El Papa dice que el matrimonio homosexual es una amenaza para la Humanidad; según parece, que te sientas atraíd@ por personas de tu mismo sexo y las elijas para tener relaciones sexuales y/o formar una familia (con todos los estadios intermedios incluidos), algo que se circunscribe únicamente al ámbito personal, es un mal global y además equiparable a catástrofes como el cambio climático, la especulación alimentaria, la trata de personas, la explotación de los más desfavorecidos, las epidemias, los genocidios y la dictadura de los mercados. O mejor dicho, mucho peor, ya que nuestro amado Ratzinger apenas menciona las adversidades anteriormente citadas más que de una manera muy episódica y siempre mirando hacia la cámara.
Claro que tal vez lo que a Benedicto le asusta es que considera a estas personas una aberración respecto a su género. Si es así, habría que decirle que l@s homosexuales no atacan ni intentan perjudicar a los integrantes del sexo al que pertenecen, o al menos no más que l@s heterosexuales: eso es privilegio exclusivo de las mujeres del PP. Altamente representativos son los especímenes conocidos como Mato, Cospedal y Aguirre, cuyos ataques contra sus compañeras de género han adquirido unas características de hipocresía, incultura, prejuicio y maldad casi insuperables.
Pero se puede ir más allá incluso de esta traición: se puede traicionar a la gente que te ha dado su apoyo y su fe, pensando equivocadamente que tú ibas a salvarlos; se puede traicionar a los propi@s conciudadan@s; se puede traicionar a todo el género humano. Estas traiciones, obviamente, forman parte de la idiosincrasia esencialmente tan cobarde como autodestructiva, completamente irracional, del hombre y la mujer: pero nunca se ha combinado un estado tal de resignación e inmovilismo por parte de l@s oprimid@s con una estrategia tan compleja y agresiva por parte de los opresores. Y todo esto me lleva a pensar que si otro mundo mejor es posible, otra Humanidad mejor nunca lo será; que las tendencias de comportamiento que se hallan en el estrato más básico de nuestro cerebro podrán ser domesticadas, orientadas hacia el bien común (yo le llamo socialismo) y hacia la razón, pero nunca erradicadas. Podemos sacudirnos nuestra desmovilización y nuestra pereza intelectual, podemos defendernos, forzar el cambio de las formas, de nuestras costumbres, de nuestros gobiernos, pero nunca les cambiaremos a ellos ni cambiaremos nosotr@s. Igual que ninguna religión imaginable, por mucho que se esfuerce el Papa y los de su calaña, cambiará nuestra forma de relacionarnos.