Revista Cultura y Ocio
Al genio siempre se le espera. Da lo mismo que renquee, rehuya la responsabilidad o abiertamente tropiece y se dé de bruces con el suelo. David Gilmour se ha caído las veces suficientes como para agradecer que haya izado de nuevo el vuelo y tengamos en manos este espléndido disco. Se agradece más incluso cuando no es habitual que sus obras en solitario brillen o tengan una repercusión mediática que trascienda la etiqueta de guitarrista o líder -junto con Roger Waters - de una de las mejores bandas de rock de la historia, Pink Floyd. Por eso uno aplaude una vez y aplaude las veces que hagan falta que Gilmour haya encontrado la vía o se la hayan buscado. Ahí está la producción de Phil Manzanera, el alma en la sombra de otra gran banda, los Roxy Music de Bryan Ferry. De hecho hay partes del disco que poseen ese aire dandy que eran marca de la casa en su banda en los gloriosos setenta. Lo de todos estos grandes dinosaurios del rock es admirable: siguen en la brecha, hacen que no parezca que el tiempo les afecte, demuestran (a veces, no siempre, no crean) que la música les sigue apasionando o que el negocio de la música continúa teniéndolos entretenidos, que de todo hay.
Rattle that lock es un disco complaciente, en el fondo. No arriesga, no entra en asuntos que no le conciernen, no se despeña en licencias que pudieran malograrlo. Se limita a predicar con el recetario de milagros que funcionaron con Pink Floyd. Hasta la portada tiene ese aire de grandilocuencia plástica que tenían las de la banda. El interior es espléndido: hay cortes que harían feliz al más inspirado Leonard Cohen (Faces of stone) e instrumentales que podrían incluirse en las obras maestras de Pink Floyd como el corte con que se abre (5 AM) y el que lo cierra (And then). Para que el disco se cuele en las radio-fórmulas, pensando en acceder al público que todavía no conoce de dónde viene, Gilmour factura una pieza AOR, la que da título al disco y, sin duda al respecto, la menos afortunada del mismo. Emociona (mucho) A boat lies waiting, con el ascendente de Crosby, Still and Nash o la ya citada Faces of stone, la gran canción del álbum, la que me ha acompañado estos últimos días y de la que no puedo desprenderme y hace, junto con In any tongue, en cierto modo, que escriba esta reseña.