Mariano Rajoy acaba de afirmar que contará con toda la oposición para gobernar si gana las elecciones.
Dice un sondeo publicado este domingo en La Vanguardia, periódico barcelonés cercano al nacionalismo de CiU, que el 20 de noviembre obtendrá 186-192 diputados, que son como mínimo diez más que la mayoría absoluta, mientras que el PSOE perderá entre 48 y 54 escaños de sus 169 actuales.
Parece lógico que Rajoy como gobernante le pida ese apoyo a la oposición para salvar la debacle económica atraída por el dogmatismo recalcitrante de Zapatero y los suyos, Rubalcaba también, no por la crisis internacional.
Ayuda que le negará el PSOE, ávido de venganza, pero que quizás le darán algunos de sus antizapateristas recién conversos, aparte del centroderecha nacionalista catalán y vasco.
El catalán, para obtener un concierto económico similar al de Vitoria y Pamplona, y el vasco porque obtendrá 5-7 diputados –ahora 6--, y pegado a él aparecerá un rival muy peligroso, la coalición radical con filoetarras Amaiur, que logrará 4.
El gran damnificado, el PSOE, puede serlo más si el PP utiliza propagandísticamente el programa insolidario del socialismo catalán encabezado por Carme Chacón, que exige con otras palabras un concierto homologable al vasco y navarro.
Quedarse con todos los impuestos y regatearle una parte al Estado es una demanda lógica de nacionalistas.
Pero radicalmente antisocialista, aunque ya la planteaba el primer Estatuto catalán Zapatero-Maravall, aquella febril iniciativa de ideas deslavazadas.
El enigma es saber qué hará Rajoy con la exigencia de CiU, aunque, recordemos, hace un mes dijo que “la estudiaría”.
Si el PP la ataca en esta campaña electoral será señal de que la rechaza, pero si calla es que, pese a la previsible mayoría absoluta, podría rendirse ante el nacionalismo.
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