Revista Opinión

Rasgarse las vestiduras

Publicado el 02 mayo 2011 por Manuelsegura @manuelsegura

Rasgarse las vestiduras

La prueba más inexorable de que el tiempo nos hace ver la vida con esa perspectiva que sólo da la distancia respecto a algo, han sido las diversas reacciones a la muerte del líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, a manos de un comando de las fuerzas armadas de los EE UU de América. Casi una década ha transcurrido desde los execrables atentados de las Torres Gemelas, de aquel fatídico 11-S que marcó un antes y un después para la Humanidad. Y ahora, cuando el principal instigador de aquella masacre ha caído víctima de su juego macabro, hay quien, echando mano de la bíblica frase, se rasga las vestiduras pidiendo quién sabe si un juicio justo con arreglo a los tratados internacionales, como si de un presunto acusado se tratara. Me pregunto qué hubieran dicho esos mismos si, en los años 40 del pasado siglo, un comando aliado hubiera abatido a balazos a Adolf Hitler en lugar de posibilitarle que se suicidara en su búnker. A ése o a cualquier otro sátrapa de los que se han encaramado a lo largo de la Historia a los resortes del poder, detentando responsabilidades que lesionaron gravemente a sus conciudadanos.

Que en la Zona Cero, en Manhattan, la gente haya festejado que se haya acabado con la vida de Bin Laden, tampoco debe llamarnos a engaño. Quien ha muerto fue quien puso en un brete al mundo con la tremenda osadía funesta de golpear en el corazón de un país donde la democracia, ese sistema que alguien dijo que era el menos malo de todos cuantos conocemos, pretende la coexistencia del ser humano, aun con las limitaciones propias de una sociedad imperfecta, y donde seguirá habiendo pobres y ricos, y en la que la sanidad, por poner un ejemplo, será más exquisita con el pudiente que con el hambriento. Pero de ahí a tener que claudicar ante el fundamentalismo bárbaro de unos seres iluminados por sus lunáticas razones, media un abismo. Si esos ciudadanos norteamericanos saltan jubilosos por la caída de Bin Laden, su alegría no es distinta a la que expresaron sus padres y abuelos cuando, con su imprescindible aportación, se destruyó aquella máquina de locura y aniquilamiento humano que se llamó el Tercer Reich. Quizá por eso me he preguntado esta mañana, al conocer la noticia, cómo hubiéramos reaccionado si a Bin Laden lo hubieran matado sólo una semana después del 11-S.

Si tengo que elegir entre cierta transigencia frente a cómo acabar con el terrorismo integrista o de cualquier otro origen, y el alborozo por haber dado a probar su propia medicina al líder de Al Qaeda, me quedo con lo segundo. Incluso aunque Barack Obama no sea santo de devoción plena y reconozcámos que las perspectivas iniciales de su mandato no se han correspondido con los sueños que en su día se ceñían en el horizonte de los habitantes del planeta.



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