Revista Opinión

Ravelo vs Pérez-Reverte

Publicado el 10 agosto 2013 por Miguelmerino

El martes pasado me hice con dos nuevos títulos, en la Librería Sueños de Papel, de la tetralogía de Eladio Monroy, personaje magnífico de Alexis Ravelo. Ya había leído “Tres funerales para Eladio Monroy” que fue la primera novela y la que despertó mi interés por seguir ahondando en el personaje. Ahora acabo de leer “Sólo los muertos”, segunda entrega de la serie, todas editadas por Anroart, y dentro de unos días daré buena cuenta de “Morir despacio”, cuarta de momento. Ya me haré con “Los tipos duros no leen poesía”.

Lo cierto es que cuando un personaje con esta fuerza te atrapa, al menos a mí me ocurre que, tiendo a identificar al personaje con el autor, sobre todo en lo que respecta a las opiniones. Por supuesto que luego soy consiciente de que no necesariamente es así. Siempre se aporta experiencia propia a los personajes, principales y secundarios, pero no necesariamente autobiografía.  O no sólamente autobigrafía.

Todo este preámbulo no tiene otro objeto que el de llevarme a donde realmente quería ir desde un principio, que es a un párrafo concreto de “Sólo los muertos”:

Terminó de leer la lista y se sintió aún peor, porque el individuo había empezado a caerle bien. No había ningún Follet, ningún Pérez-Reverte, ningún Dan Brown en la lista.

De este párrafo podría deducirse que los tres autores citados no son del gusto de Eladio Monroy. Y de este párrafo, según lo leí, extraje yo que no son del agrado de Alexis Ravelo, lo cual puede ser mucho extraer, por supuesto. Detuve un poco la lectura y me puse a pensar en una curiosa paradoja o en aquello de: la cuña del mismo palo es la que más aprieta. Me explico. Fue leer este párrafo y empezar a encontrar similitudes entre Eladio Monroy y Diego Alatriste. Veamos:

Ambos tienen ya una cierta edad, que les ha hecho acumular experiencia y estar un poco de vuelta de muchas cosas. Lo cual no les impide ir por la vida pisando charcos y cayendo como pardillos en las intrigas de otros.

Ambos tienen un aire chulesco pelín repelente (Alatriste más), pelín atractivo (Monroy más).

Los dos tienen un trato de cierto colegueo con la autoridad, aunque les gusta dejarlos un poco en evidencia. Tensan la cuerda hasta el límite y si se rompe, siempre paga el poli.

Ambos son leales a machamartillo, lo cual no les impide poner en peligro a sus amigos. Y éstos no ven el peligro. Seguro que porque no se han leído ninguna entrega.

Ambos cuentan también con la lealtad, cuasi incondicional, de sus amigos.

Los dos tienen una ética muy apañada a sus necesidades. Por ejemplo: Saben utilizar la violencia cuando lo estiman oportuno y sin embargo odian la violencia gratuita. Claro que son ellos mismos quienes determinan que violencia es necesaria y cual gratuita. Con un criterio bastante empático, todo hay que decirlo.

Los dos tienen un trato con sus mujeres, a veces heróico, a veces misógino. Curiosamente, éstas se mueren por sus huesos. ¡Mujeres!

Ambos tienen una cultura literaria por encima de lo que se podría esperar de su currículo. Uno se codea con los mejores libros, el otro directamente con el Siglo de Oro. Alatriste es más prepotente. Monroy tiene una amante librera.

Por último en lo que no hay color y Eladio Monroy le gana por goleada a Diego Alatriste, es en el sentido del humor. Alatriste es un “caraesquina” y desde que le puso cara Vigo Mortensen (genial), más “caraesquina” aun.

Después de estas consideraciones, lo siguiente que me vino al magín fue la estrofa aquella del bolero: Que tan sólo se odia lo querido.  

Ya. Por supuesto que utilizar aquí el verbo odiar es mear fuera del tiesto. Pero ¿quién le pone la camisa de fuerza a la loca de la casa?

Ambos forman ya parte de mi galería de personajes literarios, que es amplia, aunque no excesiva. No voy a decir que los dos son lectura imprescindible, porque el otro día compré “La historia de la filosofía” de Julián Marías, reeditada por Revista de Occidente en 1970 y aun estaba intonso, pero que las aventuras de ambos son lectura agradable y amena, eso sí lo digo urbi et orbi.


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