Rompiendo con el tono de sus últimas películas (El puente de los espías, Los archivos del pentágono), Steven Spielberg vuelve a tocar la ciencia ficción con Ready Player One, adaptación de la exitosa novela de Ernest Cline, aparecida en el ya lejano 2011.
La acción transcurre en un futuro en el que la sociedad está más desestructurada que nunca, y la brecha entre ricos y pobres está aún más acentuada que en el pasado. Wade Watts vive en "Las torres", uno de los barrios más pobres donde caravanas y casas prefabricadas se apilan unas sobre otras dando lugar a un paisaje tan deprimente como inestable. Pero incluso allí llega el método de ocio y dispersión en el que todo el mundo ahoga sus penas: Oasis, un mundo virtual creado por James Halliday, un multimillonario recientemente fallecido. Al morir, Halliday revela que ha escondido tres llaves dentro de Oasis, y que aquel que las encuentre se convertirá en dueño de todo su universo.
El guion parte de la novela y viene firmado por el interesante Zak Penn (Incident at Loch Ness, The Grand). Aunque hay cambios bastante significativos respecto al libro, podría decirse que el espíritu de la novela de Cline se mantiene intacto. Si somos rigurosos, nos daremos cuenta fácilmente de que la historia no cuenta nada que no hayamos visto o leído ya en otras obras distópicas de ciencia ficción. Pero aun así, hay que reconocer que cuando algo está bien hecho es de justicia otorgarle su mérito. Amparándose en una gran cantidad de guiños hacia la cultura popular de finales del siglo XX, «Ready Player One» es un caleidoscopio de referencias, sí, pero ello no oscurece la homogeneidad del conjunto sino que lo enriquece. La traslación de la novela a imágenes se beneficia del increíble oficio de Steven Spielberg, quien consigue elevar la propuesta por encima de sus posibilidades reales. Eso sí, la película no deja de ser un puro entretenimiento tan válido para las generaciones a las que homenajea como a un público más actual. Pese a acusar algún pequeño bajón en el último tercio, el ritmo del filme es perfecto gracias a su estructura clásica y al manejo del director en las secuencias de más acción.
La película alterna segmentos de imagen real con muchos otros generados con efectos digitales, que corresponden al interior del mundo virtual de Oasis y que me atrevería a decir que tienen bastante más minutaje en pantalla. Reconozco que la labor de Industrial Light and Magic en este sentido es ejemplar, logrando quizás una de las animaciones más conseguidas y más cercanas a la realidad de cuantas hemos podido ver hasta el día de hoy. Cosa que no es de extrañar estando Spielberg al frente del proyecto. Aparte de un gran diseño de personajes, quiero destacar dos secuencias que por sí solas compensan el precio de la entrada. Una la encontramos al principio, y es la carrera en la que compiten todo tipo de vehículos. Trepidante como pocas y clara representación del mundo de los videojuegos, es un gran ejemplo de cómo combinar la acción desenfrenada y el CGI sin que se produzca el temido efecto videoclipero que impide apreciar la acción. La otra escena, insertada a mitad de película, es la introducción de los personajes virtuales en una mítica película de terror cuyo título no desvelaré (pese a que se ha desvelado en muchas páginas web), y que merece mi aplauso ya que supone un hallazgo espectacular para los amantes del género.
Dentro del reparto encontramos a un Tye Sheridan (X-Men: Apocalipsis) al que encuentro algo soso, y a una Olivia Cook (Ouija, The Limehouse Golem) bastante más entonada. También encontramos a un espléndido Ben Mendelsohn (Star Wars: Rogue One) y a otros rostros conocidos como Mark Rylance o Simon Pegg.
En general, encuentro que Spielberg ha firmado un entretenimiento de primer orden, cine de evasión que cumple con su cometido sin titubeos. El problema es que sufrimos tal bombardeo de películas amparadas en el CGI que, como espectadores modernos, nos hemos acostumbrado a la excelencia digital. Esto impide que «Ready Player One», como le sucede a cualquier otra producción contemporánea, pueda resultar memorable. Pese a ello, convendría no olvidar sus evidentes virtudes que la convierten en un perfecto disfrute de dos horas largas.