Crisis, paro, recortes... Todo parece confabularse para amargarnos el día, y por eso hay que aferrarse a algo para vencer a la adversidad. Varios personajes, entre ellos algunos que han atravesado situaciones muy dramáticas en sus vidas, como el escritor Albert Espinosa o el deportista Isidre Esteve, desvelan las actividades cotidianas que hacen que no todo parezca tan negro. Dedicamos un tercio del día al trabajo, nos marcamos grandes objetivos, andamos sumergidos en tareas que nos roban la energía, aunque muchas de ellas las olvidaremos mañana mismo, y ponemos un empeño enorme en hacerlo todo a toda prisa. Pero preguntas en la calle por los motivos que dan sentido a la vida y la gente responde: practicar deporte, pasear por el campo, charlar sin mirar el reloj después de una buena comida y consumir cultura en privado. La agenda pública que vuelcan a diario los noticiarios es una amalgama sin fin de rifirrafes políticos, macrocifras económicas y febriles debates sobre asuntos lejanos. En contraste con esa hoja de ruta llena de grandes titulares, los intereses particulares del personal componen un mapa ocupado por seres queridos y tareas tan poco trascendentes como cuidar el jardín, oír música en el iPhone o ver un partido de fútbol del equipo favorito en televisión.
AFRONTAR UNA ADVERSIDAD En el CUADERNO DEL DOMINGO nos hemos planteado el reto de enumerar y desentrañar las razones íntimas que animan la vida privada de la gente. ¿Qué es lo que nos pone contentos?. ¿Cuáles son los placeres que dan sentido a nuestra existencia?. Muchos personajes conocidos se han animado a revelar su lista de motivos para ser felices. En ese coro, la voz de los que han tenido que afrontar una importante adversidad tiene especial relevancia. Si hay alguien que ha sabido encontrar sentido a la vida son los que alguna vez sintieron que lo perdían todo. ¿A qué se aferra uno en esa situación?. ¿Cuál es el clavo ardiendo al que agarrarse cuando la existencia abrasa?. «No existe una fórmula universal, pero la motivación última tiene que ver con sentir unas profundas ganas de vivir, y estas solo aparecen cuando has llegado a lo más hondo y has aceptado tu nueva la realidad», cuenta Isidre Esteve. Un accidente envió al motorista de La Seu d'Urgell a la silla de ruedas en el 2007, tras pasar tres meses en una UCI con las vértebras fracturadas. El día que abandonó el hospital le embargó una sensación que tiene mucho que ver con el planteamiento vital en el que hoy habita. «Recuerdo que iba en el coche con mi mujer y, al enfilar la Ronda Litoral de Barcelona y ver las palmeras de la mediana, me quedé boquiabierto y no pude evitar decir: '¡Mira qué palmeras tan guapas!'. Era junio, el campo estaba precioso y yo no paré de celebrarlo en el camino de vuelta a casa. Mi mujer debió de pensar que me encontraba mal, pero me sentía como nunca», recuerda el deportista. Aquel colapso de los sentidos vino acompañado de una reflexión. «Pensé: ahora mismo podría estar muerto, así que esto no me lo quiero perder». Luego está el día a día, lleno de tentaciones para desfallecer, pero Esteve dice haber interiorizado, hasta lo más íntimo de su ser, que ahora no tiene una vida peor que antes, sino diferente. «A veces echo de menos disponer de un puerto USB en las piernas, para conectarlas y ponerme a andar, pero a diario solo recuerdo que voy en silla de ruedas cuando veo a alguien en silla de ruedas», revela.
LA DERROTA DEL DESALIENTO En su adaptación a la nueva situación, cree que fue crucial la disciplina de deportista a la que estaba habituado. Se aferró a eso, y a todas las tareas con las que ahora es tan feliz como antes lo era con otras: compite en carreras de coches adaptados -con uno de ellos incluso volvió a correr el Dakar-, da conferencias sobre motivación, colabora con una fundación que investiga técnicas de regeneración de la médula espinal y disfruta «subiendo a la montaña» y sentándose «en una terraza a comer con familiares y amigos. Son mis nuevos placeres de la vida», cuenta. «A mí me ayudó una frase: la única derrota es el desaliento», dice Irene Villa, quien perdió las piernas a los 12 años en un atentado de ETA en Madrid. Ahora tiene 32, tres carreras (Psicología, Humanidades y Comunicación Audiovisual), es una fanática del esquí adaptado y sus placeres de la vida son: «Hacer deporte, montar en bici, pasear, ir al cine y viajar». Acaba de publicar un libro, Saber que se puede, donde ofrece su testimonio a quienes, como ella, han de hacer frente a la adversidad. Le ha cundido el tiempo, pero ella cree que su mayor logro es difícil anotarlo en un currículo: «Nunca olvidaré lo que me dijo mi madre cuando estábamos en el hospital: 'Tenemos dos opciones, odiar y ser unas desgraciadas toda la vida, o asumir lo que nos ha pasado, perdonar y tirar para adelante», cuenta. No fue fácil para ella elegir el segundo camino. «Me ha costado 20 años librarme de la etiqueta de víctima», advierte. Pero ha aprendido que todo depende de cómo ves la realidad, no de la realidad. «Hay quien se quita las lentillas al acostarse. Pues yo me quito las piernas. Si lo piensan bien, en ambos casos hablamos de prótesis», dice con una naturalidad que estremece. Tanto como su más grave conclusión: «Las personas más felices que he conocido son las que están más en contacto consigo mismas. En ese sentido, sí, he de estar agradecida al atentado, porque ha hecho de mí una mujer más feliz», afirma. ¿Cómo es posible que quienes, de lejos, parecen tener más motivos para sentirse desgraciados sean los que transmiten más alegría?. «La clave es entender que nunca pierdes nada, sino que lo cambias por otra cosa. Yo perdí una pierna, pero gané un muñón; perdí un hígado normal, pero gané otro con forma de estrella», cuenta Albert Espinosa. El novelista, guionista, realizador y columnista de EL PERIÓDICO, de 37 años, se ha pasado más de media vida luchando contra el cáncer, pero su testimonio, lejos de ser un relato triste, es una comedia sin fin. «Cuando me iban a cortar la pierna le hice una fiesta de despedida. Bailé con ella el bolero Espérame en el cielo. En el hospital, cuando moría alguno de los chicos que teníamos cáncer, solíamos decir que nos repartíamos su vida. A mí me tocaron 3,5 vidas. Por eso hago tantas cosas», cuenta.
EL HUMOR COMO SALVAVIDAS La última novela de Albert Espinosa, Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven, comienza con esta frase: «Cuando crees haber encontrado todas las respuestas, viene el Universo y te cambia todas las preguntas». ¿Cómo encontrar entonces sentido a la existencia? «A mí me dieron un 2% de posibilidades de sobrevivir. Cuando pasas por eso, le pierdes el miedo a la muerte y te concentras en hacer lo que te da felicidad. Mi mayor placer es nadar, es la reunión más importante que tengo cada día. Pero también le da sentido a mi vida ver películas, practicar thai-boxing, inventar historias y conocer gente. Me encanta la gente, se cuentan unas historias muy potentes», explica el titular de esta potente historia. Espinosa asegura que el humor le ha ayudado a sobrevivir. «Ese elemento está presente en todas las personas que han tenido que hacer frente a un contratiempo importante y han sabido darle la vuelta», señala Anna Forés, pedagoga experta en resiliencia. Esta palabra no es nueva en el diccionario, pero sí su uso masivo. En los últimos años, debido en parte al ambiente depresivo que ha extendido la crisis, se ha popularizado el término, que alude a la capacidad para convertir una adversidad en auténtico viento a favor, relectura del clásico «lo que no te mata te hace más fuerte». «Todo el mundo puede ser resiliente, porque todos tenemos fortalezas que desconocemos. Solo cuando nos enfrentamos a la adversidad nos damos cuenta de lo que somos capaces de hacer», señala Forés. En su opinión, en todo proceso resiliente es clave «buscarle pequeños sentidos a la vida, mejor que grandes, y tenerlos muy presentes en el día a día». De resiliencia saben mucho las personas que han tenido que mirar de frente al cáncer. El cirujano Vicente García Fons, especializado en intervenciones de mama, ha conocido a unas cuantas y ha observado en ellas reacciones que contradicen a la lógica. «He visto a mujeres aparentemente pusilánimes sacar de su interior una fuerza que ellas mismas desconocían», destaca. El mecanismo suele repetirse: «Ante la noticia, lo habitual es que haya un desfallecimiento anímico, pero una semana más tarde, en la siguiente consulta, llegan con ganas de encarar la situación», cuenta el médico. ¿Qué ha pasado en esa semana?. «Hay una especie de reseteo psicológico. Los valores de la persona que se enfrenta a un cáncer cambian, y lo que antes la preocupaba, ahora no. Normalmente acaban saliendo fortalecidas», explica García Fons, quien reunió en el libro Nuestra lucha contra la adversidad la experiencia de muchas de esas mujeres de las que dice haber aprendido «puras lecciones de vida». Lo grave es tener que pasar por una situación crítica para que la recolocación de valores llegue. ¿Por qué esos motivos para vivir no se ven en el día a día? «Porque estamos programados para sentirnos insatisfechos», responde el filósofo José Antonio Marina. En su libro Las arquitecturas del deseo: una investigación sobre los placeres del espíritu, desmonta los mecanismos que mueven a las personas a la búsqueda de bienes exteriores y detecta un error de planteamiento. «Vivimos en una cultura que nos impele a desear objetos que no tenemos pero, al conseguirlos, automáticamente se devalúan. Se estimula la necesidad de desear, no el placer de sentirnos satisfechos» . Más partidario de los placeres espirituales y perdurables que de los materiales y caducos, Marina cree que los niveles de felicidad de la sociedad crecerían si se educara a la gente en «la cultura de la satisfacción, no en la de la necesidad». Al final, como decía Ramón Gómez de la Serna, «esto de los placeres son habas contadas», concluye el filósofo.