Se ha esforzado tanto Pablo Iglesias en marcar cuál es la diferencia entre Podemos y el resto de partidos de la casta, que parece inverosímil cualquier explicación del caso Ramón Espinar; a fuerza de señalar a los demás uno termina por señalarse a sí mismo para demostrar dónde está la diferencia. Así, resulta que el propio Espinar afeaba el comportamiento de Willy Meyer tachándolo de “privilegiado y de otros tiempos”, hace un par de años, por tener participaciones en fondos de pensiones privados gestionados por una sicav, Llamazares lo recordó ayer en twitter, apuntando además que “cada uno es responsable del listón de su ética”. La adjudicación de la vivienda que luego Espinar vendió se circunscribe en la misma órbita privilegiada de la que gozó el eurodiputado de izquierda unida (que por cierto dimitió).
El problema de establecer un listón es que el primero que deberá saltarlo, demostrando así que la altura es aceptable, es aquel que exigió su colocación, súbalo usted unos centímetros más, que yo puedo. Para la ética no hay diferencia entre robar un euro o robar diecinueve mil, para el código penal si. Pero Podemos no juega a favor del código penal si no a favor de algo mucho más elevado y voluble: la ética.
Entre lo que está bien y lo que está mal se mueve una línea que juzga a los demás y que si uno mueve a su antojo corre el riesgo de verse atrapado por ella. Desde que irrumpieron en el Parlamento, los de Pablo Iglesias juguetean con enfrentar lo nuevo y lo viejo, lo claro y lo oscuro, lo valiente y lo miedoso, lo moral y lo amoral. En esta dialéctica se mueven con vehemencia los morados acusando a los demás, poniéndose ellos como adalides de una virtud que apenas han tenido tiempo de demostrar.
Todo suena extraño en el caso de Ramón Espinar siempre que adoptemos la misma lógica que presupone el partido del círculo morado: honorabilidad, honradez, humildad, sentido de la responsabilidad, etcétera. El problema no es que el aspirante a líder del partido en Madrid haya cometido un delito (porque no lo hay), ni que haya incurrido en falta ética ni que haya abusado de su posición como hijo de un consejero de Bankia, el problema es que quizá el Rey ande desnudo, y aquel eslogan del 15-M “no nos representan” sea aplicable también al partido que se arroga la legitimidad de los indignados.
Pablo Iglesias tiene otra oportunidad para demostrar que su juego dialéctico (su propuesta) va en serio, basta con no permitir ni un solo desliz, ni una sola falta, ni un solo atisbo de bajeza. Es tan fuerte la tentación y tan débil la carne.