Revista Cultura y Ocio

Rayuela - Julio Cortázar

Publicado el 18 mayo 2020 por Elpajaroverde
«¿Encontraría a la Maga?»
Primera frase de Rayuela.
Primera frase del primer capítulo de Rayuela.
Primera frase de Rayuela si comenzamos Rayuela por el capítulo uno, si elegimos el uno como primer capítulo de Rayuela.
Rayuela - Julio CortázarRayuela tiene 155 capítulos. 155 casillas trazadas con tiza por un niño grande llamado Julio Cortázar. 155 casillas a las que lanzar el guijarro y en las que dejarnos caer.
Cortázar nos dice que podemos saltar correlativamente de la 1 a la 56 y terminar el juego ahí, pues las demás casillas son prescindibles. O bien podemos seguir el orden que él nos sugiere: su tablero de dirección. Morelli les dirá a Oliveira y a uno de sus amigos del Club de la Serpiente cuando les pida que vayan a su casa a ordenarle sus papeles: «Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. [...] Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto». Y como Morelli, escritor ficticio que tiene un cameo en esta novela y al que admiran los miembros del club con nombre de reptil, es un poco Julio Cortázar, cualquier orden al azar que siga cualquier lector es bueno para leer Rayuela.
Yo sigo el orden propuesto por Cortázar, como no. Allá donde él me lanza la piedrita, allá me dejo caer yo sobre uno de mis pies, sobre los dos, otra vez sobre uno porque es más fácil guardar el equilibrio en un solo lado que con un pie en cada lado aunque estando en un solo lado se corre el riesgo de caer ahí para siempre y ya no volver.
Cortázar me agota. Es ese niño cansino que nunca quiere dejar de jugar pero que siempre nos tienta y nos convence, que lleva el juego más allá de todo límite porque precisamente la única regla del juego es jugar y jugar. Y yo le sigo porque no sé decirle que no, porque no quiero ni puedo decirle que no a pesar de que resisto las ganas de pelearme con él cuando tal vez debería hacerlo pues «a veces siento que entre dos que se rompen la cara a trompadas hay mucho más entendimiento que entre los que están ahí mirando desde afuera». Así que Cortázar escribe con casi cincuenta años una novela con personajes en torno a los cuarenta que parecen comportarse como si fuesen veinteañeros, una obra que cuando se publicó por primera vez en 1963 triunfo entre los lectores jóvenes y que las generaciones posteriores han seguido leyéndola mayoritariamente en su juventud, y la 'cuarentañera' que soy la lee ahora porque con veinte años era demasiado adulta para saber jugar. Soy como Traveler, el amigo de juventud de Oliveira con el que se reencontrará años después, y, al igual que el primero al segundo, yo sigo a Cortázar en cada provocación aunque tambalee mi mundo porque el mundo al que me invita a asomarme también de algún modo es mi mundo.
«Imagino al hombre como una ameba que tira seudópodos para alcanzar y envolver su alimento. Hay seudópodos largos y cortos, movimientos, rodeos. Un día eso se fija (lo que llaman la madurez, el hombre hecho y derecho). Por un lado alcanza lejos, por otro no ve una lámpara a dos pasos. Y ya no hay nada que hacer, como dicen los reos, uno es favorito de esto o de aquello. En esa forma el tipo va viviendo bastante convencido de que no se le escapa nada interesante, hasta que un instantáneo corrimiento a un costado le muestra por un segundo, sin por desgracia darle tiempo a saber por qué, le muestra su parcelado ser, sus seudópodos irregulares, la sospecha de que más allá, donde ahora veo el aire limpio, o en esta indecisión, en la encrucijada de la opción, yo mismo, en el resto de la realidad que ignoro me estoy esperando inútilmente».
Y pienso ahora que Traveler es un poco mi alter ego como Oliveira es el de Traveler (aunque lo califique con fortuna como su doppelgänger) y como el propio Oliveira y Morelli lo son asimismo de Cortázar.

Rayuela - Julio Cortázar

Julio Cortázar, 1967

A los lectores que leen para no salir del reducto de su comodidad Morelli los califica como lectores-hembra. Lo que él quiere conseguir es «hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo». Las citas de Morelli pecan a veces de pedantes. Oliveira se comporta a veces como un auténtico boludo (él mismo llega a calificarse de cretino). Aun así, esta hembra que lee y entra al juego de dejarse mutar, desplazar, extrañar y enajenar entiende que nadie es perfecto y sigue considerando a Julio Cortázar un genio.
Vuelvo a la casilla de salida (de esta entrada, que no de mi lectura) y a esa pregunta de: «¿encontraría a la Maga?»
Es Horacio Oliveira, protagonista de esta novela (como los que ya la habéis leído sabéis y los que aún no ya os habréis imaginado), el que la está buscando. Horacio busca lo que ha dejado; lo que ha perdido, diría, si no fuera porque no se puede perder lo que no se ha tenido y él sabe de la Maga que «no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames [...], me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado».
Lucía, que así es como se llama la Maga, le vaticina que algún diría se tirará a uno de sus ríos metafísicos. Él sabe en cambio que ella se sumerge en ellos sin sospecharlo siquiera, que «ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga». El siguiente diálogo entre ambos describe este antagonismo muy bien:
«-Vos no podrías -dijo-. Vos pensás demasiado antes de hacer nada.
-Parto del principio de que la reflexión debe preceder a la acción, bobalina.
-Partís del principio -dijo la Maga-. Qué complicado. Vos sos como un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros. Quiero decir que los cuadros están ahí y vos en el museo, cerca y lejos al mismo tiempo. Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es un cuadro, esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza, no estás en la pieza».
Horacio mira, piensa, se empapa de intelectualidad y la desborda pero «si la lucidez desemboca en la inacción, ¿no se volvía sospechosa, no encubría una forma particularmente diabólica de ceguera?»
El solo hecho de preguntarse ¿encontraría...? implica una búsqueda. Horacio busca de manera febril. Busca «una llave. Todavía, a lo mejor, se podía salir a la calle y seguir andando, una llave en el bolsillo. A lo mejor todavía, una llave Morelli, una vuelta de llave y entrar en otra cosa, a lo mejor todavía».
Horacio es un perseguidor; lo pienso en varias ocasiones a lo largo de esta lectura. El perseguidor es un relato de Julio Cortázar que leí a finales del año pasado y es una de las obras más geniales (si no la más) que he leído en mi vida. Así que es para mí una grata sorpresa encontrarme tras la lectura de esta novela, en uno de los textos anexos a la edición conmemorativa de ella que he leído, con la constatación, en palabras del crítico literario Andrés Amorós, de que «"El perseguidor" es la pequeña Rayuela».

Rayuela - Julio Cortázar

Pont Neuf visto desde el Quai de conti, París. Fotografía de Mbzt


Quien no quiera jugar a Rayuela, pues, que lea El perseguidor (leed cuentos de Cortázar: Cortázar para desayunar, Cortázar para comer, Cortázar para merendar, Cortázar para cenar. Cortázar para antes de ir a dormir y para soñar pues «soñando nos es dado ejercitar gratis nuestra aptitud para la locura»). Si, total, él mismo consideró que 99 de sus 155 capítulos eran prescindibles; si a mí me han parecido prescindibles según los leía no solo algunos de sus prescindibles sino también de sus imprescindibles. Pero, claro, os imaginaréis que Cortázar no iba a escribir o al menos publicar nada que considerara no ser digno de ser leído.
Mis prescindibles son casillas en las que sé que hay una puerta cerrada para mí esperando a que algún día vuelva a jugar y caiga en ellas para encontrar esa misma puerta entreabierta. Son como «los picaportes de las puertas», «los botones de metal», «los pedacitos de vidrio» en los que, «si te fijaras bien, verías que por todos lados, donde menos se sospecha, hay imágenes que copian todos tus movimientos». Tan solo «hay que abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, pero sobre todo hay que tirar también la ventana, y nosotros con ella».
Esto lo sospecho cuando salteo de casilla en casilla en la Rayuela y lo confirmo después cuando me paso un día entero releyendo lo subrayado en el tablero; cuando a continuación leo otra vez mi capítulo favorito; cuando vuelvo sobre aquel otro (que en un principio consideré en su mayoría prescindible) que incluye el absurdo ensayo de Ceferino Piriz que pensé invento de Cortázar y descubrí más tarde real. Porque Rayuela es surrealismo y es comicidad. Porque «la risa ella sola ha cavado más túneles que todas las lágrimas de la tierra» y con risa es más fácil sobrellevar que el verdadero «absurdo es que salgas por la mañana a la puerta y encuentres la botella de leche en el umbral y te quedes tan tranquilo porque ayer te pasó lo mismo y mañana te volverá a pasar. Es ese estancamiento, ese así sea, esa sospechosa carencia de excepciones», así como con risa se lleva mejor darse cuenta de que «sin poseerse no había posesión de la otredad, ¿y quién se poseía de veras? ¿Quién estaba de vuelta de sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine o en el prostíbulo o en la casa de los amigos o en un profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Así, paradójicamente, el colmo de soledad conducía al colmo de gregarismo, a la gran ilusión de la compañía ajena, al hombre solo en la sala de los espejos y los ecos».
La primera vez que leí el capítulo que contiene el dislate de Piriz fue el día en que se anunció definitivamente que media España pasábamos a la fase 1. Hasta mi cuarto llegaban voces lejanas desde el televisor del salón. El orden de paz en el mundo del amigo Ceferino con la banda sonora de nuestra transición hacia una nueva normalidad. Si yo fuera Julio Cortázar hubiera reescrito dicho capítulo alternando los dos órdenes de una nueva sociedad tal y como escribió ese otro en el que alternó la lectura de un fragmento de una novela de Pérez Galdós con los pensamientos de Oliveira sobre la Maga, obligando así al lector a realizar dos lecturas simultáneas.
En cuanto a mi capítulo favorito es el de los tablones. Y nuevamente es Andrés Amorós quien me da otra alegría al contarme que ese capítulo el argentino lo escribió inicialmente como un cuento pero luego se dio cuenta de que en realidad era mucho más y a partir de él creó Rayuela. El crítico me hace muy feliz con sus afirmaciones porque, aunque soy consciente de que hay muchas cosas de esta lectura que se me han escapado, me confirma que he captado su esencia y que he sabido «tomar de la literatura eso que es puente vivo de hombre a hombre».

Rayuela - Julio Cortázar

Fotografía de moinga2


En el capítulo de los tablones Oliveira está en su cuarto enderezando unos clavos. Es un día de calor asfixiante. Enfrente viven Traveler y su pareja Talita (¿por qué se hablará casi siempre tanto de la Maga y en cambio tan poco de Talita?). A Oliveira le apetece un mate y le pide a su amigo que le lance desde su ventana una bolsita con clavos y yerba, pues hace demasiado calor para bajar tres pisos, andar el trecho de calle que los separa y subir otros tres pisos. Pero Traveler alega mala puntería por lo que deciden sacar un tablón desde cada una sus respectivas ventanas y unirlos en el centro para poder cruzar de pieza a pieza. Decidirán finalmente que sea Talita quien se aventure, bajo un sol abrasador y entre juegos de palabras, por ese puente improvisado entre esas dos ventanas a dos mundos que son «anverso o reverso, el signo contrario como posible forma de sobrevivencia», entre esos dos lados que, a veces y por un instante, a través de un endeble puente soñamos vislumbrar e incluso quién sabe si traspasar.
Los capítulos del 1 al 56 comprenden hasta el 36 Del lado de allá y del 37 al 56 Del lado de acá.
El lado de allá es: París. Oliveira, la Maga y el Club de la Serpiente con sus veladas de jazz, alcohol y conversaciones intelectuales y literarias. Los puentes de París. Hacer el amor en glíglico. El concierto de Berthe Trépat, su paseo con Oliveira («a lo mejor todavía») y el agua en los zapatos. La clocharde (vagabunda) y el kibutz.
El lado de acá es: Buenos Aires. Oliveira, Traveler y Talita. El capítulo de los tablones. El circo, la carpa, la apertura al cielo. El manicomio (los locos, que todos firman porque son como nosotros) y la bajada a la morgue. La  ventana y la rayuela.
Del 57 al 155 comprende De otros lados. Son los capítulos que siguiendo el orden sugerido por Cortázar se van intercalando desordenadamente entre el 1 y el 56. Los otros lados son: las citas de Morelli, las citas de autores reales y...
No me alcanza la memoria. No me alcanza porque he saltado entre mundos. Porque el juego no permite tocar los límites de las casillas y así todo se me difumina y se me hace un solo mundo sin fronteras. Porque he jugado. Porque desde la Tierra, con mi piedrita y la punta de mi zapato, os juro que he conseguido caer en el Cielo.
«La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas [...] y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo [...], lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar. Y porque se ha salido de la infancia [...] se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato».

Rayuela - Julio Cortázar

Rayuela, fotografía de Linnaea Mallette

 «A menos que...»

Ficha del libro:
Título: Rayuela
Autor: Julio Cortázar
Edita: Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española y Penguin Random House Grupo Editorial
Año de publicación: 2019
Nº de páginas: 700
ISBN: 9788420437484
Si te ha gustado...
¿Compartes?
      ↓

Volver a la Portada de Logo Paperblog