Por Damián de la Torre Ayora
(Publicado originalmente en diario La Hora, Quito, el 13 de agosto de 2017)
Son las 09:45 y ya había cuatro puchos acabados en el cenicero de Ray Loriga. Disfrutaba del sol y el cielo quiteño sin sacarse las gafas. La maratón de entrevistas recién empezaba en Ecuador, país que visitó por primera vez para presentar su novela ‘Rendición’, que este año obtuvo el Premio Alfaguara de Novela.
Antes de llegar a Quito, tuvo su paso por Perú. En aquellos días por el suelo limeño, el Real Madrid (equipo de sus amores) perdía el derby frente al Barcelona en EE.UU. “Caliente, porque así sea un amistoso había que ganarlo. Por suerte estaba dando una entrevista en Perú y no vi el juego. Entrevistas y comida es ahora mi vida, y lo disfruto mucho. Oye, pero igual el Madrid jugó incompleto”, compartía como justificando a su equipo tras sacarse unas fotografías.
Parte del galardón obtenido –además del dinero y una escultura de Martín Chirino- es el visitar varios países. Una gira que Loriga la ha disfrutado con toda simpatía. Leyendo autores que admira, como William Carlos Williams, en los tiempos libres (que son escasos), o disfrutando de la cerveza local de cada país. Eso sí, la industrial, pues detesta las cervezas artesanales. “¿Cómo puedes disfrutar por una cerveza por la que pagas más y te gusta menos?”.
En este trajín lo acompaña su mujer, la artista Fátima de Burnay, con quien va viviendo la experiencia más próxima a la de rockstar, calificativo con el que se le ha etiquetado desde los 90’.
En ‘Héroes’ decías que las canciones son como los sombreros y que: “Puedes ponerte la canción ‘Light my fire’ y salir a la calle. Sentirte como Jim Morrison no te convierte en Jim Morrison, pero no sentirte como Jim Morrison te convierte en casi nada”. ¿Qué sombrero usa ahora Ray Loriga?
Pues últimamente, me temo, que ando disfrazado de Ray Loriga porque con tanta promoción soy mi propio personaje. Pero sí, la idea que tenía desde niño, cuando andas un poco triste y no encajas con casi nadie, era de disfrazarme con uno de mis héroes. Había unos días que quería caminar como James Dean, otros días como Morrison. Cuando te machacan las cosas de afuera como que haces un ejercicio interior (leves risas).
¿Te gusta el disfraz de Loriga?
Es que me va bien porque lo he usado muchas veces (risas). Creo que es el disfraz que mejor me encaja.
Futbolista, rockstar, boxeador… ¿Tocó conformarse con ser escritor?
Ser escritor es la única vergüenza que te queda, es el único sueño cumplido (risas). No, en realidad nunca quise ser una estrella del rock, no sé ni tocar la guitarra. Eso son los anhelos que tienes por allí, pero para nada serios. Boxeador, tampoco. Lo que pasa es que hice entrenamiento de boxeo porque me divierte y porque me encanta ese deporte. Lo único que sí soñaba, y desde niño con mucho anhelo, era el ser futbolista.
Ese amor se siente en ‘Lo peor de todo’, y allí como que se explica por qué vale la pena cambiarse de nombre…
Supongo que sí. Al final, si uno no puede empezar por autonombrarse, es como que se va al sofá y se aceptan las imposiciones ajenas desde el principio. El nombre fue un mote de la adolescencia y me gustó y me lo quedé. Mi apellido es mi apellido. Muchos se quitan el apellido, que sé yo, para que sea todo más sonoro. Otros se cambian porque hay muchos Garcías en España y quieren ‘desgarciarse’ del otro.
‘Rendición’ arranca: “Nuestro optimismo no está justificado”. Tras ganar el Alfaguara, ¿no te sientes más optimista?
Es que en realidad lo que dice el personaje central, que es la voz esencial de la novela, no soy yo, no lo dice Loriga. Hay una distancia entre el personaje y yo.
Vamos, te parece que juegue con un poco de frases del libro, donde queda claro que te distancias de esa voz, pero que me dan oportunidad de preguntarle a Loriga…
Vale. Entonces debo decirte que me alejo completamente de mi personaje. Yo soy muy optimista. Para ser escritor hay que serlo (breve risa). De hecho, para escribir sobre el pesimismo no te queda más que ser optimista. Toda escritura es un empeño largo y complejo. No solo técnicamente, hablo de sobrevivir en un negocio que es realmente complicado, sobre todo si piensas que uno le ha dedicado su vida a algo que nadie te ha pedido. Realmente, a la gente le importa un bledo que alguien escriba y eso ya te llena de optimismo.
Justamente, en la novela dices que: “Los libros, si no tienen dibujos de animales o naturaleza, la verdad es que nunca me gustaron tanto, y no entiendo que se le dé tanta importancia a lo que es todo inventado y tan poca a lo que es verdad”…
Ves, efectivamente, ese no soy yo (risas). Mira, me he dedicado a escribir y a leer toda mi vida, y amo los libros con o sin dibujitos (vuelve a reír). Me hacía gracia crear un personaje que esté en las antípodas de mis gustos.
¿Le tienes fe al futuro de este mundo?
Peor que el pasado no puede haber. Eso me hizo escribir el libro.
¿Cómo surgió esa voz?
El libro nace de esta voz que me sonaba bien. Quería probarme y probar otra voz distinta. Se trata de salir un poco de una zona de confort, aunque siempre he pretendido que ningún libro se repita. Pero digamos que sí tenía una voz más característica y me decidí a probar otro instrumento.
Hay musicalidad siempre en ti, de hecho recuerdo que el New York Times te consideraba el rockstar de nuestra literatura tras tus primeros libros…
Fue una buena crítica del New York Times, que por cierto no solo decía eso. Pero la frase es muy potente y los editores la han acogido muchas veces. Ojo, pero conmigo no solo es el rock, es toda la música. Siempre me ha interesado la música porque siento que compagina más con la poesía y yo soy un amante de ella, soy un lector acérrimo de poemas. Y sí, la prosa también puede tomar esa musicalidad y marcar cierto ritmo. Siempre pienso que forma y contenido deben ir de la mano. Esa es la clave de un libro, que el tema tenga una narrativa que seduzca.
Te gusta mucho la poesía, ¿por qué no a arriesgarse a ser poeta?
Me gusta mucho leerla y siento que me ayuda mucho en la prosa. Quitando una edición muy chiquita, ‘Jardines de Lisboa’, que fue un encargo que lo hice con muchísimo gusto, no he tenido mayor aproximación a la poesía. Quizás se trata de un tema de respeto. Si la prosa es delicada, imagina lo que es la poesía.
Regresando a ‘Rendición’, y recordando la ciudad transparente, todo cristalizada, caí en desesperación cuando hablabas que nada olía mal y que no podías oler a la mujer que amas porque había perdido su aroma. ¿Un castigo no oler a la persona que amas?
Tiene que ver con lo que se descubre en la ciudad transparente donde hay un cúmulo de paradojas. Por un lado, todo parece ventajas, nada huele mal, ni el excremento. Entonces, en un lugar donde nada huele mal, quiere decir que no todo está bien. Cuando se da cuenta de que no puede oler a su mujer, que ni puede olerse a sí mismo, se empieza a dar cuenta del precio que tiene que pagar.
¿Pagarías el precio y vivirías en la ciudad transparente?
En eso me parezco al personaje: ninguno de los dos calza allí, no nos adaptamos. Una vida excesivamente aséptica y perfecta, sin resquicios, sin sombras, sin lugar para los secretos huele mal. Esa es una de las paradojas: una vida donde no hay secretos parecería positiva si pensamos al secreto como algo malo. Pero siento que hay cosas más íntimas, que son el núcleo de nuestra identidad y que son secretas.
Es que una ciudad transparente, donde todo es tan claro, no te permite esconderte, y a veces las sombras no están mal…
Exacto, volvemos a qué ganamos y qué perdemos. Hay que pensar que mucho de lo que se esconde no es maldad. Uno puede esconder el amor por alguien y no decirlo nunca.
Fuera de la ciudad transparente, entre las sombras aparecen los rumores. En el libro escribes: “Los rumores no se oyen si se trabaja duro y se hace ruido con el martillo y el yunque de la propia vida”. ¿Qué se siente forjar una vida desde la literatura?
Es un poco lo que antes hablábamos en broma, pero ahora te lo digo serio: el trabajo de un escritor, en realidad, es soledad y silencio. El sonido del martillo ya viene desde tu cabeza. El trabajo con el público, el de promoción, lo que vengo haciendo ahora, es una fortuna. Me divierte, pero es totalmente lo contrario a lo que hago día a día. Cuando escribes vives en otro mundo, nadie sabe a la final lo que tienes en la cabeza. Existe esa habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf. Uno se siente escritor cuando escribe, no cuando se habla de lo que haces.
Pero paseas, comes bien, te diviertes…
Eso sí, y para nada me quejo. Charlas estupendas, comida deliciosa, conoces nuevos países y vuelves a otros. Me siento bien porque es mi primera vez en Ecuador y tenía mucha ilusión llegar aquí.
En un momento, el personaje se cuestiona el perder su naturaleza, de autotraicionarse. ¿Alguna vez te has traicionado?
No más que cualquiera. No he sido un tipo de grandes traiciones conmigo mismo. He hecho cosas que me han apetecido más y otras que me han apetecido menos, pero llevo como 25 años haciendo lo que amo hacer, y siento que por eso no tengo mayor traición conmigo.
¿Si tomas a ‘Lo peor de todo’ y a ‘Rendición’ encuentras la esencia del mismo escritor?
Creo que sí. Creo que ambos son diferentes, pero ninguno reniega del otro: hay un mismo escritor tras 25 años. Desde el inicio me propuse no repetirme, escribir diferente cada libro aunque eso ponga en juego el éxito conseguido. ‘Héroes’ tuvo mucho éxito, no solo en nuestra lengua, tuvo muchas traducciones, pero era consciente de que no quería hacer ‘Héroes 1’, ‘Héroes 2’…
El libro no es político, pero reflexiona mucho sobre aquello. Escribes: “Me dio mucha pena enterarme de todo esto y sentí haber dejado a mis hijos partir a esa guerra, y más rabia aún darme cuenta tan tarde de que me había tragado sin hacer preguntas ni chistar la maldita propaganda que nos habían servido en plato de loza”. Ahí está nuestro presente.
Y nuestro pasado. Bueno, el mundo no ha cambiado mucho a lo largo de la historia. Los pesimistas te dicen que no hay nada peor que el presente. Yo me pregunto si no recuerdan la página de anteayer. Vivíamos sumidos frente a las atrocidades más grandes cometidas en la Segunda Guerra Mundial. Lo que ha cambiado es la recepción de la información. En el siglo XVIII sufrías lo que tenías cerca, ahora estás conectado con el mundo entero. El problema, siento, es que tanta información va causando un efecto contrario: insensibilización. Uno ahora solo trata de sortear los problemas que hay en casa, que son muy duros y no está mal resolverlos, pero debes darte cuenta de que más allá de tu puerta hay diásporas, crímenes, guerras, desalojos, maldades. Ahora, una sensibilidad desmesurada tampoco ayuda mucho. Llorar frente a una catástrofe a miles de kilómetros no ayuda a nadie.
¿Queda la literatura para reflexionar sobre aquello?
En parte, el trabajo de la literatura es ese, el contarnos en gran medida lo que somos en cada época. Siempre digo que con los clásicos ya está todo dicho, pero es bueno volver a contar. Marguerite Duras se planteaba por qué escribe si ya está todo escrito, y decía que porque hay que decirlo de nuevo, decirlo siempre, decirlo más. Hay que contarnos a nosotros mismos desde distintos ángulos. Lo bueno de la literatura es que cada escritor tiene su propia mirada y puede añadir algo.
Antes mencionabas que el libro está cargado de paradojas. Hablemos del niño Julio…
¡Hombre!, pero no me vayas a revelar el final del libro, que luego nadie me lo compra (risas).
No lo revelamos para nada. La pregunta iba sobre cómo la educación puede terminar corrompiéndonos. Recuerdo la escena del padre enseñándole al chico a no robar devolviendo un arma y luego todo se contrasta paradójicamente con la ‘educación perfecta’ que recibe.
Julio es una paradoja constante porque no sabemos realmente nada de él. También el niño es quien marca la tensión durante todo el libro: es realmente un genio o sufre de algún retraso. Sí, hay una mirada sobre el indagar en la educación: hasta qué punto la educación puede hacernos mejores, que evidentemente lo hace, pero también los condicionantes que pueden implicar. Siempre hay que pensar en quién, cómo y para qué lo hacen.
¿Ves a ‘Rendición’ en el cine?
En principio, no. No lo escribí pensando en el cine o en una adaptación. Con algunas personas hemos comentado que tiene una narrativa que puede darse para el cine, pero también que tiene una dificultad muy grande: la textura de la voz narradora es muy difícil plasmarla de principio a fin, no puedes andar con una voz en off todo el tiempo. Como guionista profesional tampoco lo veo tan claro, o no sé, quizás es más fácil de lo que parece.
¿Qué tal tu experiencia en el cine?
Me gusta, me siento bien. He dirigido un par de películas y escrito muchas más. Técnicamente es muy diferente, hablamos de que escribes una guía. Me gusta trabajar con otras personas. El trabajo de escritor es una isla y trabajar en algunos momentos con directores que admiras y con tantas personas te conforta muchísimo. Mira, al ser solitario, eres un poco tirano con lo que escribes y con el cine dejas de serlo.
¿Qué tal trabajar con Almodóvar?
Uff, un lujo. Yo había estudiado para guion de cine pero cuando te formas en el trabajo real y con un talento como el de Pedro las cosas cambian. En ‘Carne Trémula’ me puse tan solo al servicio de él.
¿Y con Saura?
Con Carlos fue diferente porque el guion lo escribí solo y él tocó muy poco del guion. Me quedó una gran amistad y siempre hemos pensado en que se puede trabajar de nuevo, al igual que con Pedro.
¿Estás preparando un nuevo libro o solo disfrutas por ahora de la gira?
Imposible trabajar por estos días. Claro que la gira es parte de tu trabajo. Una gira es agotadora, pero no es algo duro, no estoy picando piedras. Si bien hay un cansancio y muchos traslados, siempre te queda un hueco para disfrutar de las ciudades que visitas. No te queda mucho para escribir. Mira, lo único que he escrito por estos días son las hojas del check in en los hoteles. Lo bueno es que cuando me dieron el premio tenía una novela algo avanzada y no estoy tanto en el vacío. Por ahí en los aviones puedo reflexionar sobre ella, apuntar algún pie, corregir algo.
En el libro dices que “una cosa es poner cara de pelea y otra pelear”. ¿Qué pelea enfrentas?
Yo peleo con lo que escribo, peleo conmigo mismo y trato de hacerlo a la altura de mis ambiciones literarias. Siempre te queda pelear por tu trabajo, aunque en mi caso no debo hacerlo mucho porque siempre me han protegido las editoriales.
¿No tienes una guerra por librar?
Con el propio Loriga, pero que no es ninguna guerra. Siempre trato de estar a la altura de la idea primigenia, y eso es difícil. Woody Allen dice que en cada película siempre hay un nivel de decepción, por eso hace una cada año. Una vez le preguntaron a Woody Allen por qué lo hacía y decía que porque no le gustaba la anterior. Es radical lo que dice, medio en serio medio en broma como siempre, pero algo hay de verdad en eso: la posibilidad de creer que siempre puedes hacer algo mejor, aunque no sea cierto.
¿Con ‘Rendición’ fue la primera vez que apostaste por el Alfaguara?
Podría mentir, pero la verdad es la primera vez que me he presentado.
¿Y te presentaste como Sebastián Verón? ¿La ‘Brujita’?
Exacto, me parece un jugador muy original, muy distinto. Lo admiro mucho.
¿Jugabas en su posición?
Efectivamente, jugué mucho de media punta, como la ‘Brujita’. Me gustaba llegar y hacer goles cuando había oportunidad. Teníamos un equipo entre amigos para los domingos y las noches. Era en la época del Barcelona dirigida por Cruyff (Johan), esa época del ‘Dream Team’. Lo recuerdo porque llegó el momento en que más que jugar también nos dedicamos a beber. Fuimos el ‘Drink Team’ (risas). Imagina, un equipo con jugadores que se van cayendo y vomitando. Ahí abandoné ese sueño y me dediqué a escribir de verdad.
Escritor. Llegó por primera vez a Ecuador para presentar ‘Rendición’.
PERFIL
Ray Loriga
Escritor, guionista y director de cine español (Madrid, 1967). Entre sus novelas destacan ‘Lo peor de todo’, ‘Héroes’, ‘Caídos del cielo’, ‘Trífero’, entre otras. Dirigió las películas ‘La pistola de mi hermano’ y ‘Teresa, el cuerpo de Cristo’.