Qué fácil resulta ver los defectos de los demás!!!. Si para algo somos avispados es para detectar los defectos y peros de los otros. Es una habilidad que parece innata, pero que si analizas en profundidad, te darás cuenta de que no se reproduce en los niños con tanta asiduidad como en los adultos. Los niños parecen más ajenos al defecto ajeno, no hay barreras entre ellos que les impidan establecer lazos de cooperación. No ven los defectos, y se fijan más en lo bueno que pueden sacar de las relaciones. Pero esto va cambiando a medida que nos hacemos mayores, hasta convertirnos en expertos detectores del fallo ajeno.
Todos somos manojos de rarezas y costumbres propias construidas con los años y que nos han permitido vivir en un contexto concreto. Estas rarezas son la forma que toman nuestras acciones para permitirnos coexistir con nuestro entorno.
La fuerza de nuestro ego convierte estas rarezas en parte de nuestra forma de ser, algo tan unido a nosotros que nos resulta complicado ver dichas rarezas de manera aislada. Cuando ocurre esto, la fuerza de la habituación no deja que esas curiosidades que nos definen resalten en nuestra forma de ser.
Por contra, las rarezas de los demás saltan a la vista con cierta facilidad. ¿Cómo puede ser que los manojos de rarezas y costumbres de los otros me llamen la atención, mientras que los míos propios pasan desapercibidos?. Cuando el comportamiento de los otros nos llama la atención por sus curiosidades, lo que sucede es que estamos detectando las diferencias entre el otro y nosotros. Estas diferencias se construyen en base a diferentes formas de vivir la vida. Lo que nos separa es la experiencia y lo que nos une es el principio de todo este camino: convertirnos en miembros de la comunidad.
Todos venimos de una misma necesidad, la de formar parte de algo más grande que nosotros mismos. Lo que ocurre es que los caminos para conseguirlo son tantos como personas pueblan este planeta. Nuestras vidas tienen caminos infinitos y todos ellos influyen sobremanera en nuestra forma de ser, creando características propias que poco o nada tienen que ver con los demás. El camino crea atajos y formas que cada uno construye en función de unas necesidades propias. Entenderlas ayuda a ver esas rarezas que dan forma a nuestras personalidad y carácter, y que al mismo tiempo nos hacen diferentes al resto.
Ocurre también que hay determinadas personas que no nos llaman la atención por esas curiosidades. Vemos en ellas más similitudes que diferencias. Me da la sensación de que cuando esto sucede es porque estamos delante de un espejo. Ese efecto espejo identifica alguien con el que compartimos buena parte del camino andado, personas que han ido integrando en su forma de ser características similares a las nuestras, cuyas circunstancias tienen mucho que ver con las nuestras. Así surgen las afinidades, así se crean los grupos, las amistades. Cuando las rarezas no existen entre personas, es porque estas son iguales y eso impide que ambas partes sean conscientes de su presencia.
Lo raro, lo único, siempre esta ahí. Todos los tenemos y en base a ello podemos construir muros o puentes. Como veíamos al principio del post, los niños no saben construir muros, a ellos les gustan más los puentes ya que su casi nula experiencia les impide tener ladrillos con los que levantar el muro de las diferencias.
Resulta difícil saber qué es lo que te hace diferente, pero no imposible. Creo que una buena forma de encontrar el secreto de nuestras rarezas es observando a aquellos que nos rodean y con los que más similitudes compartimos. En ellos estará buena parte de la respuesta. El dicho: “dime con quién andas y te diré quién eres”, se convierte así en la mejor receta sobre la que comenzar a conocer esos muros que nos alejan de unos y nos acercan a otros. Ya es decisión nuestra mantener esos muros o convertirlos en puentes, pero sinceramente creo que iremos más lejos con puentes que con muros.