Ray Bradbury fue un héroe para los antifranquistas al imaginar, en Fahrenheit 451, un régimen en el que los bomberos quemaban libros y sus amantes los memorizaban para transmitírselos a las generaciones venideras. Parecía una novela sobre la censura del régimen.
Fahrenheit (1953) reflejaba, en realidad, el miedo de los creadores estadounidenses a la “caza de brujas” antiizquierdista del senador McCarthy. Quizás con los años la izquierda iniciará la caza contra los que no piensen como ella, ha advertido este visionario.
El francés François Truffaut filmó en 1966 Fahrenheit 451. En muchos pueblos españoles había curas que anatemizaban a los espectadores en las puertas de los cines.
Tras Verne y la generación de los británicos H. G. Wells, creador de las máquinas del tiempo, y Aldous Haxley, el del opresor mundo feliz, dos norteamericanos nacidos en 1920 llegaron a clásicos de la ciencia ficción: Isaac Asimov, con la Fundación y las leyes robóticas, fallecido en 1992, y Ray Bradbury, nacido en 1920 y por tanto de 82 años ahora.
Entre sus muchos mundos, Bradbury, este viejecillo bondadoso como un gnomo, creó con las Crónicas Marcianas (1950), unos los habitantes en ese planeta que con cruel inteligencia impedían las invasiones terráqueas: profetizó la lucha antiimperialista de Vietnam.
Aún débil tras superar un derrame cerebral, Bradbury presenta estos días en Los Ángeles tres libros: uno de poemas sobre estrellas espaciales, They Have Not Seen the Stars; una novela de ultratumba, From the Dust Returned, y Falling Upward, crónicas de su estancia a Irlanda, en 1956, como guionista del clásico de Herman Melville, Moby Dick, que dirigió John Huston.
Buenas noticias del querido Ray.