Protesta social en España (Madrid, 2011)
El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, hace balance del año que acaba en el tono triunfalista que le caracteriza. En la misma edición del periódico en que se da cuenta de sus palabras, un profesor y economista rebate en carta abierta al presidente sus argumentos. Sinceramente, me parecen más plausibles los del desconocido -para mí- economista, José Carlos Díez, que los del presidente del gobierno de España. Y lo lamento profundamente, porque me afectan mucho más los del segundo que los del primero. Pero así son las cosas: falta de credibilidad y de confianza en las autoridades, dirán los sociólogos. Y tienen toda la razón.
En marzo del pasado se celebró en Madrid, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, el Duodécimo Foro sobre Tendencias Sociales que organizan desde 1995 el Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y la Fundación Sistemas. El del pasado año llevaba el título genérico de "Los nuevos problemas sociales", y sus ponencias y conclusiones se recogieron en un libro, con ese mismo título, publicado por la editorial Sistema ese mismo año.
Una de las ponencias, la titulada "Tendencias en desigualdad y desvertebración social y sus efectos políticos y económicos", está escrita por el profesor José Félix Tezanos, catedrático de Sociología en la UNED y director de la Fundación Sistema. El capítulo 7 de la ponencia está dedicado a analizar la consecuencias políticas y económicas de la creciente e imparable desigualdad que asola a los ciudadanos y trabajadores españoles. No me resisto a trascribirlo completo, rogándoles que una vez leído, lo contrapongan a las triunfalistas palabras del presidente del gobierno. Dice así el profesor Tezanos:"Los efectos y consecuencias que puede tener la actualmderiva desigualitaria son muchas en el plano moral, social y humano,aménm de las que conciernen a la propia funcionalidad y operatividad de los sistemas sociales establecidos.Una de estas consecuencias es que la actual situación económica y laboral pueda dar lugar a una especie de salto social insolidario, cuyo resultado sean unas generaciones perdidas. Esto no es una hipótesis solo, sino que es algo perfectamente plausible,que daría lugar posiblemente a situaciones de pesimismo, confusión y violencias genéricas y reactivas como reflejo del profundo malestar que se está incubando. ¿Cuáles podrían ser sus consecuencias para el orden social? Innumerables y de muy diferente tipo. Por eso extraña la poca atención que se está prestando, por ejemplo, al aumento de los patrones de conductas violentas juveniles.Algunas de las tendencias políticas derivadas de esta situación, que es preciso estudiar, seguir y detallar, son las siguientes:-Tendencia a la apatía, la indiferencia y el apartamiento político y social; no se vota o se hace en blanco y nulo. ¿Para qué votar -se preguntan algunos- si eso no sirve para nada? Lo cual puede suscitar cierta crisis de utilidad funcional de la democracia actual.-Aumento de los resistencialismos, las protestas y las muestras de rechazo y boicot organizadas. En este sentido, no habría que desechar la posibilidad de que tales protestas reactivas se manifiesten crecientemente a través de las redes, con todos sus efectos críticos en la funcionalidad político-organizativa y socio-económica de nuestras sociedades. No se están teniendo en cuenta, por ejemplo, las posibilidades de acción crítica y erosiva que podrían instrumentarse a través de organizaciones como Anonymus, sobre todo si se tiende hacia una colisión creciente.-Surgimiento de nuevas formas y manifestaciones de conflicto. No hay que minusvalorar la ira de los excluidos y la posibilidad de estallidos recurrentes de tensión, así como de nuevas protestas simbólicas y expresivas. Lo cual puede dar lugar a nuevas formas de estar en la sociedad, pero contra la sociedad. Incluso a resistencias anómicas y/o nihilistas, en un mundo sin creencias o cada vez con menos creencias.-Posibilidad de sabotajes y de violencias ciegas, como expresión de una creciente frustración y una falta de horizontes. ¿Qué tenemos que perder? -se preguntan algunos-, en un contexto en el que cada vez se explicitarán más los riesgos de una ausencia de mecanismos y procedimientos de imbridamiento sociológico (y motivacional) de muchas personas -sobre todo jóvenes-, que no se encuentran prácticamente concernidos en las sociedades actuales. Habría que recordar las advertencias, en este sentido, del informe sobre riesgos globales de 2011 del World Economic Forum sobre las posibilidades de wuer una cultura del resentimiento se instale en nuestras sociedades, con efectos corrosivos alimentados por las situaciones de desigualdad y de falta de horizontes de futuro en las que se encuentran muchas personas capaces, que se han preparado, que han actuado conforme a lo que se pedía de ellas y que ahora se encuentran frustradas y defraudadas, y que se podrían encaminar progresivamente hacia el resentimiento.-Finalmente, y como colofón de muchas de estas tendencias y perspectivas, habría que considerar también la posibilidad de que en nuestro mundo se instale una especie de cultura de la antiuotopía, como reflejo de unas sociedades divididas, en las que se difunden crecientemente visiones -y expectativas- negativas sobre el futuro, con una estratificación existencial a priori que prefigura para algunos -para muchos- un destino negativo, y lo hace de forma bastante rígida, casi inevitable. Lo cual podría llevar a la generalización de ambientes penetrados por fatalismos negativos.Las consecuencias económicas que pueden derivarse de algunas de las tendencias críticas que aquí hemos analizado podrían situarnos ante un auténtico autocumplimiento de la profecía suicida. Es decir, la profecía que solo propala negatividades y solo augura destinos críticos. Si las cosas están tan mal como se nos dice y hay que realizar tantos recortes y restructuraciones, ¿quiénes serán al final los que consuman y qué tipo de bienes y productos se consumirán en nuestras sociedades? ¿Solo los productos de lujo que únicamente comprarán aquellos ricos que cada vez son más ricos?
La desigualdad extrema -si se hace cada vez más extrema- puede acabar siendo la cuna del colapso económico y de la entropía del crecimiento. ¿Es posible el progreso económico en base solo -o fundamentalmente- a una actividad erconómica orientada a la acumulación financiera y a los consumos selectivos de unas minorías superpudientes? La disfuncionalidad económica de la desigualdad es evidente, y por ello si la desigualdad tiende a extremarse, y a concernir cada vez a más personas, la disfuncionalidad económica también tenderá a resultar más extrema, en un proceso perverso a gran escala, en el que, progresivamente, una tendencia negativa alimentará y potenciará a la otra.
Pero estos no son los únicos problemas que suscitan las actuales derivas desigualitarias. La cuestión crítica de mayor alcance es que en una sociedad que no sea implicativa y en la que no existan, ni se ofrezcan, criterios claros, realistas y creíbles para la mejora y el reconocimiento de los méritos y el esfuerzo de cada cual -sobre todo de las nuevas generaciones- ni tampoco exista solidaridad, no tardará en priducirse un derrumbe de la mayor parte de los patrones y los criterios morales y sociales sobre los que se sustenta el orden social. Y, por supuesto, acabará disolviéndose la misma estructura articuladora de costumbres, patrones sociales (y morales), motivaciones y prioridades que equilibrán un orden social dado. ¿Sobre que bases se podría sustentar sociedades de este tipo, con unos rasgos y características que evolucionen en dicha dirección? ¿En qué se podrá creer? ¿Qué imagen tendrá esa sociedad de sí misma? ¿Y de cada uno de sus integrantes? ¿Cómo se llevarán -y justificarán- unos su situación de privilegio desmedido, mientras otros carecen de casi todo? ¿Se podrán mirar algunos tranquilos en el espejo? ¿Y los otros, los que carecen de lo más necesario y no entienden por qué se encuentran privados y excluidos, y tan carentes de horizontes futuros, aceptarán pasiva y resignadamente su pobre y triste destino? ¿Qué harán para sobrevivir? ¿Renunciarán a cualquier perspectiva de poder lograr una razonable felicidad y unas perspectivas dignas de bienestar? Si no se dan cambios en algunas tendencias, y si se extreman ciertas derivas críticas, ¿nos podríamos encaminar hacia una crisis de civilización conectada a la dinámica de las desigualdades?
En cualquier caso, sin necesidad de deslizarnos hacia eventuales escenarios extremos y exagerados, habría que coincidir en que la dinámica de acentuación de las tendencias desigualitarias acabará pasando factura al conjunto de la sociedad, y muchas de estas tendencias no van a cambiar fácilmente ni van a frenarse por sí solas. Por ello, la desigualdad no debe entenderse solo como un eventual mal o problema personal (para aquellos que la padecen), sino que es también un mal social, en sí, para el conjunto de la sociedad".
Salvo imprevistos, este blog cierra hasta el año próximo. ¡Feliz Año Nuevo a pesar de todo! Que el 2014 les venga plagado de ventura y felicidad. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt
El profesor José Félix Tezanos