Aprendí a gustar del fútbol con Johan Cruyff, él fue mi primer gran ídolo. Yo por aquel entonces solo era un mocoso que intentaba repetir con muy poco acierto los movimientos de la estrella en un descampado fangoso cercano a mi casa. Los domingos tocaba escuchar la radio y en alguna ocasión podía ver al astro holandés en la tele. El mito crecía a base de imágenes en blanco y negro y de un imaginario propio dibujado con las voces de locutores enloquecidos con sus regates. Tardé bastante en verle en el Camp Nou. Mi familia no podía permitirse el lujo de pagar entradas para ver un partido de fútbol, había otras muchas urgencias que costear, así que durante bastante tiempo tuve que contentarme con verle de cuando en cuando por televisión. Pero, por suerte para mí, un hermano de mi padre trabajaba de camarero en uno de los bares del Camp Nou y cuando tuve cierta edad me hicieron el mejor regalo que podía esperar: acompañar a mi tío al Nou Camp camuflado de falso currante. Tuvimos que llegar dos horas antes al campo y estar muy atentos para, si se daba el caso de la presencia de un vigiante, disimular tras la barra hasta la hora del partido, pero valía la pena. A pesar de todo, a pesar del deseo de ver a mi héroe, hubo dos cosas que aquel día me impresionaron mucho más que Johan Cruyff: el verde intenso de la hierba que contrastaba con el gris sucio de la pantalla de televisión y los gritos que, de cuando en cuando, surgían espontáneamente entre el público reclamando llibertat, amnistia i estatut d'autonomia, gritos que iban creciendo hasta convertirse en un clamor unitario y alegre, y que yo coreaba sin entender demasiado qué querían decir.
Esa comunión entre fútbol y sensibilidad social, esa confusión colectiva entre la exhibición de los ídolos y la reivindicación de valores democráticos fundamentales, creo que fue una de las experiencias más intensas de mi niñez. Desde entonces, para mí, el fútbol siempre ha tenido algo de reivindicativo, siempre ha estado recubierto con un cierto sentido de expresión colectiva de libertad, a pesar de que los tiempos han cambiado y las reivindicaciones se hayan desdibujado a la luz de los intereses varios de los que pueden pagarse una entrada de fútbol. Debo admitir que si ahora nos ponemos a hablar del fútbol, sin duda acabaríamos hablando de necios, de señoritos ricachones, de manipulación, de aprovechados, de niños malcriados, de inútiles, de machismo, de homofobia y de tantos y tantos temas enquistados en ese circo que la imagen idílica que guardo de mi niñez se queda en una visión trasnochada de la realidad. Pero, como para contradecir todo lo anterior, en este decorado ha aparecido la imagen de un entrenador, Paco Jémez, y de un club de fútbol, el Rayo Vallecano. No sé hasta qué punto la sensibilidad por los más desfavorecidos es general entre los seguidores del Rayo, no conozco a Paco Jémez más allá de algunos sucesos puntuales, pero me han atraído lo suficiente como para volver a creer que no todo es circo en el fútbol y que mi visión trasnochada no era una simple caricatura.
Todos recordamos el gesto altruista del club madrileño y de su entrenador con Carmen, la vecina de 85 años desahuciada de su piso de Vallecas por una deuda con un banco. En la rueda de prensa, Paco Jémez nos recordaba que hay valores mucho más elevados y prioritarios que saldar una deuda -posiblemente injusta- como la dignidad, la sensibilidad con el sufrimiento humano, el derecho a tener un hogar o la solidaridad. Pues bien, este fin de semana se celebra una campaña contra la homofobia en el fútbol, una campaña en la que se pide a los futbolistas un simple gesto: que abrochen sus botas con unos cordones multicolores. Parece un simple gesto, pero también parece que la simplicidad y la solidaridad no cunde mucho en el mundo del fútbol. Ha sido otra vez el Rayo Vallecano el primer club de primera división -creo que el único- que se ha sumado a la campaña y, por supuesto Paco Jémez ha sido el que primero y más claramente se ha solidarizado públicamente. Otra lección de sensibilidad social en un ámbito en el que abundan gestores ricachones y niñatos machistas. En decisiones como la del Rayo Vallecano y de Paco Jémez es en las que encuentro mis primeros y más intensos recuerdos de mi relación con el fútbol. Se me entenderá pues si les digo que creo que me voy a comprar una bufanda del equipo de Vallecas para lucirla los días de partido ante la televisión y todo porque, a día de hoy, el Rayo Vallecano es más que un club.