Fotografías Antonio Andrés
Raphael es infinito. Hace mucho tiempo que es parte de la historia de la cultura española. Como Quevedo, Sorolla, Albéniz o Lola Flores. Aunque pueda sonar exagerado. Es algo innegable. Tiene el respeto, el cariño y la admiración de todos. Es el jefe de la tribu. En el Teatro Real y en el Sonorama. Una odisea de más de cincuenta años sobre las tablas, y su presencia en las casas de los españoles, como un miembro más de la familia, en fechas especiales durante tantos años lo avalan. Tiene 74 y derrocha fortaleza, entrega y talante como un recién llegado. Absorbe todas las miradas en cuanto pone un pie en el escenario, que él sólo sería capaz de llenar hasta hacerlo rebosar. Todo gira en torno a él. Es todo actitud. Todo espectáculo. Se luce. En cada gesto, yendo y viniendo de la escena, jugando con las luces, sonriendo a su fiel público, bailando, desafiando, cerrando con pose cada canción. Loco por cantar, como siempre. Inagotable, durante más de dos horas dándolo todo sin parar en la noche del jueves en el auditorio de FIBES.
Raphael es infinito. Infinitamente más moderno que muchos jóvenes. Capaz de derribar prejuicios y llamar para que trabajen en el mismo disco a Enrique Bunbury y a Jorge Marazu, a Iván Ferreiro y a Rozalén, a Mikel Izal y a Vega. Lo mismo si eres un rockero consagradísimo, si eres una figura puntera del indie, si eres cantautor, una estrella del pop o si cantas boleros. Raphael se alió con una camada mucho más joven que él para que compusieran las canciones de sus Infinitos Bailes. Dani Martín, Manuel Carrasco, Vanesa Martín… Hay quien es de una época y en ella se quedó, él no.
Raphael es infinito. Como su repertorio. Donde se permite el gusto de sacar su nueva cosecha (“Infinitos Bailes”, “Aunque a veces duela”, “El Carrusel”, “La carta”, “Loco por cantar”), recrearse en hermosas versiones (“Nostalgias”, “Gracias a la vida”), repasar algunos clásicos (“Sigo siendo aquel”, “Provocación”), divirtiendo a la gente con la artillería pesada que espera de él (“Escándalo”, “Mi gran noche”) o sacando su lado más emocionante (“Como yo te amo”, “La quiero a morir”). Probablemente, el momento más especial de la noche llegó con los minutos más acústicos, cantando tango junto al pianista, un valsecito peruano, u honrando a la chanson francesa sin más compañía que la de las seis cuerdas de una guitarra. Los minutos más vibrantes llegaron con las esperadas “Escándalo” y “Mi gran noche“, y las fases más interesantes con la presentación de sus nuevos temas, con un aire renovado, de pop muy eléctrico la mayoría de ellos, y con un lenguaje actualizado.
Raphael es infinito. A pesar de que el jueves pasado, en Sevilla, una ronquera estaba mermando notablemente su voz. Ello no impidió que se dejara el alma, pero en las notas de menor intensidad su garganta se resentía y se quedaban a medio camino, como con sordina. Porque Raphael es infinito, sí, pero también es humano. Y sufre los aires acondicionados, los cambios de temperatura y cualquier causa de resfriado y afonía, como cualquier hijo de vecino.
Raphael es infinito. Pese a que la calidad sonido no acompañó en varios momentos del concierto. A veces la voz del cantante saturaba demasiado el sonido. Otras la banda se oía demasiado atrás, poco compacto con el cantante de Linares. Una banda realmente buena, pero de la que no tuvimos el placer de conocer el nombre de sus músicos, que no fueron presentados en ningún momento del concierto. Batería, percusión, bajo, dos guitarras, piano y teclados.
Raphael es infinito. Como canta que son sus bailes. Y ojalá lo siga siendo, ojalá continúe bailando durante muchos años sobre los escenarios, girando el carrusel, sacando las garras, derrochando fuerza y coraje, demoliendo prejuicios, actualizándose cada día y cantándole a generación tras generación. Leyenda viva de nuestro país.