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Razones para citar a Emil Cioran.

Publicado el 20 agosto 2015 por Alguien @algundia_alguna

Héctor Subirats, profesor universitario y ensayista, escoge para la revista Claves de Razón Práctica nº 240 una serie de citas del escritor y filósofo rumano Emil Cioran, a quien describe como un “personaje fascinante, maestro de la ironía y con una mirada profunda y una sonrisa contagiosa”. Se trata de citas recogidas de entrevistas, cartas, y distintos textos que Subirats no ordena cronológicamente sino al azar, y comenta: “cada vez que vuelvo a toparme con estupidez, la necedad y el fanatismo, releo alguna página del rumano y agradezco el regalo de haberlo conocido”.

Cioran

 

Citas de Emil Cioran (selección de Héctor Subirats).
  • Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde po­demos hundirnos.

  • Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero debería­mos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar.

  • Incluso discierno alguna relación entre la desdicha y la megalomanía.

  • Ese “gran triste” es un rebelde que dudó.

  • Solo nos seducen los espíritus que se han destruido por haber querido dar un sentido a su vida.

  • Se refugiaban en la crueldad para olvidar el miedo.

  • Los teólogos lo han advertido desde hace mucho tiempo: la espe­ranza es el fruto de la paciencia. Debería añadirse y de la modes­tia. El orgulloso no tiene tiempo de esperar.

  • Los hay que van de afirmación en afirmación: su vida es una serie de síes… Aplaudiendo a lo real o lo que se les parece tal, consien­ten todo y no tienen ningún empacho en decirlo. No hay anomalía que no expliquen o no coloquen entre las cosas “que pasan”. Cuan­to más se dejan contaminar por la filosofía, más, en el espectáculo de la vida y la muerte, son un espectador complaciente.

  • No tener nunca la oportunidad de decidirme; no hay deseo que tenga con más frecuencia: pero no siempre dominamos nuestros humores, esas actitudes en germen, esos esbozos de teoría. Visce­ralmente inclinados a la estructuración de sistemas, los construi­mos sin descanso, sobre todo en política, dominio de los pseudo problemas donde se expande el mal filosófico que nos habita a cada uno.

  • La lucidez, martirio permanente, inimaginable proeza.

  • El orgasmo es un paroxismo; la desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida.

  • Amar al prójimo es algo inconcebible. ¿Acaso se le pide a un virus que ame a otro virus?

  • El que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir. La única en realidad.

  • Cuando hemos puesto a alguien muy alto, se nos hace más ase­quible en cuanto comete un acto indigno. Así nos libera del calva­rio de la veneración y a partir de ese momento sentimos por él un verdadero apego.

  • ¡La civilización situada antes de lo histórico! Esa idolatría de los comienzos, del paraíso ya realizado, esa obsesión por los orígenes, es el signo distintivo del pensamiento “reaccionario”, o si se pre­fiere, tradicional.

  • Modelos de estilo: el juramento, el telegrama y el epitafio.

  • Aburrirse es mascar el tiempo. 

  • El drama de Alemania es el de no haber tenido un Montaigne, ¡qué ventaja para Francia haber comenzado con un escéptico!

  • Que vengan a azotar nuestra palidez, revigorizar nuestras som­bras, que nos traigan la savia que nos ha abandonado. Marchitos, exangües, no podemos reaccionar contra la fatalidad: los agonizan­tes no se agremian ni se amotinan.

  • Deambulo a través de los días como una puta en un mundo sin aceras.

  • He perdido, en contacto con los hombres, todo el frescor de mis neurosis.

  • Envejeciendo aprendemos a convertir nuestros terrores en sar­casmos.

  • Solo se suicidan los optimistas, los optimistas que ya no logran serlo. Los demás, no teniendo ninguna razón para vivir, ¿por qué se tendrían que morir?

  • ¡Ay del acongojado que frente a sus insomnios no disponga más que de una reducida reserva de plegarias!

  • Fuera de la materia, todo es música: Dios mismo no es más que una alucinación sonora.

  • Quien no haya conocido la humillación ignora lo que es llegar al último estadio de uno mismo.

  • Un peligro amenaza al poeta desarraigado: adaptarse a su suer­te, no sufre más por su causa, complacerse con ella. Nadie puede salvar a la juventud de sus zozobras, pero se desgastan. Lo mismo sucede con la añoranza del terruño, con toda nostalgia. Las per­sonas pierden su lustre, se marchitan y a pesar del elogio, caen pronto en el abandono, ¿qué hay entonces de más normal que instalarse en el exilio, Ciudad de la Nada, patria inadvertida?

  • Signo de que se ha comprendido todo: llorar sin motivo.

  • Mi misión es matar el tiempo, y la del tiempo matarme a mi, ¡qué cómodo se encuentra uno entre asesinos!

  • Cada Revolución es heroica y en ella entiendo toda la envergadura del heroísmo que empieza con la brutalidad y termina con el sacrificio.

  • No vale la pena molestarse en matarse porque uno se mata dema­siado tarde.

  • A veces quisiera ser caníbal, no tanto por el placer de devorar a fulano o a mengano como para vomitarlo.

  • Nadie puede conservar su soledad si no sabe hacerse odioso.

  • He decidido no detestar más a nadie, más desde que he observa­do que termino siempre por parecerme a mi último enemigo.

  • He leído demasiado. La lectura ha devorado mi pensamiento. Cuando leo tengo la impresión de “hacer” algo, de justificarme ante la sociedad, de tener empleo, de escapar a la vergüenza de ser ocioso… un hombre inútil e inutilizable.

  • Solo se entregan al hastío las naturalezas eróticas decepcionadas de antemano del amor.

  • La soledad es el tedio y la gente es el sufrimiento, el hombre no está equipado para ser feliz.

  • A la larga, la vida sin utopía es irrespirable, para la multitud al me­nos a riesgo de petrificarse, el mundo necesita un delirio renovado.

  • La vida solo tiene sentido gracias a la democracia, pero a la de­mocracia le falta vida… Dicha inmediata, desastre inminente, in­consistencia de un régimen al que no se adhiere uno sin enredarse en un dilema torturante.

  • Si en caso extremo, se puede gobernar sin crímenes, no se puede en cambio, hacerlo sin injusticias.

  • En cualquier gran ciudad donde el azar me lleva, me sorprende que no se desaten masacres, una carnicería sin nombre, levanta­mientos diarios.

  • Un desorden de fin del mundo. ¿Cómo, en un espacio tan reducido pueden coexistir tantos hombres sin destruirse, sin odiarse mortalmen­te? A decir verdad se odian, pero no están a la altura de su odio.

  • Todo nacimiento es una capitulación.

  • La filosofía lo enseña a uno a plantear problemas y a hacerse pre­guntas, pero luego lo abandona a su suerte, porque las respuestas son siempre dudosas.

  • A menudo me han reprochado hablar solo de lo que me afecta a mí. Pues bien, si los que hablan de problemas generales me parecen la mayoría vacíos, eso ocurre con la filosofía: en lo más hondo está vacía.

  • Lenin y Hitler hacen historia precisamente porque a través del “terror fecundo”, pueden provocar la “mística” de un esfuerzo co­lectivo nacional.

  • Hitler era un caso patológico. El muy imbécil creía en sus pro­pias ideas.

  • Cualquiera es más contemporáneo que yo.

  • Delante de mí, una muchacha (¿19 años?) y un chico joven. In­tento reprimir el interés que despierta en mí la muchacha, su en­canto y, para conseguirlo, me la imagino muerta, en estado de ca­dáver descompuesto, con los ojos, las mejillas, la nariz y los labios, todo en plena putrefacción. Ningún efecto. El hechizo que emana de ella me subyuga constantemente. Este es el milagro de la vida.

  • Con la edad, nos volvemos más fríos, se hiela incluso la locura que llevamos dentro.

  • Me he aburrido de calumniar al universo, sencillamente, ¡ya no me interesa!

  • En mi juventud me emborrachaba a menudo, porque me gustaba el estado de inconsciencia y el orgullo demente del borracho.

  • La pérdida del sueño fue una revelación para mí. Porque entonces me percaté de que la vida era soportable tan solo gracias al sueño.

  • El insomnio nos obliga a vivir la experiencia de la lucidez de la consciencia sin interrupción.

  • No haber hecho nunca nada y morir sin embargo extenuado.

  • Preferí llevar una vida de parásito antes que destruirme traba­jando.

  • Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepa­sados que llevaron la curiosidad hasta la ignominia.

Las traducciones son de Fernando Savater, Esther Seligson, Ra­fael Panizo y Joaquín Garrigós.

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Fuente: El Boomeran 20/07/2015.


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