Hace unos días un joven separatista, Àlex Fenoll, se colocó en la fila que esperaba para saludar al Príncipe de Asturias en el Mobile World Congress, en Barcelona, y cuando éste llegó rechazó su mano tres veces.
Estaba allí para exhibirse: “No te doy la mano porque no nos dejas hacer la consulta. Te la daré cuando nos dejes votar”.
“¿Ni aunque sea por educación?”, le preguntó Don Felipe, y él contestó “La educación, cuando nos dejen votar”.
Detrás iban Artur Mas y el alcalde de Barcelona, Xavier Trías, entre otros dirigentes del nacionalismo, que apoyaron a Fenoll con sonrisas y gestos cómplices.
En ese ambiente de vanguardia tecnológica surgía la rabia, la vieja “rauxa” catalana, de quien cree que estamos bajo un absolutismo monárquico que decide el destino de sus súbditos, una muestra de que el independentismo devuelve Cataluña a mentalidades premodernas.
Lo importante del caso no fue el exhibicionismo de Fenoll, sino la reacción de Mas y de otros políticos en el poder, su falta de cortesía con quien acompañaban, fuera príncipe o mendigo.
Si algo le enseñaban antes los catalanes al resto de los españoles era el respeto a los demás, cortesía y buena educación.
Era tal su observancia de la buena educación que hasta los aristócratas del Teatro Real de Madrid copiaban las formas adoptadas por los burgueses del Liceo barcelonés.
A aquella civilidad sofisticada se le llamaba “seny”, y servía para pacificar las relaciones sociales, especialmente de la región.
Aunque de golpe, e inesperadamente, aparecía de vez en cuando la “rauxa”, una forma de rabia casposa y maleducada que siempre terminaba mal.
La “rauxa”, es la base de los desastres de Cataluña, incluidas las revoluciones, y cuando sus dirigentes la muestran tan visiblemente es que llevan el país al abismo.
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SALAS