Como bien dice Hobbs (Dwayne Johnson): “es verdaderamente ridículo”.
Antes de que se ofendan todos los amantes de la saga, permítanme explicarles porque lo anterior lo escribo más como halago que como defecto. No cualquiera puede presumir inverosímiles persecuciones de autos a toda velocidad, amnesia crónica y hombres voladores. Muchos intentan un espectáculo pirotécnico y terminan en un escalafón de inferioridad que no llegan a presumir ni una sola secuela, sin embargo, Fast & Furious tiene ya seis películas demostrando que han sabido perfeccionar una fórmula que sigue rindiendo frutos y que por lo visto no tiene fin.
El primer acierto y que les tomó dos películas darse cuenta es que el elenco principal debe de estar presente. Nada de que aventuras en Tokio siguiendo a un adolescente en sus hazañas románticas o un Brian O’Conner (Paul Walker) jugando al fugitivo en la península de Florida, al final los que nos importan son los personajes originales que aún con sus clichés logran la simpatía de la audiencia. Ya cubierto este requisito es que nos alegramos de ver a Vin Diesel interpretando al fugitivo Dominic “Dom” Toretto con una güera brasileña muy familiar y disfrutando de la vida en España.
El libreto de Chris Morgan es tan ligero que hasta una marca de refrescos debería de patentar su nombre. La insistencia de una estudio cinematográfico por continuar las aventuras de Toretto y su grupo de amigos por motivos económicos más allá de los creativos, está haciendo desaparecer la poca credibilidad (si es que la había) de que estos personajes se enfrentaban a sucesos algo basados en la realidad. Lo que vemos en esta ocasión es la búsqueda de Letty Ortíz (Michelle Rodríguez en una farsa de proporciones de telenovela barata, comparado a esas historias que sólo porque tuvieron éxito deciden alargar con resucitados que hacen de la cuarta película de la saga una aventura inútil.
Pero dejemos atrás la trama que bien podría pasarme todo el tiempo quejándome. Aún con sus excusas, lo que se logra es crear un par de secuencias de acción al puro estilo cinético que nos tiene acostumbrado el director Justin Lin. De esas donde los movimientos de cámara instantáneos hacen mucho más emocionante de lo que es ver carros correr a grandes velocidades en improbables escenarios al puro estilo de James Bond. Que por cierto hasta hacen referencia. El sólo hecho de ver carros chocando a grandes velocidades durante grandes periodos de tiempo sería para aburrirnos, pero a comparación de otras cintas donde el coeficiente explosivo se va al tope, al menos aquí sabemos quienes están en esos contenedores de hojalata. Así es, de lo que tanto me quejo sobre la falta de desarrollo de personajes para crear un vínculo entre la audiencia, ‘Rápidos y Furiosos’ lo tiene de sobra con cinco secuelas que han permitido darnos una idea de que clase de gente estamos mirando.
Con el acierto de tener personajes de los que nos importen, es que la fórmula se ve renovada con la presencia del carismático Dwayne Johnson en su función de hada madrina capaz de otorgar perdones jurídicos, misiones en territorios extranjeros , equipo ultra moderno y sobre todo su buen sentido del humor. Es gracias a él que nuestro equipo de fugitivos se tienen que enfrentar a un súper villano de la forma más explosiva posible llevándonos a dos secuencias finales que sobrepasan la credibilidad , pero que funcionan en brindar esa adrenalina que Josué logro describir en su crítica.
A estas alturas con seis películas a cuestas la audiencia ya sabe lo que va a ver. Es más de lo mismo con la sola diferencia que lo llevan a proporciones descabelladas con el simple propósito de hacerlo relevante a una saga que ya agoto sus posibilidades y que por fortuna tiene personajes que explotar. ¿Es la mejor película de todas? De cierta forma lo es al tener esa ambición de querer llevar las situaciones al extremo de lo ridículo, que para sorpresa funciona a no hacerte huir del asiento, si no fuera por eso creo que es mejor ir pensando en el retiro de Toretto y compañía.