Revista Religión
Leer | 1 PEDRO 2.23, 24 | A nadie le gusta ser criticado. A veces, parece que nos desvivimos por ayudar y animar a los demás, pero lo que recibimos son palabras duras o acusaciones. Cuando eso sucede, ¿qué hacemos con las palabras ya dichas? ¿Cuál es nuestra respuesta normal y humana a la crítica?
Primero, podemos responder reprimiendo el asunto. Es decir, reconocemos que hay un problema pero no queremos hacer nada al respecto. En tales casos, es posible que respondamos: “Gracias por manifestarme tus sentimientos. Entiendo lo que estás diciendo”. Podemos sentirnos muy heridos por el comentario, pero no queremos enfrentar la incomodidad de examinar la situación o hablar de ella más a fondo.
Segundo, podemos responder mediante la supresión del conflicto. Es posible que actuemos como si nunca hubiera sucedido nada, ignorando por completo la situación hasta el punto de que nos volvemos inconscientes de que algo anda mal. Lejos de ser esto una solución, lo único que logra es aplazar y hacer mayor nuestra reacción final al problema.
Tercero, podemos responder culpando a otros. Podemos apresurarnos en señalar con el dedo a los demás, al tiempo que negamos cualquier responsabilidad personal en el asunto.
Las tendencias egoístas sirven únicamente para alejarnos de aquellos que nos cuestionaron. Es verdad que una crítica puede herirnos, pero puede haber algo en lo dicho que valdría la pena examinar.
¿Es usted lo suficientemente fuerte como para enfrentar la críticas con humildad y la confianza que agrada a Dios?
(En Contacto)