Pues no, no estoy de coña. Y es que a mí, el que Ratzinger hable de algo ya me hace mirarlo con lupa; no por prejuicio alguno –bien lo saben los inexistentes dioses- sino por sospecha, que es distinto. Y es que a este bimano le adorna la rara virtud de cargarse todo lo que toca, es el anti Midas.
Cómo no sospechar de quien borra del mapa la teología de la liberación, no por ningún motivo teológico serio, sino porque, simplemente, no le mola.
Cómo no sospechar de quien, desde el más absoluto de los relativismos morales, condena los demás relativismos morales, porque no le molan.
Cómo no sospechar de quien excluye a los homosexuales de sus filas, no por motivo serio sino porque no le mola que otros gays le hagan sombra.
Cómo no sospechar…
Ahora dicen estos desnortados periodistas que Ratzinger abre la mano un poquito sobre el uso del preservativo: en determinados casos, para no contraer infecciones, etc. Actúan como corifeos del papa, no sé si lo saben.
La doctrina eclesiástica sobre el uso del condón sigue intacta, como el virgo de Nuestra Señora. No se permite. A pesar, claro está, de que lo usan millones de católicos en todo el mundo, que se pasan por el arco escrotal las palabras de su líder.
¿Qué pasa pues? Nada, un lavado de cara, una operación de marketing que pretende presentar a Ratzinger como un dechado de comprensión y de adaptación a los tiempos y necesidades de los mismos. ¿Influirá algo el hecho de que El Vaticano es accionista de empresas condoneras? ¿Qué será lo próximo? ¿Veremos a Ratzinger –ese intelectual- fabricando gomas penales recauchutadas?
¡Vaya usted a saber! A mí, ni me tuge ni me muge.
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