En un momento donde se pierde la fe en los poderes públicos, en los que nos guían, los que nos representan, en el sistema que nos ha dado estabilidad, prosperidad, sanidad y educación. En este momento que perdemos la fe en nosotros mismos. Personalmente y como País, que pensamos que no podemos seguir adelante. Cuando se acaban las fuerzas no para echar otro cv sino para encajar otro “no”. En el momento en el que hay gente que salta por la ventana porque no le queda nada y le van a quitar lo poco que tiene, en el que alguien se quema en una sucursal bancaria porque se han llevado todo y no les basta, y no le dejan vivir como una pesadilla repetitiva en una noche febril, es el momento en el que sólo falta un “click” para que todos giremos atónitos la vista hacia el mismo lugar y arrasemos en estampida con todo lo que haya por delante.
Ayer estuve viendo Brave Heart y, aparte de parecerme maravillosa, me di cuenta lo cercana que era la historia a nuestra época. Setecientos años han pasado y sentimos la misma bota embarrada sobre el pecho exhalando la última gota de aire que queda en los pulmones, y no viene nadie a ayudar. Entonces es cuando cada uno se pone en primera línea del frente e intenta hacer lo que está en su mano.
De esto trata Real Fighter, de Kendy. Un falso documental cortometraje que nos presenta a un superhéroe de la calle interpretado por Jérome Adamoli. No puede volar ni tiene rayos x, sólo tiene su valor, sus manos y el sudor del entrenamiento.
Nos lo presentan a través de la entrevista a varias personas a las que ha ayudado. Las palabras en muchas ocasiones no están en boca y eso agiliza la narración. Aporta información al escuchar su voz y ver un ojo lloroso en plano. Vemos cómo se las gasta contra los maleantes de las calles de una ciudad francesa que podría ser París o Lyon o Marsella. Hace unos años tuvieron muy serios problemas en los guetos de estas ciudades con los inmigrantes de segunda generación dándose situaciones muy desagradables; no lo he leído ni me suena que haya pasado, me lo han contado amigos míos franceses de primera mano.
Una música de colchón de fondo no nos deja nunca, siempre lleva la narración hacia delante y hace que los cuatro minutos de película pasen casi sin darte cuenta. Eso y la estructura narrativa original en un cortometraje. Se suele ver más en formatos cortos como la publi pero contar una historia casi a modo de trailer o de promoción de tv, sin diálogo, sólo voz en off, mezclando lo cinematográfico y lo documental, dando la sensación de teaser, es poco común y muy de agradecer. En el cine lo hemos visto en ocasiones como cuando en una película de espías entrenan al protagonista, o cuando avanza el concurso de pulsos en el que participa Sylvester Stallone para ganarse un camión y a su hijo. Sí, suena demencial, pero Yo, el Halcón fue una película ochentera muy entretenida.
Acertada fotografía underground de estilo sucio donde emplea los desenfoques, las “perlitas”, el tungsteno y los contraluces muy hábilmente. Según el director, rodado “sin luz” y con una Canon 550D. De impresión. Se queda un poco corto en la mezcla de sonido, los efectos a veces suenan pobres, pero es una gota en un mar de buenos detalles.
El héroe solitario salido del barrio para proteger a quien no puede defenderse solo es una historia clásica y fue un personaje recurrente en la cinematografía hollywoodiense cuando se hablaba de barrios marginales de Detroit o de un multimillonario de padres asesinados y con tendencia a vestir trajes con pezones. Pero sigue siendo una historia que funciona, que nos llega y que nos hace sentir que entre nosotros hay gente que vale la pena, que vale más la pena que los que están por encima, y que a veces sólo hay que negarse a cortar la cadena de la puerta de la casa de una anciana para serlo.