Revista Diario

(Re) encontrando el equilibrio

Por Sandra @sandraferrerv
Rose dando el pecho a su hijoMary CassattEl tiempo es una trampa. Usamos tópicos como "parece que fue ayer" o "parece que el tiempo se haya detenido". Porque al final, a pesar de que el reloj, invento artificial que a menudo nos amarga la vida, lleva siempre el mismo ritmo, sentimos el tiempo a nuestra propia manera.Cuando tienes un hijo te explican que existe una cosa llamada "puerperio" o "cuarentena", un tiempo de recuperación "física" tras el nacimiento de tu hijo, a partir del cual "en teoría" todo vuelve a la normalidad. Pues no. Quizás una parte de nuestro cuerpo, pero no nuestra vida ni nuestros sentimientos. Hace cuatro años y medio mi vida pasó de ser lenta, en la que el concepto "aburrimiento" tenía a menudo su sitio, a coger un acelerón que me llevó a una vorágine de sensaciones que borraron prácticamente mi vida anterior. Tanto que cuando pienso en hechos más allá de mi existencia como madre, mis enanos se me aparecen de manera surrealista en la universidad, en mi boda o en cualquier otro momento. Vamos que si Freud me sentara en su diván puede que encontrara una mina de locura. Pero ese acelerón, poco a poco, ha ido desapareciendo. Los "peores" años de agotamiento, falta de sueño, preocupaciones porque mis hijos no comieran, no gatearan o lloraran sin razón aparente, se han esfumado. De repente me he encontrado con dos personitas de más de cuatro y más de dos años que ya dialogan, hablan, "escuchan" y conviven de verdad conmigo. Los bebés ya no están. Mientras leía sentada al lado de la cama de mis hijos los observaba dormir plácidamente (sí, yo no soy pro-Estivill, qué le vamos a hacer) y me he dado cuenta de lo grandes que están. Las cunas han dejado sitio a grandes cama para esas pequeñas personitas. Han pasado cuatro años de auténtica locura. Pañales, paseos eternos a la luz de la luna (y no a lo enamorados), largas tomas nocturnas (y diurnas), lavadoras y más lavadoras, papillas y más papillas (la mayoría terminaron en la basura), los berrinches sin sentido (aparente), la angustia por no entender lo que pasaba por unas cabecitas que aun eran incapaces de verbalizar sus propias necesidades. Ese tiempo de angustia y locura, pero también de pasar largos minutos sin poder quitar el ojo a esos pequeños bultitos hipnóticos que les llaman bebés; ese tiempo de disfrutar de una larga lectura mientras mis hijos se dormían en mis brazos; su primera sonrisa; su primer paso. Todo ha pasado muy rápido. Por eso, me alegro de haber podido pasar mucho tiempo con ellos. Cuando se habla de la maternidad, de los periodos de permiso, de la conciliación laboral y familiar, nos olvidamos de lo más importante. De ese periodo breve de tiempo, en comparación con toda una vida, que suponen los primeros años de nuestros hijos. Porque, aun con el peligro de que me acaben tachando de "talibana de la maternidad" o "machista" o alguna etiqueta absurda, creo que los hijos deben estar con sus madres. Cuando mis pequeños me abrazan con fuerza mientras leemos el último cuento antes de ir a dormir, me ratifico en mis ideas. Y decir que los hijos deben estar con sus madres no significa que nostras debamos renunciar a nuestra vida, simplemente ponemos una "pausa" en ciertos aspectos que luego volvemos a retomar. Volvemos a encontrarnos a nosotras mismas como personas y conseguimos un nuevo equilibro. Adaptarse a un papel tan importante como es el de ser madre, no pasa por una cuarentena ni por cuatro meses de baja. Es algo mucho más profundo.No siento añoranza por ese tiempo pasado, más bien me queda un buen sabor de boca de pensar que he podido disfrutar de mis hijos, lo más grande que en la vida le pueda pasar a un ser humano, y las mujeres lo podemos vivir físicamente antes y después del parto. Ahora empieza una nueva etapa, tan o más bonita que la anterior, y quiero disfrutarla con la misma intensidad para que de aquí cuatro años pueda tener el mismo sentimiento de haber hecho lo que creía que tenía que hacer. 

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