Hola mis poetas:
Parece increíble, pero varios misterios que rodeaban a uno de los crímenes políticos más famosos de la antigüedad han sido resueltos hace apenas cuatro años gracias a las nuevas tecnologías.
El faraón se encontraba en uno de los varios harenes que rodeaban su palacio de Tebas. Allí disfrutaba de sus esposas y bajo la atenta mirada de las sirvientas. Danza, música, bebida, juegos y también sexo eran las diversiones habituales. Ramsés III se encontraba tranquilo, con la guardia baja.
Fue entonces cuando alguien se le acercó por detrás. Su presencia no estaba prevista por el monarca, pero sí por quienes habían preparado cuidadosamente la conspiración. Llevaba un cuchillo en la mano. Con decisión recorrió la distancia que todavía le separaba del rey del Alto y Bajo Egipto y le rebanó el cuello: lo degolló. Ramsés III ni siquiera alcanzó a ver a su asesino antes de morir.
La momia de Ramses III
LA CONSPIRACIÓN DEL HARÉN:
La escena tuvo lugar hace casi 3.200 años y constituye un episodio decisivo de la Historia de Egipto, conocido como “la conspiración del harén”. Una esposa secundaria de Ramsés III orquestó el complot para acabar con el faraón. Su objetivo era intentar que fuera su hijo - y no otro candidato - el que subiera al trono. Los egiptólogos saben desde hace setenta años - por la traducción de un papiro- que la maquinación no logró los resultados esperados y que sus responsables fueron juzgados y condenados a muerte, pero se desconocía hasta hace poco si la victima de la conspiración había llegado a fallecer durante la traición o había sobrevivido.
El misterio quedó aclarado hace apenas cuatro años, en 2012, cuando un equipo de paleontólogos comandado por el experto alemán Albert Zink estudió en profundidad la momia del faraón, escaneandola y sometiéndola a tomografías computerizadas y análisis de ADN. Lo que encontraron fue sensacional: los vendajes alrededor de su cuello habían ocultado la presencia de un gran tajo, de una anchura de 7 centímetros y lo suficientemente profundo como para haber provocado la muerte en el acto del poderoso emperador.
Los embalsamadores se habían esforzado por ocultarlo y habían mostrado un último signo de piedad hacia su soberano: durante la momificación, introdujeron en la herida un amuleto de Horus. Su función era la de sanar el corte producido, para que el faraón no lo sufriese en la otra vida.
Todo esto ocurrió en 1153 a. C, cuando Ramsés III había sobrepasado ya los treinta años de reinado. Era por entonces un anciano, que rondaba los 65 o 70 años y que no gozaba de buena salud. En palacio y en el harén se sabía que su final estaba cerca y algunos decidieron que era el momento de darle un empujoncito a la naturaleza para que el relevo generacional fuese más rápido.
La artífice de este cruento golpe de Estado palaciego fue Tiy, una esposa de segunda categoría del faraón. Alguien como Ramsés podía tener decenas de ellas, en muchos casos fruto del establecimiento de relaciones con otros reinos, o de la renovación de las alianzas preexistentes; por eso se las llamaba también esposas diplomáticas. El envío de una princesa al faraón era una forma de sellar un buen acuerdo con Egipto para los reyes vecinos de África u Oriente Medio.
Amuleto de Horus
UN CRIMEN POLITICO Y PASIONAL:
La existencia de una conspiración era un suceso conocido para los historiadores desde que el egiptólogo Adriaan de Buck tradujo completamente en 1937 un papiro que explica con todo lujo de detalles lo ocurrido. Al documento se le conoce como “Papiro Judicial de Turín”. Contiene la relación completa de quienes participaron en la conspiración, así como el veredicto del juicio al que fueron sometidos y los castigos que los magistrados decidieron aplicar a cada uno. El papiro se escribió con toda probabilidad para ser expuesto en la plaza pública y que todo el mundo pudiera leerlo, de forma que sirviera como advertencia para atemorizar a quien en el futuro pudiera tener la tentación de repetir una felonía semejante. Junto a este documento fundamental, hay varios papiros más que han permitido completar el conocimiento de lo sucedido, a pesar del mucho tiempo transcurrido. Y lo que narran no desmerece para nada el mejor thriller político-pasional de nuestros días.
En esta conjura palaciega participaron al menos treinta componentes del círculo de personajes más próximos al faraón: lo sabemos porque fueron detenidos, acusados y condenados. En el grupo también había un príncipe, Pentaueret, personaje fundamental en la trama ya que era a él a quien querían situar en el trono su madre, la citada Tiy, y sus secuaces. El legítimo heredero era Amonhirkhopshef (que reinaría como Ramsés IV), quinto hijo del faraón y de su esposa principal. Cuando se fraguó la conspiración, Ramsés estaba aquejado de múltiples dolencias. Los análisis de su momia muestran evidencias de que sufría una arteriosclerosis galopante. El final estaba próximo para él y la ambiciosa Tiy deseaba fervientemente alterar el orden natural de la sucesión.
Ramsés IV
TERRIBLES CASTIGOS PARA LOS CONJURADOS:
Para ello se había ganado el apoyo de otras concubinas reales, que a su vez la habían ayudado a captar adeptos del máximo nivel para su causa. Uno de los principales era el ministro del Tesoro, un general que también era hermano de una de las integrantes del harén. Otros participantes notables eran dos sacerdotes expertos en sortilegios y magia negra.
Un grupo de golpistas numeroso, bien situado en palacio y con una organización minuciosa: todo estaba muy bien planeado. Y el golpe triunfó...pero fracasó. Es decir, los traidores lograron su primer objetivo de matar al faraón, pero fracasaron en la segunda parte: Pentaueret no fue proclamado rey. Lo sabemos porque quien subió al trono fue el príncipe Amonhirkhopshef, el heredero designado con anterioridad por Ramsés, y porque los conjurados fueron detenidos y llevados a juicio por orden de este sucesor. Se nos escapa, en cambio, cuál fue la causa del fracaso. Al “Papiro Judicial de Turín” le falta la primera pagina y los expertos creen que en ella se detallaban estos datos fundamentales.
De lo que si hay sobrada información es del escarmiento que sufrieron los condenados. El juicio fue minucioso, dirigido por una comisión de doce altos cargos, algunos responsables de la investigación y otros de las diligencias procesales. Pero tal era el grado de penetración de los traidores entre los altos funcionarios, que tres de los magistrados fueron corrompidos por los acusados: las concubinas y el general implicado en la conspiración habían comprado su parcialidad organizándoles una fiesta subida de tono. La deshonrosa acción fue denunciada finalmente por uno de ellos. Los tres acabaron engrosando la lista de acusados.
Una conspiración que se había aproximado tanto al corazón de las más altas instancias egipcias no podía sino tener un castigo ejemplar, ya que había amenazado con llevarse por delante la solida organización estatal faraónica. Así, las sentencias incluyeron la ejecución de algunos, el destierro de otros e incluso la terrible orden de cortarles la nariz y las orejas a ciertos acusados. Varios de los que padecieron este último castigo se suicidaron a continuación.
EL DESTINO DEL PRINCIPE PENTAUERET
Los cinco acusados de más alto rango recibieron también la sentencia de muerte, aunque su aplicación les permitía salvar la dignidad, al no exponerlos al escarnio público y ser cumplida en privado. Uno de ellos fue, como es natural, el príncipe Pentaueret.
Aunque durante mucho tiempo se ha considerado que al príncipe traidor se le permitió quedarse a solas en una habitación para quitarse él la vida, la investigación del equipo que descubrió el asesinato de Ramsés III también ha cambiado el punto de vista sobre cómo fue el final de su fallido usurpador.
El descubrimiento se hizo al analizar ADN de una momia de un joven de unos 18 años, enterrado sin ninguna identificación pero muy cerca del soberano. La sorpresa fue mayúscula al comprobar que era un pariente muy directo de Ramsés III. El paleontólogo Albert Zink explicó que “a partir de nuestros análisis genéticos podemos probar que ambos estaban estrechamente relacionados. Compartían el cromosoma Y, así como el 50% de su material genético, factores ambos típicos de una relación padre-hijo”.
Al examinar el cuerpo del joven, se descubrió que en el cuello mostraba unos pliegues cutáneos inusuales, consecuencia de presiones alrededor de él. El pecho, estaba inflado. Ambos signos serían indicadores de que fue estrangulado hasta la muerte. Ese es el final más probable para el joven Pentaueret.
Otro llamativo dato es que estaba cubierto con una piel de cabra, un procedimiento de enterramiento impropio de alguien de la familia real. En conjunto podría haberse tratado de una forma de castigar al fallecido, despojándolo de los procedimientos rituales más dignos. Todo ello reforzaría la hipótesis de que se trataba del príncipe que intentó usurpar el trono.
Llegados a este punto, el lector sin duda se preguntará qué le ocurrió a ambiciosa Tiy, cerebro de toda la operación. Ese es todavía uno de los grandes misterios que resta en la historia de esta conspiración. No existe ninguna constancia escrita de lo que le pasó, ni a ella ni a las concubinas que se sumaron al complot. Los papiros nada dicen sobre su destino. Se han formulado varias hipótesis, como la de que Tiy habría sido condenada a muerte pero no se quiso divulgar la sentencia para que el nuevo faraón no apareciese a los ojos de su pueblo como excesivamente cruel.
UN FARAÓN MADURO Y HABIL:
La vida de Ramsés III no hacía presuponer un final tan triste como el que tuvo. En realidad, fue un rey que demostró tener pericia en el arte de gobernar, a pesar de haberse tenido que enfrentar a algunos duros retos.
Su habilidad pudo provenir de haber accedido al trono bastante tardíamente para la época: no reinó hasta los 40 años, de manera que conoció a seis faraones antes, incluido el longevo Ramsés II, que vivió hasta casi los 90 (cuando el futuro Ramsés III tenía 10). Sin embargo, nada tenía que ver familiarmente con el a pesar de utilizar el mismo nombre.
La ascendencia de Ramsés III no tiene una larga genealogía detrás. Sólo conocemos a su padre, Setnajt, el faraón que inició la dinastía XX. Éste nunca dejó constancia del nombre, la procedencia ni el cargo de sus progenitores, ni tampoco Ramsés dedicaría ninguna mención a sus abuelos. Esto indica probablemente que Setnajt era de origen plebeyo y que quizás había tomado el poder por la fuerza. Así que a Ramsés no deberían haberle sorprendido las conspiraciones.
Setnajt era un militar oriundo de la cuidad fronteriza de Pi Ramsés, en la parte oriental del delta del Nilo. En esta urbe obtuvo sus principales apoyos y de ella provenían los hombres de confianza tanto de él como de Ramsés III.
Aunque el reinado de Setnajt apenas duró dos años (1186-1184 a. C), logró conjurar un peligro que había perturbado a sus antecesores: someter a los poderes locales, que cuarteaban la autoridad central del faraón y amenazaban con disgregar el reino. Su hijo participó en estas acciones al ser nombrado “comandante en jefe de las comarcas de Egipto reunidas en una sola entidad”.
Así, Ramsés III subió al trono con la lección muy bien aprendida. Afirmó su poder ganándose voluntades con cuantiosas inversiones y ofrendas que beneficiaban a los poderosos locales y al clero. Pero no le bastó con la habilidad política cuando tuvo que enfrentarse a la amenaza de los Pueblos del Mar.
Estos fueron una confederación de tribus procedentes de Grecia, los Balcanes y las islas mediterráneas que vivían como nómadas de los mares y que atacaron todos los principales reinos de la ribera oriental del Mediterráneo. A ellos se les atribuye actualmente la destrucción de Troya ( los aqueos eran uno de estos pueblos) y la del imperio hitita, entre otros acontecimientos violentos que cambiaron el curso de la Historia en el siglo XVII a. C.
Asolando todo lo que hoy es Oriente Próximo, avanzaron hacia el sur de esta región y provocaron así una oleada de refugiados del reino de Amurru (en la actual Siria), algo que visto en nuestros días no puede sino demostrar que la Historia se repite. De boca de estos refugiados le llegaron información a Ramsés III las primeras informaciones sobre la inminencia de una invasión. Egipto sería la siguiente presa.
Ramsés hizo una dramática llamada a las armas. En el templo de Medinet Habu podemos leer grabadas sus palabras: “los extranjeros han venido desde sus países en las islas en medio del mar y se dirigen hacia el nuestro, confiados en su fuerza”. Allí también podemos ver las imágenes, en relieves en la piedra, de las dos batallas que entabló antes de que alcanzaran territorio egipcio.
Relieve que muestra como contaban las manos cortadas de los enemigos
El primer enfrentamiento transcurrió en una llanura enmarcada por colinas, quizás en Judea. En los grabados podemos distinguir -por la precisión con que están reproducidos los trajes y atuendos- cómo Ramsés contó con la colaboración de mercenarios de origen sherden (posiblemente sirios y los mismos que luego se instalaron en la isla de Cerdeña y le dieron nombre: de ahí la proximidad fonética entre los dos gentilicios). Los sherden también formaban parte de los Pueblos del Mar, por lo que es factible que el juego de alianzas de estas tribus piratas fuera cambiante en función del mejor postor. Lograron cercar al enemigo y rodearlo en una trampa envolvente que acabó en masacre.
La segunda batalla fue naval; por cierto, la primera de este género documentada de toda la Historia. Su recreación en los relieves de Medinet Habu es de una excepcional calidad artística. Acaeció en 1176 a. C. y el escenario pudo ser cercano al delta oriental del Nilo. El faraón quiso adelantarse a la entrada de los piratas por la desembocadura del río, un tipo de incursión al que ya se había enfrentado su predecesor Ramsés II. Los invasores se distinguen en las imágenes por llevar barcos con mascarones de proa de aves acuáticas y por los cascos que los identifican como pelesets (una tribu anatolia de la que surge el nombre de Palestina y que son los filisteos de la Biblia) y shekelesh (también de origen anatolio, y que luego posiblemente fueran los primeros pobladores conocidos de Sicilia). Todos llevaban las típicas armas micénicas.
Mientras los invasores se aprestaban a poner pie en tierra, se vieron sorprendidos por la aparición de los navíos egipcios, que cargaron contra sus popas y los sometieron a una lluvia de flechas y lanzas. Empujados hacia la orilla, los Pueblos del Mar se encontraron allí ante otra sorpresa: la infantería del faraón escondida en la playa. La maniobra fue un éxito. “Numerosos como la arena, han sido aniquilados, hechos prisioneros y llevados como tales a Egipto”, ordenó escribir Ramsés III.
Estos episodios marcaron el ocaso histórico de los Pueblos del Mar y un éxito fundamental para Ramsés III: uno de sus mayores logros, sino el mayor. Todo ello, sin embargo, no bastó para que en sus últimos años se librara de la conspiración que explicábamos al inicio. Así, Ramsés III se convirtió en el primero de muchos casos conocidos de gobernantes exitosos en los campos de batalla y luego derrotados en otros ámbitos: Churchill es un ejemplo similar y muy cercano (triunfante en la II Guerra Mundial, cayó derrotado en los comicios que su país celebró el mismo año de la victoria). Son las lecciones de la Historia, que siempre repite sus advertencias a los poderosos.
Información extraída de la revista Muy Interesante.
Me despido de vosotros hasta la próxima.