Mariano Rajoy y su equipo de autoritarios disfrazados de demócratas siguen desbarrando y evidenciando sus carencias democráticas y su espíritu de sátrapas. El ministro de Exteriores Margallo, que es el que, según los asesores de Rajoy, comunica mejor de todo el gabinete, acaba de "meter la pata" de nuevo afirmando que Rajoy comparecerá para informar sobre el caso Bárcenas y tranquilizar a la ciudadanía, pero que lo hará "cuando él lo estime oportuno". Es ahí donde se le ve el plumero antidemocrático porque el deber del presidente es comparecer no cuando él "lo considere estime", sino cuando lo demande el pueblo, que es quien tiene la soberanía y el protagonismo en democracia. Son franquistas mal reciclados y, como sus colegas socialistas, nacionalistas y de Izquierda Unida, totalitarios fatalmente travestidos de demócratas.
Rajoy tiene que comparecer no cuando él lo considere oportuno, sino ya, porque el pueblo español necesita recibir explicaciones y conocer la verdad. Debería haberlo hecho antes, inmediatamente, para disipar las inmensas sospechas de que el gobierno está minado de corrupción y que el Partido Popular se ha financiado ilegalmente, cumpliendo así con su deber democrático de informar con veracidad y transparencia a los ciudadanos, pero si lo hubiera hecho no sería Rajoy y habría obrado como un verdadero demócrata.
El arrogante presidente se cree con derecho a hacer lo que él quiera y así únicamente exhibe su talante autoritario y ajeno por completo a la democracia y a la decencia política.
Rajoy es ya un escándalo mundial por su comportamiento ajeno por completo a la democracia. Hasta "The Economist", en su último número, insta al presidente español a asumir "responsabilidades" por los oscuros secretos de su partido y vaticina que será muy difícil que pueda resistir las presiones que recibe, no sólo de los partidos adversarios sino también de su propio pueblo, de muchos de sus colegas democráticos y de muchos pensadores y politólogos de todo el mundo.
Rajoy cree que haber sido elegido en las urnas le otorga un cheque en blanco para hacer lo que quiera, pero eso no es así en democracia, donde los representantes deben rendir cuentas a sus ciudadanos y ganarse permanentemente la confianza de sus pueblos. Rajoy acaba de decir que son las urnas las que otorgan legitimidad a los gobiernos, pero, según la democracia, las urnas dan legalidad y una legitimidad de partida, que debe conservarse en todo momento. La democracia se basa en la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes. Si esa confianza se pierde, la legitimidad se esfuma y los políticos en el poder se tornan opresores. Además, el gobierno de Rajoy carecería de legitimidad si se hubiera financiado ilegalmente, como dice Bárcena y sospechan millones de españoles y tampoco sería legítimo porque ganó las elecciones con un programa que ha incumplido, defraudando a sus votantes, toda una brutalidad intolerable en democracia.
Cuando hablan de democracia o de poder cometen errores sorprendentes y la única razón es que no son demócratas y desconocen por completo la democracia. No hace mucho Rajoy afirmo que él no había cumplido sus promesas electorales, pero sí su deber. El pobre diablo ignoraba que el primer deber de un presidente de gobierno es, precisamente, cumplir lo que prometió a los que le votaron. Incumplirlas siempre te convierte en un "trilero" sin legitimidad.
Revista Opinión
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