Decía Aristóteles en su Política, que el régimen mixto no era el óptimo de los gobiernos -conservador como era, no confiaba en la virtud política de los pobres- pero sí el que mejor convenía a la polis. Conservador pero no estúpido, Aristóteles sabía que las desigualdades eran el alimento de las rebeliones populares. Una mezcla de gobierno aristocrático -de los ricos, a los que les presuponía virtud, como si su riqueza proveniera de poluciones nocturnas y no del trabajo ajeno- y de democracia (el gobierno de los aporoi, de los pobres libres)- era el régimen adecuado a la realidad de la Atenas de su época, contaminada en su análisis por la influencia de demócratas como Solón o Pericles que apostaban por el pueblo bajo.
A los pobres, dice Aristóteles, no les interesan las cosas comunes salvo que puedan ganar dinero con ello, mientras los ricos -o los registradores de la propiedad o los empresarios o los banqueros-, pueden dedicar su ocio a los asuntos del común puesto que “no necesitan nada de la comunidad”. La remuneración de los cargos públicos puesta en marcha por Efialtés en el 461 aC buscaba ese régimen mixto, aunque eso enfadó mucho a Aristóteles -y a Dolores de Cospedal- porque así los pobres podían dedicarse a la cosa pública y poner en leyes los intereses de las mayorías. Por eso, con él, vinieron también los golpes de estado oligárquicos, aunque el músculo democrático de esos pobres libres permitió los gobiernos democráticos de los Efialtés, Pericles, Sófocles el trágico, etc. durante más de un siglo (Antoni Domenech, El eclipse de la fraternidad, Barcelona, Crítica, 2004).
Ya desde ese momento la historia ha sido el devenir de ese enfrentamiento. El de unos animales, los humanos, que necesitamos vivir juntos pero tenemos dificultades para evitar que unos cuantos vivos se queden el grueso del fruto de esa colaboración. Que los menos se queden con el trabajo de los más lo han intentado normalizar los intelectuales desde Sócrates e incluso antes (luego echaría una mano la iglesia). Cuando los trabajadores que posibilitan la vida cómoda a otros muestran los dientes, se dice que ha empezado la lucha de clases y que el trabajador, que hasta entonces era una bellísima persona, ha sido envenenado por la hidra del odio y ahora se ha convertido en un adversario.
El diseño de la democracia siempre es el resultado de la tensión entre las mayorías trabajadoras y las minorías que se benefician del trabajo de los demás. En ese tira y afloja (que es material e intelectual), cada vez que las mayorías han aflojado, las minorías han estirado. Derrotados en la Segunda Guerra Mundial los enemigos de la clase obrera (que en ese momento tenía manos, peto y rostro), los vencidos, junto con algunos de los ganadores, acordaron el Estado social, una suerte de régimen mixto que evitaba el riesgo de levantar en Europa el gobierno de los soviet que imperaba en la floreciente Unión Soviética.
Pero fue caer la URSS y tomar la decisión el partido de los oligarcas -un partido con sucursales en cada país- de terminar con la redistribución de la renta. Había que poner fin al Estado social. Y otra vez al tira y afloja, con el agravante de que el bienestar conseguido por esa última victoria debilitó fuertemente la capacidad de lucha de las mayorías.Los partidos de izquierda y los sindicatos se habían domesticado junto con sus afiliados, y cantar “en pie famélica legión” con una barriga de tebeo era casi como pedir limosna vistiendo un traje de Armani (aunque luego los bancos lo harían, pero esa es otra historia). Por eso, para el regreso de la economía y el fin de la política bastaban figurantes y payasos para dirigir la función (Juan Pablo II, Reagan o Berlusconi), eso sí, siempre acompañados en los momentos duros por los represores (Thatcher o Pinochet) o por los conversos (Gorbachov o Tony Blair). No ponemos aquí apellidos hispánicos para que cada cual complete el cuadro con los datos nacionales.
La cuestión de fondo es que cuando hay crisis económica, el gobierno aristocrático (que en realidad es un gobierno plutocrático, es decir, de los ricos o, en cualquier caso, para los ricos) es incompatible con el gobierno democrático. Es verdad que, como en la Grecia clásica, en esas tesituras aparecen casos de corrupción personalizados, pero siempre son calderilla en comparación con el robo de las arcas públicas realizado por empresarios que tienen en nómica a los políticos y cuentan con el beneplácito de jueces corrompidos en el silencio de sus no decisiones o con el escándalo asumido de sus decisiones. En la lucha entre las dos formas de gobierno, dependiendo de la correlación de fuerzas triunfará uno u otro. Aunque eso sí, el triunfo del gobierno en favor de las minorías siempre se hará en nombre del beneficio de las mayorías ya que, en caso contrario, las masas enfurecerían y querrían recuperar el fruto íntegro de su trabajo.
Las minorías, para ese trabajo, siempre recurren a algún personaje oscuro que protagonice el golpe. Puede ser un estratega como Alcibíades, un general africanista como Franco o De Gaulle, un pinto de brocha gorda como Hitler o un registrador de la propiedad como Rajoy. En caso de triunfo, siempre serán vistos como héroes, porque la historia la escriben los vencedores. O puede ser que la correlación de fuerzas no les sea favorable y la historia les niegue la posibilidad de ser vistos como héroes de la antiguedad.
Los veranos siempre han sido épocas de mucha fiebre popular. Una parte de la suerte de Rajoy tiene que ver con la decisión de los suyos que, en el fondo, son los que ponen magistrados del Tribunal Constitucional, Presidentes de Cajas, Delegados Generales de multinacionales y directores de Televisión Española. Es el PP una empresa compleja llena de complejos intereses. La otra parte de su suerte tiene que ver con la decisión de los demás. Si Rajoy resultara héroe, su hazaña merecería ponerse al lado de las otras grandes aportaciones hispánicas al acervo político europeo: “esto se debe a una conspiración judeo masónica internacional”, “se sienten coño” o “la lucha contra Al Qaeda empezó en el 711 y Lepanto fue una de sus hermosas gestas”. Igual nos merecemos los gobernantes que tenemos. O no.