Hay en Ramiro Pinilla un aliento de verdad que conmueve, que vence y convence sin esfuerzo. Leer "Las ciegas hormigas" es volver a transitar caminos que antes recorrieron autores como John Steinbeck en "Las uvas de la ira" y William Faulkner en "Mientras agonizo". Y nuestro autor no se queda atrás en el intento, no desentona al lado de esos dos monstruos sagrados de la literatura. Sé que puede parecer un exceso por mi parte, una afirmación exagerada, pero creo que los que lean este libro van a a hallar en él argumentos suficientes para sostener tal juicio. La elección de un punto de vista múltiple, sustentado en las voces interiores y rememorativas de la madre, los hermanos, la niña, el niño, el tío, la abuela de una familia que vive días inolvidables, tan firmemente llevada hasta el punto final con que concluye la novela solo puede ser obra de un gigante de la narrativa. La perfecta mezcla de narraciones en un estilo omnisciente y otras que son el resultado de un flujo de conciencia no es un logro al alcance de cualquiera tampoco. El equilibrio fundamental que alcanza uniendo la prosa más alta y más bella con la más sencilla y fácilmente comprensible sólo la he visto yo en muy contados autores.
Un barco, por culpa de un temporal, arroja su carga de carbón y todos los habitantes de un pueblo luchan contra la noche, la inclemencia del tiempo hostil, el frío, la posibilidad de la muerte para conseguir una parte rescatándola de la playa y de las rocas. La familia de Sabas Jáuregui participa en la recogida alucinada y ciega, desesperada, antes de que amanezca y los carabineros vengan a detenerlos y a requisar todo lo que hayan conseguido arrancarle al mar. La narración de Ramiro Pinilla es épica pero nunca cede a la fácil entronización de lo extraordinario para separarlo de lo más común y realista, de lo más palpable y real: es el primer y mayor acierto con que nos topamos leyendo esta magnífica novela. Los personajes cuentan lo que van viendo y haciendo pero siempre desde su yo más íntimo, desde el lugar más descarnado en que habita su más honda verdad. Hay pasajes en que uno parece que está palpando a esos desdichados, a esos sufridores que siguen adelante porque el padre sigue adelante, que resisten todo y contra todo porque el padre ha entregado su alma al trabajo y a la misión del pobre de aquella época y de todas las épocas: la continua lucha hacia delante, sin pararse a pensar en nada que estorbe el avance. Las penalidades crecen, se enredan a los cuerpos de los personajes y a sus pensamientos, tratan de ahogarlos, pero, como en toda tragedia perfecta, sabemos que hasta el final no habrá tormenta, dolor ni ser mítico o real que pueda pararlos. Y Ramiro Pinilla nos conduce a la conclusión de este libro imperecedero con un brío y mediante un intachable procedimiento de pequeños giros en la trama y sanísimo suspense al que nadie podrá sustraerse.
"Las ciegas hormigas" se publicó por primera vez en 1961. Nadie lo diría. No ha envejecido ni un ápice. Al contrario: su vigencia es absoluta, tanto en el lenguaje como en la manera de contar y de presentar a unos personajes y una historia novelada que acaso está sacada de la más pura realidad y que a ratos nos deja el mejor sabor que un libro no autobiográfico puede suscitarnos, pues pensaremos siempre que todo cuanto hemos leído y descubierto es posible y no ha podido llegarnos de mejor forma. Asimismo, en la literatura española siempre quedará ya la figura de Sabas Jáuregui, un personaje inmarchitable, de calado tan profundo como el de Pascual Duarte o la Celestina. Con mucha felicidad y mucha satisfacción lo escribo.
Texto recomendado: Un excelente relato corto en el blog de Raúl Ariza: "Sangre de mi sangre"