Revista Cultura y Ocio
Mencionado por:
Marisa de la Peña
Menciona a:
Isidro Hernández
Rafael–José Díaz
Bruno Mesa
María José Alemán
Alejandro Rodríguez–Refojo
Iván Cabrera Cartaya
Francisco León
Julio Martínez Mesanza
José Carlos Cataño
Jordi Doce
Bio-bibliografía
Nació en 1989 en Santa Cruz de Tenerife. Ha publicado La desgracia de Orfeo y El desdén de Colombina (Ediciones Idea, 2007), libro que recoge dos obras de teatro, y el poemario Tratado de la luz (Ediciones Idea, 2008). En la actualidad, es estudiante de Derecho en la Universidad de La Laguna y mantiene el blog Cuaderno de fulgores (http://cuadernodefulgores.blogspot.com/), donde publica poesía y prosa. Además, ha realizado lecturas de su obra poética en medios radiofónicos, y colabora en la revista de arte y humanidades Nexo, editada por el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias.
Esbozo de poética
Quisiera fundar mi poética –al menos en parte, ya que ninguna poética describe todo lo complejo de la poesía– sobre dos grandes ideas: el flujo y el misterio. Concibo la escritura como una suerte de camino que se dilata en el tiempo; como el río de Heráclito, donde nadie podría sumergirse dos veces; como una realidad fluyente que nunca termina de gestarse, siempre inacabada y siempre inagotable. El poeta, en un insólito viaje, recorre los senderos de la palabra como un laberinto de múltiples salidas, conociendo sólo a medias el sentido final de sus pasos. Tradición y novedad, intuición y lógica lo guían, como tensiones enfrentadas que se necesitan mutuamente para engendrar un poema. Sin duda, en ese laberinto se dan incertidumbres, vacilaciones, dudas y cambios de rumbo, pero la suma de todos los pasos acaba urdiendo, inevitablemente, un itinerario, un viaje, una andadura.
Por otro lado, considero que la poesía, en buena medida, es el fruto de una convivencia con el misterio, es decir, con los interrogantes de la vida humana. El canto sólo surge en la conciencia del poeta cuando éste se acerca a lo inefable, cuando se siente asombrado en su contemplación del mundo. Para alcanzar ese estado de asombro, debe comenzar una búsqueda incesante de su inocencia perdida, una búsqueda que jamás llegará a su fin, pues el retorno a la absoluta inocencia es imposible, pero que le ayudará siempre a recobrar algún fragmento, algún vestigio, alguna señal de aquélla.
Poemas
Las montañas de Anaga
I
Absortas en el sueño de las piedras,
ante mis ojos nacen
las montañas de Anaga.
Innúmeras edades han fraguado
sus rocas y laderas.
Barbusanos, madroños y laureles
verdean sus caminos.
Los dragos y palmeras se dibujan,
en las paredes de sus hondonadas,
como guardianes solitarios.
Todos forman el bosque
sagrado y más anciano de esta isla,
anudándose al suelo,
con sinuosas raíces,
urdiendo la espesura de sus frondas,
bañadas en rocío.
Se desliza la bruma, leve y fresca,
a través de las cimas escabrosas.
Mis pensamientos rondan esas cimas,
atalayas de mudas soledades,
a donde ni siquiera
los caminantes suben.
Si los montes me abriesen un sendero,
subiría hasta ellas
en busca del silencio más hermoso,
del sosiego absoluto,
donde acaso mi alma
lograría fundirse con la isla.
Mas sus paredes altas, escabrosas,
sólo me dejan verlas a distancia.
Las olas de un océano lejano,
volutas espumosas,
estallan en los filos
de los acantilados.
Los montes y el océano me advierten
mi brevedad humana.
Su inmutable silencio me recuerda
que nada son los años
pasajeros de un hombre
ante la edad inmensa de esta isla.
II
Los roques desgastados, que han sufrido
la erosión de los vientos y las lluvias,
me descubren la fuerza de esta isla.
Envueltos en las frondas y las nubes,
emergen de las crestas de la inmensa
cordillera de Anaga.
Parece que esos roques elevasen
al zafiro celeste,
con muda voz, un canto de silencio,
canto de inmemoriales resonancias.
Nocturno
Cuando la isla duerme,
en abismal silencio
se sumergen sus valles y montañas.
Las ráfagas de viento
zarandean sus árboles durmientes,
frondosas manchas negras.
En sus playas resuenan los gemidos
de un océano insomne.
El ruido sempiterno de las olas
trae consigo voces de sirenas,
que llaman a los barcos,
en vano, desde el agua.
No temas a la noche, que mis ojos
han de velarte, fieles.
Regazo tenebroso,
un lecho nos acoge.
Las estrellas fulguran
como súbitas luces de recuerdos.
Yo, terco y desvelado,
me asomo a la ventana para verlas,
y vuelvo a la tibieza de ese lecho
donde yacemos ambos,
en busca de mi sueño fugitivo.
En medio de la noche,
quiero sólo tu suave cercanía.
Quiero sólo que duermas a mi lado,
navegando los mares de tu sueño.
Quiero sólo que el viento rumoroso
no nos lleve jamás de nuestro lecho,
donde los besos duermen.
La luz devuelta
Tú me devuelves, con tus manos tibias,
la luz que yo perdí sin darme cuenta
y creía perdida sin remedio.
Has andado las calles recogiendo
los mil fragmentos de la luz quebrada,
que los vientos, airados,
dispersaron en todas direcciones.
Asiéndome a tus manos,
desando los caminos de la angustia;
vuelvo a los manantiales
de la alegría clara.
Como un hilo invisible,
tu voz me va mostrando la salida
del negro laberinto
de mis desolaciones.
Mis ojos, en los tuyos,
descubren una aurora
desconocida, nueva.
Sólo tú me devuelves la esperanza,
que ayer agonizaba, moribunda,
y ahora cobra fuerza, más que viva.