Los que esperan que el PP reforme el sistema y consiga que la partitocracia española se deslice hacia una verdadera democracia se decepcionarán, pero se sentirán satisfechos los que sólo buscan con el cambio de gobierno más sensatez y decencia. Las propuestas anticipadas por Rajoy son razonables y auguran un resurgimiento, aunque nada espectacular, de la vida económica española, hundida y destrozada por los socialistas.
Mariano Rajoy, ha rechazado el impuesto del patrimonio, porque lo considera "un disparate, un impuesto absurdo, injusto y obsoleto", según declaraciones emitidas el lunes 19 de septiembre por la cadena Ser.
Rajoy ha anunciado, además, que "no tocará el IRPF", pero rebajará "en 5 puntos el impuesto de sociedades" y hará que nadie pague el IVA hasta que no lo haya cobrado". También reformará el sistema de módulos de los autónomos y rebajá 10 puntos la tributación de "todos los beneficios de la empresas que se dediquen a reinvertir y a crear empleo". Facilitará también la creación en las empresas "de una cuenta especial" para compensar con el pago de impuestos las deudas que tengan con ellas las administraciones públicas.
Rajoy ha recordado que el mayor problema que tienen ahora los española es que "hay 5 millones de personas que quieren trabajar y no pueden y que el 45% de los jóvenes están en el paro". Para Rajoy se trata de "un drama" y por eso ofrece "un plan de 4 años para generar empleo", que será la prioridad de su política fiscal.
Son declaraciones sensatas y adecuadas para ir saliendo de la crisis y para eludir el drama de piobreza, desempleo y desprestigio en el que nos han metido los socialistas. España, con las medidas propuestas por Rajoy, empezará a respirar, por lo menos, y a prepararse para avanzar cuando la crisis lo permita. Sin embargo, que nadie espere de Rajoy un plan de reformas que fortalezca la democracia, ya que el PP es demasiado parecido al PSOE en aspectos como el culto a la partitocracia, la lejanía con respecto al ciudadano, la financiación opaca del partido y una fácil convivencia con la corrupción y vicios como el despilfarro y la arrogancia del poder.
Las declaraciones de Rajoy, realistas y coherentes, contrastan con las demenciales propuestas de un Rubalcaba que, desesperado porque las encuestas le condenan a la derrota, da golpes de ciego y comete errores fatales, como resucitar un impuesto tan injusto como el del Patrimonio, lanzar guiños a un movimiento 15 M cada día más dominado por los totalitarios o apoyar la insumisión catalana ante las leyes que obligan a la Generalitat a colocar en un plano de igualdad al español y al catalán.
La imagen de un Rajoy sereno y tranquilo calma los nervios de una sociedad española desquiciada y asustada ante la profundidad del foso donde ha sido precipitada por las insensateces y mal gobierno de Zapatero y su gobierno, en el que el candidato Rubalcaba ha tenido un protagonismo destacado, del que ahora, de manera truculenta, pretende distanciarse.
Resulta evidente que el cambio de gobierno será positivo, aunque insuficiente para solucionar los problemas de España, que no son únicamente económicos. La corrupción, la ineficacia, la división, la desmoralización y la injusticia generalizada tienen su origen en una democracia degradada que se ha transformado en una despreciable dictadura de partidos y de políticos profesionales. El PP no es la solución de ese drama porque, al igual que el PSOE, es un partido fiel a la partitocracia. La única solución de ese gran problema español es una profunda reforma del sistema que de a luz una verdadera democracia de ciudadanos, con los poderes del Estado funcionando en libertad, con leyes que castiguen a los culpables y respeten la presunción de inocencia, con un Estado sobrio y ajustado a las necesidades del país y con unos partidos políticos y unas instituciones del Estado sometidas a control, sin la impunidad práctica que disfrutan en el presente.
Es probable que tuviera toda la razón Tocqueville cuando afirmaba que la izquierda se corrompía antes y más que la derecha; porque ésta tiene su fortuna hecha; y aquélla, por hacer.