Revista Música

Raphaelismo puro y duro

Publicado el 04 junio 2010 por Enriquealcina
Raphaelismo puro y duro Lleno total. Abanicos de colores. Gente recién "descongelá". Mucha señora mayor pintiparada, mayoría absoluta femenina, lentejuelas, trajes de leopardo, perfumes de marca, hijos y nietos del tiempo fugaz y un alarido de pasión. Raphael triunfa sin bajarse del autobús; del Mercedes negro, mejor dicho, a bordo del cual se las pira tres horas después como en sus mejores tiempos de divo de la canción. Si Raphael, como otros tantos artistas eternos, necesita el aplauso para seguir vivo, de Cádiz salió bien despachado. Puso en pie al personal una cuatrocientas veces, a veces con trucos de prestidigitador escénico, otras con su inmeso caudal creativo. Nadie está obligado a vivir intensamente dos horas y media de canciones encadenadas. Ayer se registraron decenas de casos de lumbago y reuma, pero el corazón sigue perfecto. El "corassssón". Nadie como Raphael para mentar el "corassssón". Por eso, de primeras, se toca el corazón con la mano izquierda, el filtro ambiental del Falla cuida su peinado maqueón y el cantante alardea de voz, vaya voz metida en formol, torrente eléctrico y sutil. Raphael abre fuego con Machado, se hace camino al cantar, filigranas vocales, esa manera tan suya de vocalizar y de alargar o recortar fraseos, se vuelve loca la sección femenina de los palcos, el núcleo de sindicalistas felices del patio de butacas o la pandilla de concejales que al final también acude a los camerinos para acompañar a Raphael en su último adiós al Falla. Fotos digitales, bufanda al cuello, gafas ahumadas, gesto adusto, la palabra justa y el gesto amable. Firma algunos autógrafos a los hijos del fotógrafo Fito Carreto y da gracias a la vida.
"¡Bienvenido, guapo!" La gente quiere cháchara, pero el cantante entra en tromba y apenas concede respiro, Pamplinas, las justas. Pa chulo yo. Golpea versos Raphael con su estilo rompedor, se lleva la mano al bolsillo, media vuelta, una canción, un teatro y el público. Su vida al piano, testamento fugaz, la historia sincopada y un animal de escenario que se resiste a caer en el olvido. Una ese líquida y "más ilusión que nunca". "Mis primeros cincuenta años en los escenarios, y lo que me queda", advierte. La gente quiere entablar conversación con su artista, pero Raphael conoce los vericuetos y los peligros de la noche. Cruza las piernas, luce sus botitas de cuero negro, gesticula como siempre, arquea las cejas con swing, el piano zigzaguea y otra media vuelta elocuente. Atrapa al personal hasta el final. Se afloja la corbata, cambia la chaqueta por un jersey de terciopelo negro. Siempre negro. La función se antoja tan hermosa como decadente, Raphael porfía con su sombra y canta al unísono con el joven Raphael que muestra la pantalla. "¿Qué pasará?" Buena pregunta en estos tiempos inciertos. Raphael ríe, bebe agua, habla lo justo, casi se resbala. Y desgrana una treintena de temas conocidos por casi todos. Ahora épicos, luego tiernos y fugaces.
Raphael rinde pleitesía, con guasa, a sus "queridísimos i-mi-ta-do-res, a quienes les debo la popularidad, aunque no me han dado un euro de derechos de autor". Deja cantar una mijita a la audiencia, desfila por la escena y la locura global. Haga lo que haga, diga lo que diga, la locura del Falla. A veces se encienden las luces del teatro, acaso para crear un ambiente especial, y en ocasiones un foco enfoca a Raphael y multiplica su ego por mil. "¡Eres único, hijo!" Raphael deletrea su pasado glorioso, acentúa pasión donde le viene en gana, se aleja del micro en célebre estampa de su juventud, y se desenvuelve con desmesura, como cabía esperar. "Hay canciones que tienen su tiempo, que se apagan y se van. Otras canciones se quedan para siempre", confiesa el artista. "¡Eres especial, pisha!", suelta una admiradora. Raphael se contiene y/o se desata, aplica puntos suspensivos en el momento preciso, Raphael parece expuesto en besapiés, adoración nocturna y provocación. Everybody. Con lo que gusta la novelería en Cádiz ...
El legendario cantante no olvida a Manuel Alejandro, el compositor jerezano, y borda "Procuro olvidarte", una de las joyas del autor, con quien la voz de Linares se estrenó en el mundo discográfico y vivió sus mejores etapas. "Canté cientos de canciones suyas, yo estrenaba todo lo que escribía. Y ahora canto ésta porque me da la gana". Ni que decir tiene que la gente alterna las levantadas con la expresión urgente, nadie queda indiferente con tamaña exhibición de poderío. "Hablemos del amor", que traducido resulta, para los Beatles de Cádiz, "hablemos del jamón". Un guiño a Enrique Villegas, cuya parodia de esta pieza encantó, por cierto, a un representante de los Beatles de Liverpool con quien se entrevistó para un hipotético y finalmente frustrado mano a mano.
Vacilón, siempre en tensión, "un poco propiedad de todos", como su cancionero, Raphael pasa del cabaret a Violeta Parra, cuyo "Gracias a la vida" suena extraordinario, a ritmo de cueca, y provoca un sonoro "¡viva Chile!". Luego viaja a Argentina, o se enfrenta con Rocío Dúrcal en plan fúnebre, menos mal que no hace lo mismo con Rocío Jurado. Estaba previsto en el programa de mano, "Como yo te amo", pero el cantante se lo salta, a cuatro años del adiós de la chipionera. Hace bien. Raphael juega con la gente, baila con un sombrero, enamora a capella, una señora sin apenas vanidad que no necesita liftings, sino dichas y quebrantos para seguir viviendo. Un quejío, un falsete, la ambigüedad por bandera, tangos interpretados desde dentro. Si otros artistas se reinventan a sí mismo atacando sus canciones desde la distancia, Raphael las vuelve a sentir, o algo así. Las transforma y frena el tiempo. "Raphaelismo puro y duro", confiesa él mismo. Genio y figura. Dos viejas corren a las primeras filas cada vez que él da la vez. Raphael, en ocasiones, parece Chiquito, histriónico y puro nervio, pero en otras asombra, arranca ovaciones de cuajo, emula a Charlot y Liza Minelli, se encaja el bombín de Sabina. "Somos diferentes, imposibles, a contracorriente". Se recrea en el otro Joaquín. Los extremos se tocan. "Lo nuestro es el mañana con memoria". Sin bandos irreconciliables. Raphael descongela a los pensionistas y reconcilia a azules y colorados. Un escándalo verbenero y locuaz, orgía decibélica. Abajo cantan a moco tendido la mujer del arco iris y el muchacho que cose pa la calle, la cuarentona con nostalgia de futuro y el marido penitente. Raphael mide las fuerzas de la gente, que termina agotada, exhausta y contenta. Patás en el suelo. "Yo no me iré completo de este mundo. Volveré a nacer para vivir la juventud que no conocí". Secretos, deseos, muros de incomprensión mutua, emoción a raudales y un espejo roto. Raphael, antes de coger el camino, mira a los ojos de la gente. Sigue siendo aquel.
Fotografía de Lourdes de Vicente
Junio 10, Cultura, Diario de Cádiz

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