia de la humanidad que no pasaron por las aulas universitarias, pero esto precisamente fue una inmensa desgracia para la propagación de la cultura. En la universidad se da o se debe de dar la concurrencia de las 2 mejores tendencias en lo que se refiere al saber, la de los que quieren enseñar y los que desean aprender. Pero en lo que sí que tiene razón, y mucha, futbolín, es en lo que ocurre muchas veces con los que acuden a las universidades. Quien va a ellas sólo para hacerse con un saber meramente instrumental, aprenderse por ejemplo, al pie de la letra, la ley hipotecaria, en realidad está traicionando la finalidad esencial universitaria. Universidad, es obvio, se deriva de “universo” y hace referencia más que a un saber instrumental, meramente técnico, a una formación integral del individuo como persona en general, algo que se les olvida por completo a toda esta inmensa gentuza que pasa por allí sólo para obtener un mero título que no sea sino el aval necesario para participar en la obscena carrera de colocarse en los mejores puestos de la Administración del Estado, de la que se aprovecharán únicamente en su propio y repugnante beneficio. Rajoy es paradigmático al efecto. Que se sepa, nunca ha realizado otra actividad universitaria que no haya sido leer todos los días el Marca, poca cosa si, como él le reprochara un día a Zp, aspiraba realmente a gobernar un país de la complejidad de éste. Y aquí están los resultados. De la actividad como gobernante de Rajoy sólo quedará, después de su reinado, tragedia y desesperación. La desesperación de los que lo han perdido todo incluso lo más elemental, un techo donde cobijarse de las tremendas desgracias que supone la intemperie y ante las que sólo se ofrece como solución un suicidio familiar si no masivo. Es terrible escribir esto y resignarse a seguir viviendo como si no pasara nada en la vida de esos casi 12 millones de personas que viven, según las organizaciones caritativas españolas, bajo el durísimo nivel de la pobreza. A mí se me forma un nudo en el corazón y una angustia tremenda se adueña de mi alma porque yo también pasé por ese trance en aquellos durísimos años de la postguerra que aquel canallesco general desató por su ambición personal sobre 30 millones de españoles. Ésa es la verdadera, la auténtica cultura, la civilización esencial, la que nos enseña a convivir con los que son realmente nuestros propios hermanos que sólo han tenido la desgracia de nacer o situarse por avatares de la vida al otro lado de la línea roja de la pobreza absoluta. Nadie que sea realmente humano debería de resignarse a tolerar que ancianos, mujeres y niños vivan en un mundo como éste careciendo de lo más elemental. Y cuando lo hace, está perdiendo su condición humana y rebajándose al nivel de las bestias salvajes, que viven unas a expensas de otras a las que sacrifican sangrientamente en su propio beneficio.