Estatua de Ramon Llull en la Universitat de Barcelona.
Ramon Llull (1235-1316) fue el responsable de la creación del catalán como lengua literaria, una tarea gigantesca, y a lo largo de los ochenta años que duró su vida, escribió doscientos cincuenta y seis textos en catalán, latín y árabe – que suman un total aproximado de veintisiete mil páginas –, y el esfuerzo editorial que conlleva la versión definitiva de la obras completas de Llull sigue pendiente todavía hoy. Llull fue el primer hombre desde la antigüedad que escribió textos filosóficos en la lengua de su gente, que luego tradujo al latín para hacerlos accesibles a los neoaristotélicos. Fue, alternativamente, un calavera, poeta que cantaba al amor, hombre de letras, místico, filosofo, hombre de acción y misionero. Sin duda uno de los hombres más cultos de su tiempo, dominaba al menos seis lenguas – incluido el árabe, al que había dedicado nueve años de estudios –. En realidad la filosofía árabe impregnaba su pensamiento, y la poesía islámica embellecía la riqueza extática de sus frases y metáforas. El hecho de que Llull bebiera de las fuentes del sufismo constituye uno de los principales rasgos que definen su obra frente a la monótona producción latinizante de los escolásticos ortodoxos.
Generalmente se considera que su obra maestra literaria es el Llibre de Contenplació de Déu, de 1282, una poética amalgama de introspección y teología, en cierto modo en la línea de las Confesiones de san Agustín. Sin embargo, lo cierto es que sus trabajos abarcan un campo muy amplio que ve desde el razonamiento filosófico y la especulación teológica hasta las efusiones místicas exaltadas del Llibre d’Amic e Amat, desde la poesía autobiográfica de las ilusiones perdidas – Cant de Ramon y Lo Desconhort – hasta un tratado acerca de la conducta y ética del caballero cristiano –Llibre de l’ordre de caballería – del que es deudor toda la tradición española de la literatura caballeresca. También escribió, en catalán, lo que probablemente sean las dos primeras novelas en lengua romance después de los romances artúricos franceses: Fèlix o Llibre de Meravelles y Blanquerna, una narración utópica de la vida del siglo XIII, que gira en torno a la ascensión de un joven amante a monje, cardenal y papa hasta el abandono definitivo de su elevada posición para abrazar una vida de ermitaño.
Sin embargo, Llull dedicó prácticamente todos sus esfuerzos a las obras enciclopédicas, en las que intento llevar a cabo una ambiciosa síntesis de los conocimientos existentes bajo el signo del pensamiento aristotélico con el fin de preparar el terreno para la heroica y también imposible ambición de su vida: completar las conquistas mediterráneas de su rey, Jaime I, a través de la conversión de todo el mundo islámico al cristianismo. Llull, inmerso como estaba en el pensamiento árabe, desconfiaba de la ideología salvaje y cruel de las cruzadas. Estaba seguro de que simplemente mediante el razonamiento era posible convencer a los árabes – a cuyos filósofos y archiveros se debía, al fin y al cabo, la conservación de todo el corpus de escritos de Aristóteles y su restitución a Europa – de la superioridad del cristianismo frente al Islam. Guiado por este propósito, en un monasterio cisterciense compuso el principal de dichos textos, el Ars Magna o Ars Compendiosa Inveniendi Veritatem (El Arte Marga o Compendio del arte del descubrimiento de la verdad). Estaba decidido a poner sus ideas en práctica en calidad de misionero. Por este deseo, Ramon Llull – que se apodaba a sí mismo Ramón el Loco y era llamado el Gran Fantástico por otros – pagó con su vida.
Llull había nacido en Palma de Mallorca, en el seno de una familia de terratenientes originaria de Barcelona que se había establecido en la isla inmediatamente después de la conquista de Jaime I. De muy joven, había llevado, según sus propias palabras en Lo Desconhort, una vida disoluta:
Can fui gran e sentí del mon sa vanitat,
Comencé a far mal e entré en pecat
Oblidant Déus gloriós, siguent carnalitat…
Cuando me hice mayor y sentí la vanidad del mundo,
Empecé a hacer el mal y caí en pecado,
Olvidando la gloria de Dios, abrazando lo carnal…
Compuso un importante caudal de poesia trovadoresca, en buena parte licenciosa, que él mismo destruyó, según cuenta la leyenda, a raíz de una serie de visiones que le asaltaron al cumplir los treinta años. En efecto, una hermosa mujer que se le apareció montada a caballo, él la siguió hasta el interior de una iglesia donde ella, después de desnudarse, se volvió para dejar al descubierto unos pechos devorados por horrendos tumores. En otra ocasión, mientras escribía un poema amoroso a una mujer casada, Cristo se materializo ante sus ojos – no una vez, sino cinco – clavado y doliente en la cruz.
Llull cambió radicalmente de vida y se convirtió en un nómada. Alrededor de 1265 renuncio a sus posesiones , nombró a unos fiduciarios para que cuidaran de su esposa y familia y emprendió un peregrinaje religiosos y literario que se prolongaría a lo largo de cincuenta años. En esta empresa tuvo como mentor a un catalán de mayor edad, un clérigo vinculado a la casa real de Barcelona, el futuro san Ramon de Penyafort. Desde entonces, la existencia de Llull se vería dividida entre los monasterios, la corte y el profundo mar azul. Escribió y estudió durante periodos de retiro que duraron varios años, y, a intervalos, ejerció de tutor de la familia real educando al futuro rey Jaime II. El resto del tiempo lo dedico a viajar y peregrinar. Conocía Montpellier y Aviñon, Roma, Génova y París, Libia, Egipto y Chipre, y llegó hasta lugares tan remotos como el Asia Menor. Cuando contaba apenas cuarenta años, le concedieron una cédula real para que fundase Miramar, una escuela para la educación de misioneros, situada en los acantilados de Mallorca frente al mar, pero fracasó estrepitosamente, debido quizá a que sus pupilos quedaron pronto agotados por la energía carismática de Llull.
Llull no volvería a ver Mallorca hasta cumplir los sesenta años. Entretanto se dedico a hacer y rehacer sus viajes a través del Mediterráneo instando a reyes y prelados a adoptar una postura tan sumamente contraria a la visión que ellos tenían del Islam que se les antojaba una herejía y hasta una locura. Para convertir a los árabes, argumentaba Llull, es necesario, en primer lugar, comprenderles. De ahí la necesidad de creación por parte de la Iglesia de una red de escuelas en las que poder estudiar las religiones y filosofías no cristianas así como las lenguas vernáculas de Oriente Medio. Esta excelente idea cayo prácticamente en saco roto. A los moros había que matarlos, no estudiarlos. Solo la Corona de Aragón y su brazo religioso, la orden de los dominicos, se mostraron receptivos a la idea de enseñar las lenguas vivas de Oriente Medio. El amigo y mentor de Llull, Ramon de Penyafort, había fundado ya dos escuelas gemelas, una en Túnez y la otra en Murcia, dedicadas a la enseñanza del árabe y del hebreo. Gracias a la influencia de Llull, Cataluña captó a toda una serie de clérigos doctos que se enzarzaron en interminables y tortuosas disputas teológicas con sus homólogos de Marrakech y Bagdad. Sin embargo, el sueño de Llull de conducir a los seguidores de dos religiones monoteístas como el Islam y el Judaísmo hasta el redil de una tercera, el cristianismo, por obra y gracia de la exégesis y la retórica, estaba obviamente condenado al fracaso. Más tarde, fue el fracaso lo que le acosó constantemente, como escribió en su Cant de Ramon:
Sóm hom vell, paubre, menyspreat,
Ni hai ajuda d’home nat
e cap trop fait emparat.
Gran res hai del món cercat,
mant bon eximpli hai donat;
poc són conegut e amat
Vull morir en pèlag d’amor…
Soy un hombre anciano, pobre, despreciado,
Nadie me ayuda
y he iniciado un trabajo demasiado ambicioso.
He buscado un gran empresa en este mundo
y dado muy buen ejemplo:
poco se me conoce y aprecia.
Deseo morir en piélago de amor…
A su debido tiempo, Llull iba a ver cumplido el dramático deseo de este ultimo verso. Tenia más de ochenta años y era un anciano delgado, delicado pero firme, de un temple forjado a los largo de décadas de pobreza y convicciones vehementes cuando, hacia 1315, emprendió su ultimo viaje al norte de África para predicar entre los árabes y sufrió un ataque de un grupo de fanáticos que le dieron por muerto. Fue entonces cuando la tripulación de una embarcación genovesa lo rescató y puso rumbo a Mallorca. Llull murió, según se dice, sin llegar a ver sus costas.
Fuente: Barcelona. Robert Hughes. Editorial Anagrama, Colección Argumentos. Edición de 2007.