Revista Opinión
La religión y la filosofía son las dos vías por las que el ser humano accede a la “verdad” (revelada o deducida) de la existencia, la realidad y el ser. La fe no busca la comprensión ni se atiene a ninguna razón suficiente, sólo exige obediencia. La razón, la verdad increada, constriñe a los hombres y los somete a la necesidad porque, según Hegel, “todo lo real es racional”. Ambos pensamientos se oponen, puesto que uno justifica el conocimiento en el ser, y el otro justifica el ser en el conocimiento.¿Es posible conciliar las Sagradas Escrituras, fuentes de la revelación, con la sabiduría griega, fuente de la filosofía? ¿Es posible la relación entre la fe y la razón? Los escolásticos intentaron unir las verdades reveladas por la Biblia con las verdades evidentes descubiertas por Grecia, patria del pensamiento humano. Y la contienda aun continúa. Kant estimaba que el Deus ex machina es la más absurda de las suposiciones, puesto que la idea de un ser supremo, creador de todo lo existente, representa el fin de toda filosofía. Kierkegaard, por su parte, pensaba que creer equivale a perder la razón para ganar a Dios. De este modo, los apóstoles y los profetas se contentan con la fe; el filósofo aspira a más, desea el conocimiento. Los primeros aguardan la salvación desde lo alto; el segundo, a través de una sabiduría basada en el conocimiento estable y duradero. Con todo, ambas vías comparten algunas ideas que nada tienen que ver con la racionalidad y el positivismo. Y de ello es, precisamente, de lo que trata Atenas y Jerusalén, el libro más importante del pensador ruso Lev Shestov que acaba de publicarse por primera vez en español (Hermida editores, Madrid, 2019).
Es un ensayo profundo y denso que zarandea las certidumbres de quienes, incluso, estamos alejados de la filosofía, también de la fe, aunque no de la inquietud por saber. Y nos deja consternados con la duda sobre qué verdad es más verdadera, la de la fe o la de la razón, la revelada o la alcanzada por el hombre por sí mismo con su conocimiento. Personalmente, concibo ambas verdades como frutos de la racionalidad del ser humano que busca respuestas a su trágica singularidad consciente, hallándolas bien en la cabeza, bien en el corazón. Con eso sacio mi curiosidad, de momento.