Revista Opinión

Reality Show

Publicado el 18 julio 2019 por Carlosgu82

REALITY SHOW

– I –

Mi madre solía decir “que el último en enterarse de un problema es aquel que lo tiene”, pero nunca llegué a entender la expresión hasta que sentí en carne propia enterarme de algo que me sorprendería al enfrentarme a lo inesperado. Nada podía imaginar, hasta ese momento todo sucedía a pedir de boca, mi vida transcurría de la mano de la suerte, acompañada de la buena estrella en cada proyecto que emprendía en mi calidad de productor y conductor de exitosos reality show, que me granjearon una posición de prestigio, honorabilidad y respeto entre el equipo humano con los que me desempeñaba y para la cadena de televisión que mantenía vigente mi contrato después de varios años.

Mi madre también decía que “el éxito es un ave pasajera, de existencia fugaz, y cuando se desvanece nada sirve de consuelo”; efectivamente, a fe mía que por más que se busca lograr superar la dolorosa pérdida, cualquier cosa que hagamos resulta paliativo a una herida que nunca cicatriza, únicamente nos queda la resignación e intentar dar una vuelta de tuerca para lograr cambiar radicalmente nuestra manera de vivir.

Tengo que iniciar por señalar que en mi profesión te acostumbras muy pronto, a que los escrúpulos estorban al realizar un programa de televisión en los que interviene la participación directa del público. Es de todos conocido para que un programa se precie de mostrar la cruda realidad, es necesario abordar temas escabrosos, teniendo como moneda corriente exhibir los defectos humanos, magnificando las consecuencias que sufren aquellos que los poseen. Por eso, nuestra labor consiste en conducir al espectador a tomar posición frente a todos aquellos defectos humanos, hasta lograr que incline la balanza de las opiniones; en una palabra, se busca que el auditorio exprese su malestar lanzando reproches, hasta el punto de lograr que exprese un juicio de valor, mismo que regularmente termina en sentencia moral frente a la conducta de un tercero que se vuelve el objeto de su desahogo.

Así suelen funcionar los reality show, que bien podían ser catalogados como una especie de distracción malsana en tiempos de ocio, como distinción exclusiva de la sociedad globalizada. En ese laboratorio social, se despierta nuestra tóxica tendencia de hurgar en la vida de los demás, bajo la idea morbosa de evidenciar los defectos y toda clase de vicios en otra persona, que sin consentimiento alguno siente vulnerada su privacidad, sufriendo el estigma de los juicios ligeros de terceros, quienes al descargar su virulencia dormirán satisfechos y sin remordimientos. Todo esto lo supe desde siempre, pero nunca me detuve a reflexionar cuál era mi papel dentro de este laberinto de mentiras.

– II –

Las ocurrencias son aves de mala agüero, que suelen venir a nosotros acompañadas de la desgracia, y fue una simple ocurrencia lo que hizo que mi vida cambiara radicalmente. Confieso que siempre había tenido la inquietud de realizar un reality a partir de una curiosidad infantil: realizar un homenaje a los vagabundos o clochard, tema que me resultaba fascinante, quizás por su recurrencia en novelas, cuentos y en la trama cinematográfica; donde estos peculiares personajes, son abordados de manera idealizada, identificándolos como símbolos de libertad por la renuncia voluntaria a la vida monótona de las grandes urbes, y al abandonar todas las comodidades a las que estamos habituados.

Considerando de entrada que hemos vivido sosteniendo el postulado como supuesta verdad, deseaba demostrar que bien estamos equivocados y que dicha afirmación se encuentra alejada de toda realidad. La idea era partir de la grotesca imagen de los clochard, a la que todos indistintamente hemos despreciado de alguna forma, por ejemplo, al huir de su presencia como si portaran una enfermedad transmisible e incurable. Pretendía acabar con la farsa que muchos compartimos, lanzando una sugestiva provocación al arriesgar establecer comunicación con uno de esos apáticos seres, de los que muy pocos quedan sobre la faz de la tierra; claro está si logramos distinguir entre un indigente y un verdadero vagabundo, que en todo caso tiene marcadas diferencias.

Lo primero que hice fue investigar los motivos que inclinan a estos seres a tomar la decisión de renunciar al contacto con sus semejantes y las razones que esgrimen de vivir en un mundo paralelo al nuestro, aunque aprovechando los recursos que encuentra a la mano, pero con la intención de ignorarnos; para lo cual adoptan una posición de recelo que camuflan en su desafiante desaliño y que a todas luces refleja la renuncia a la higiene corporal, haciendo de la mugre y costras purulentas de fétido olor, la frontera que mantiene a la distancia al más atrevido.

Y es aquí donde la ocurrencia comenzó a tomar forma, al pensar que cualquier contacto sería rechazado, por lo que decidí adoptar el papel de vagabundo para hacerlo de igual a igual, lo que exigía, aprender modos de comportamiento, manías y una que otra de las extravagancias que los caracterizan en el mundo que construyen como una manera de palear su soledad que de atraparlos los conduce a la locura

El atuendo estuvo diseñado para la ocasión pasando por un atento proceso hasta llegar a adquirir el color y olor aceptables, logrando hacer creíble el comportamiento de mi personaje. Cuando me enfundé en lo que parecía la húmeda y pestilente piel de un muerto que hubiera sido desollado, por su viscosidad lo primero que pasó por mi cabeza fue renunciar y abandonar la empresa, ya que el asco no me permitía respirar, y al intentar practicar mis líneas frente al espejo las palabras se me atragantaban, me hacían arquear hasta volver el estomago, algo que parecía no iba a superarlo, aspecto que revelaría el engaño.

Para mi fortuna pude superarlo luego de tiempo de práctica, y por fin logré acostumbrarme a portar la piel del desollado como en la antigüedad mesoamericana hacían los sacerdotes que se enfundaban en la piel del sacrificado en honor a Xipe Totec, el dios del desollado. Y cuando sentí que expresaba con certeza mis experiencias vivenciales de ser errante, fue entonces el momento de poner a prueba lo aprendido. A lo único que tenía cierto temor es a no poder manejar y controlar mis mensajes a través del micrófono de solapa, tratando de comunicarme cuando nadie lo pudiera notar, ya que definitivamente no podía prescindir de él, y con ello cumplir mi objetivo de establecer comunicación permanente con un camarógrafo asignado por la empresa –luego de su sorpresa terminó por acceder a acompañarme en la aventura en espacios abiertos, claro está que luego de prometer una gratificación económica extra aparte de su sueldo–, pues requería buscar un lugar seguro dónde colocarse para realizar la transmisión, y lograr seguir con claridad la charla que estaba seguro lograría entablar con el vagabundo; finalmente todo se encontraba listo, sólo faltaba ponerlo en marcha.

– III –

El jardín público se encontraba casi desierto, sólo algunas transeúntes cruzaban de prisa sus corredores, enfilando sus pasos hacia sus hogares, buscando con ansia llegar a descansar después de un agitado día de trabajo, por lo que nada les distraía de su objetivo, las miradas pasaban del sendero al reloj de pulso a fin de cotejar la hora; lo que sucedía en su entorno no les interesaba en absoluto. La actividad gradualmente disminuyó hasta que la noche cubrió todo con su negro manto, en primer lugar las copas de los árboles, luego las bancas salvadas por la tenue luz de los arbotantes que se encendieron automáticamente, cambiando la atmósfera del lugar. Supuse que era el momento oportuno de hacerme visible a los ojos del personaje errante, que por mis indagaciones sabía estaba pernoctando desde hacía varias semanas en una de las bancas que había tomado como su hogar.

Me interné prácticamente en el laberinto de pasillos, pensando que me toparía directamente con el huésped del hotel campestre en que había convertido el parque; sin embargo desde mi posición no lograba ver al hombre, por lo que avancé decidido a sentarme a la mitad de la banca que él había tomado como propia. Sabiendo de antemano el riesgo que corría, tuve la sensación de vulnerabilidad que invade al cazador furtivo que penetra y se instala en el mismo corazón del territorio del animal salvaje.

Intentando serenarme me puse en contacto con el “centinela de la noche”, como se autonombró el camarógrafo y tomando con una mano la gran solapa de mi raído traje, me preparé para obtener respuesta, aunque a todas luces más que vagabundo daba la impresión de un demente, comunicándome con mis acompañantes imaginarios.

–Aquí “mil manchas” reportando a “centinela de la noche”, cambio–

Se escuchó el sonido característico de la transmisión y su respuesta-, no esperando otra señal, de inmediato agregué.

–como quedamos desde el principio del proyecto, el programa debe transmitir todo el tiempo en vivo y sin cortes de ningún tipo; nada de censuras y mucho menos de disolvencias pretendiendo evitar escenas obscenas que puedan considerarse de liviandad o concupiscentes. El “Reality Show” debe buscar en todo momento la frescura y alejarse de todo posible acartonamiento; por eso tenemos que hacerlo creíble como todo suceso que se precie de mostrar una realidad espontánea y sin preparación de ninguna clase. Recuerda que no será posible repetir nada, y que nuestros aciertos tienen que ser completos ya que de ellos depende el éxito que logremos, contando con una gran audiencia televisiva, es por eso que debes tener mucho cuidado al…–

En ese momento hizo su entrada el individuo esperado, lo que me hizo interrumpir de golpe la comunicación para no despertar sospechas, de reojo pude apreciar su estatura baja, que era acentuada por lo enorme de su traje hecho jirones por el tiempo, ya muy descolorido y sucio que se confundía con el color cobrizo de su piel, que sobresalía al moverse las tiras de tela. Su rostro era alargado por la falta de alimento, y acentuaba su delgadez la abundante barba de mucho tiempo sin cortar, blanca y alborotada como su melena.

Tratando de guardar la calma moví un poco las piernas y sentí que golpeaba con los pies una gran bolsa de tela que contenía sus pertenencias; percibí entonces cómo rodaba un sombrero negro de fieltro de ala ancha muy maltrecho por el uso y que nuestro personaje había dejado encima de la maleta. Mascullo entre dientes su enojo al sentir profanado su espacio. Sin detenerse me lanzó una mirada retadora, pasando de largo se perdió entre la bruma y la oscuridad que reinaban en gran parte del parque, aunque no tardó mucho en regresar sobre sus pasos y deteniéndose frente a mí comenzó a increparme:

–¡habrase visto tal insensatez! Siendo el mundo tan grande, y decides venir a sentarte en mi lugar–

Lo único que tuve en mente fue suavizar la situación tratando de romper el hielo con una especie de chascarrillo, rompimiento común en estos casos, cuando en una transmisión en vivo nos enfrentamos con personas difíciles:

–Pues no vi tu nombre escrito, porque de ser así no me habría atrevido a sentarme, créemelo. –me hice a un lado invitándolo a sentarse– Si me dices de qué lado es tu preferido, yo no tengo problema en dejarte esa parte…–

–¡Toda la banca es mi sitio y no lo comparto con nadie!–

–Como te dije no cometería la grosería de importunarte si es tu lugar…–

–…pues ya lo haces sentado sin mi permiso–

–No esperaba contar con algún permiso para sentarme en una banca de un parque público, que sabemos es de todos–

–El parque es público, pero esta banca me pertenece por decisión personal, desde hace tiempo llegué y la declaré como de mi propiedad–

–Eso no creo que sea permitido hacerlo…–

–Pues lo hice y es mi hogar y antes que tú, nadie se había atrevido a contradecir mi decisión

Sin aviso comenzó a arremangarse el harapiento saco y poniendo en alto sus brazos me amagó con tundirme a golpes.

–¿quieres que lo arreglemos como hombres?–

–¡Claro que no! Soy un hombre pacífico, enemigo de dirimir a golpes lo que bien puede ser aclarado con palabras–

Se puso en guardia y sin mediar palabra comenzó a lanzar golpes, mientras yo los capoteaba, por fortuna era muy lento.

–Creo que puede caber la sensatez en alguno de los dos y poder llegar a un acuerdo razonable–

–No trates de confundirme con tus palabras–

Mientras lo decía iba esquivando la andanada de golpes que lanzaba en cada frase, los que me hacían retroceder literalmente hacia un espacio que me mantuviera a considerable distancia de mi energúmeno atacante, quien aprovechó mi distracción para sentarse en la banca y al mismo tiempo acostarse cuan largo era, girando su cuerpo y sin más, darme la espalda. Yo hice lo propio para advertir al camarógrafo de seguir con la transmisión, aunque un tanto confundido y alterado por la incómoda situación, me tomé de la solapa y dirige unas palabras pero en volumen muy bajo

–No cortes ni te alarmes, yo sabré salir de este embarazoso trance, sigue transmitiendo conforme a lo indicado–

Se volvió de forma abrupta y alcanzó a levantar el sombrero dándose a la tarea de recoger sus pertenencias y volverlas a guardar en la bolsa, hasta cerrar la jareta y colocar de nuevo el sombrero encima como estaba antes de que lo pateara por error–

Decidido a cambiar de estrategia, adopte un tono conciliador esperando que le hiciera bajar la guardia.

–Si me permite, quiero pedir una sentida disculpa por haberme sentado en su lugar sin permiso previo, pero le juro que no lo sabía–

Le extendí la mano en son de paz, aunque conservando una prudente distancia por si su reacción volvía a ser violenta. Él sin levantarse estrechó mi mano, sacudiéndola con gran fuerza mientras sonreía como si nada hubiera pasado.

–Disculpas aceptadas y ahora va siendo tiempo de dormir por lo que agradecería que se marchara. Búsquese su propio lugar en donde no lo molesten y donde usted mismo no moleste–

Sin agregar palabra sus ademanes fueron categóricos largándome del sitio, se acomodó y en un instante comenzó a roncar sonoramente, por más que lo moví no conseguí despertarlo. Únicamente sus ronquidos me permitían saber que estaba vivo; aproveché el momento para sentarme en el piso junto a la banca a fin de establecer comunicación con “centinela de la noche” y con el público, que sin duda no perdía detalle de lo que ocurría en el parque.

–Como podrá apreciar nuestro estimado auditorio, los vagabundos son seres hostiles a todo contacto, prefieren permanecer en el mutismo de su soledad que no se atreven a romper y compartir el espacio donde ven transcurrir la vida, sin quejas de los cambios de temperatura, de las noches y días que se suceden inmisericorde su vestimenta que es la piel misma de la desgracia con la que cubren sus magras carnes. Con este primer acercamiento pudimos apreciar que son seres territoriales como si de animales salvajes se tratara; defienden con celo su cubil, con sobradas razones de golpear, arañar y hasta morder si fuera el caso. ¡Sólo es cuestión de tiempo para que podamos descubrir su alma humana!–

Comenzó a moverse como pez fuera del agua y casi inmediatamente se incorporó estirándose como si estuviera en la suite del hotel cinco estrellas y al descubrirme sentado en el suelo me fulminó con su hosca mirada. Arremangando de nuevo su astroso saco, mostró sus puños amenazantes.

–Creí haber sido muy claro en advertirte que este es mi lugar y por esa razón ¡no puedes quedarte ahí! ¡no cabemos los dos juntos! ¡dos perros sarnosos jamás duermen juntos! Vete a buscar otro sitio, lleva tu pestilencia a tu propio madriguera, así que ¡uchale!, a echar pulgas a otra parte–

De un salto se incorporó y de otro subió a la banca ahí comenzó su danza en base a movimientos concupiscentes, mientras sus brazos se agitaban con la intención de ahuyentarme, metió su mano en el hueco de su bragueta   –en donde alguna vez hubo un zíper–, y sacó su miembro y sin dejar de agitarlo comenzó a orinar intentando alcanzarme con el chorro, comenzó a girar en circulo con lo que parecía marcar su territorio. Alcancé a esquivarlo y pude escapar hasta perderlo de vista, me fui a refugiar tras uno de los árboles; lo que aproveché para establecer comunicación.

–¡No te detengas y sigue grabando! No me iré pase lo que pase, estoy en un tris de ganarme su confianza; de seguro sólo se trata de una falsa barrera para detener cualquier posible interacción en la vida social, la perseverancia derribará cualquier barrera. No permitamos que se salga con la suya, es hora de conocer a ese hombre de carne y hueso, con sus temores y desdichas y alegrías, ¡vamos a seguir transmitiendo! seguros de que detrás de ese aspecto hosco, existe un ser humano con grandes sentimientos, dejemos que él mismo retire una por una las capas de esa cebolla de recelo–

Al regresar me esperaba con otra retahíla de insultos, pero yo estaba resuelto a no dejarme intimidar por sus provocaciones.

–¡Por Dios, no terminas de largarte!, que afán de molestar al prójimo–

–No tienes por qué molestarte, estoy en la parte pública del parque en todo caso eres tú quien se muestra de forma desconsiderada; ni siquiera interfiero en tú territorio, pero tú sí lo haces conmigo–

Fingiendo sentirme herido con su proceder, con un exagerado mohín de desilusión dirigí mis pasos apartándome de su presencia, refunfuñándole por lo bajo, aunque un poco resignado al pensar que estaría muy complacido de mi decisión de retirarme y desaparecer de su vista, de pronto cambió su actitud.

–Tienes razón, ven para acá, reconozco que me porté grosero con alguien de mí misma calaña, y que no es propio de que te vayas sin por lo menos corresponder a tus disculpas–

Por vez primera sentí que mi reacción apresurada semejaba la de un verdadero vagabundo, sobre todo cuando caminé hacia él tendiéndole los brazos y estrechando luego su mano en símbolo de amistad.

–Disculpas aceptadas y dejemos en el olvido el penoso incidente. Me retiro sin guardarte rencor, por el contrario reconozco que sabes enmendar… gracias, buscaré un sitio donde pasar la noche ¡Hasta pronto!–

Volví a retomar el camino y habiendo avanzado algunos pasos escuché lo que me decía a manera de aceptación en su limitado circulo de personas conocidas.

–Puedes decirme “papa sucia”, así me bautizó un niño hace años cuando me vio a la cara mugrienta, riendo a carcajadas, “¡parecen una papa sucia””, y desde ese momento lo adopté como mi nombre, aunque nadie lo sepa–

–Yo soy “mil manchas”, por este gorro con manchas todo mundo me lo dice al verme, dizque por lo sucio y lo manchado que estoy, entre mugre, pestilencia y costras, según ellos parezco un perro dálmata–

–Con lo que demuestran su poca imaginación. Pero déjate de lamentar y ven a sentarte a platicar, concedamos que este momento no podemos terminarlo sino platicamos algo de nosotros, anda ven y siéntate–

Su tono de voz se volvía cordial, cambiando también su mirada que se tornó complaciente y amistosa, incluso se notaba que su cuerpo abandonaba su postura tensa, tornándose relajada, ; Dejó libre un lado de la banca con un ademán me invitó a tomar asiento junto a él. No pude contenerme y mostrar mi alegría, así que rompiendo las reglas, acerqué mi boca a la solapa del saco y en un susurro comenté muy en breve

–¡Se los dije, por fin gané su confianza! –

Sin mostrar extrañeza agregó un comentario en tono de reproche.

–Resulta una falta de respeto mascullar para sí mismo, pero créeme que te entiendo, para los “limpios” está considerado una manía, pero cuando pasas mucho tiempo solo, terminas hablando contigo mismo, sin embargo a los “limpios” les cuesta reconocer que todos terminamos haciéndolo, tarde o temprano–

Sus palabras crearon una especie de hilaridad en su talante, obligándolo a tomarse del estomago al no lograr contener los espasmos que le provocaba sus carcajadas, y así tan repentinamente como inició, lo cortó de un tajo, pasando a ocuparse de otra cosa; luego de frotarse con ambas manos sus antebrazos y hombros, se dirigió a sacar su maleta y de ella extrajo un cobertor.

–Comienza a enfriar es mejor que me cubra pues un enfriamiento para quien vive a la intemperie, es tan fulminante como una pulmonía, ¿no lo crees? Aunque la mugre se vuelve una especie de piel de cocodrilo que con los años cobra la dureza de un “chipiturco” en donde no entran ni las balas, las navajas se amellan y doblan hasta quebrarse al intentar clavarlas. Yo personalmente prefiero un trago fuerte de un licor de yerbas, que aprendí a destilar con los gitanos, esos seres curtidos por los siglos que han pasado a la intemperie. Más tarde, cuando la noche tienda su manto y la oscuridad atraiga la quietud, será tiempo de encender una fogata, mientras esto nos dará calor necesario–

Sacando una botella entre sus ropas, descorchándola bebió un trago antes de pasármela. Me sorprendió un sofoco y la tos luego de beberle un pequeño sorbo.

–Es fuego puro, ¿cómo puedes beberlo? –

–Estoy acostumbrado a ella. Es una manera natural de producir y mantener el calor, me extraña que no la conozcas, es lo primero que se ofrece de cortesía entre vagabundos–

Guardé silencio por un instante sin saber qué contestarle, por un momento olvidé que no tenía experiencia de vida en la vagancia; y contesté lo primero que se me ocurrió, tratando de salir al paso.

–Parece que a mí siempre me toca ser corrido de los lugares y por eso con los “hermanos” que me encuentro, suelo intercambiar únicamente ofensas e improperios–

– Y eso que dices que eres hombre de paz–

–La verdad, pocas veces correspondo a las ofensas, suelo darme la vuelta y retomar el camino alejándome lo más posible de cualquiera que me ofende, creo que esa es la razón de que no conozca la bebida de cortesía del caminante–

–Tiene como condición no sobrestimar sus resultados, basta y sobra un trago, pues se sabe que aquellos desesperados han terminado por no despertar de un sueño profundo. Como todo lo bueno, también tiene sus asegunes; eso a decir de los sabios gitanos conocedores de la vida a cielo raso–

Considerando que la cortesía había llegado a su fin, me preparé a despedirme, aunque no esperaba obtener resultados tan pronto.

–Anochece y antes de que comiences hacer tus preparativos para una fogata, me retiro agradecido de tus atenciones–

–Cuando cae la noche y no has tenido tiempo y la calma de buscar un lugar cómodo, es mejor dejarlo para un nuevo día. Es conveniente que no te marches, no quiero sentirme culpable de encontrarte mañana endurecido por el agua nieve que no tarda en caer, y la noche de frio húmedo que se avecina, todo indica que tendremos una noche de perros–

Tuve un momento de inspiración que en ningún ensayo previo se me había ocurrido: pensar como vagabundo, o por lo menos eso creía y de paso aproveché la oportunidad que me brindaba la ocasión para volver a comunicarme.

–El aullido entelerido de dos perros es la mejor compañía, eso sí lo he podido escuchar. Entonces ahora vengo, cumpliré con mis necesidades corporales antes de acomodarme en un sitio–

Me alejé a distancia considerable y detrás de un árbol hice mis necesidades provocadas por el intenso frío que comenzaba a calar mis carnes

–Aquí “mil manchas” a “centinela de la noche”. Te recuerdo que es necesario que coloques filtros a la cámara de luz infra-roja y estés atento para que no se obstruyan los micrófonos debido al mal tiempo. No me perdonaría si sucede, tú te encuentras al cubierto de este maldito viento y frio que cala los huesos; cambio y fuera–

Regresé sobre mis pasos, confiado de que todo transcurría sin que él se hubiera dado cuenta, sin embargo, no era así, al acercarme me fijo su mirada y con una enigmática sonrisa me espeto:

–De nuevo te he oído hablar solo, espero que no hayas desarrollado la necesidad instintiva de hablar con tu compañerito que tienes entre las piernas–

–Sólo eso me faltaba, verdad–

Reímos juntos, él disfrutando la ocurrencia y yo nervioso por la idea de no ser descubierto comunicándome con “centinela de la noche”; por fortuna todo quedó en un susto.

–Como parte del ritual del hermano errante, es necesario mostrar nuestras títulos de sobrevivencia concedidos por la escuela de la vida, hablando de las historias que curten nuestro cuerpo y alma. Es la única forma que se tiene de reconocernos como iguales, como perros que se huelen la cola. Anda, tenemos toda la noche por delante para contarnos lo mejor de nuestras historias y por suerte te toca iniciar abriendo la velada–

–No hay mucho que decir, sabemos que el dolor nos hace tomar el camino sin regreso. A mi padre lo recuerdo vagamente, a la muerte trágica de mi madre, él se desvaneció como la breve brisa otoñal…–

–Pareciera indicar que saliste a buscarle–

–Al principio hubo algo de eso, pero el tiempo me brindó nuevas atenciones, que quizás se expliquen en huir de los recuerdos–

–Si lo sabré yo, son de lo único que es imposible desprenderse, parece que se encajan en la mente más cada día y la distancia los hace otra piel tan dura de raspar como la mugre de nuestros cuerpos–

–En el desierto de nuestra existencia solemos caminar en círculo, y de vez en cuando solemos recalar en el sitio de nuestra partida, hoy estoy aquí en el principio de las cosas–

–Si fueras de los “limpios” que viven su existencia sedentaria, esto sería algo de extrañar; pero para un vagabundo es una verdad que no se cuestiona; partimos de un sitio y regresamos a él como aves migratorias que vuelven al calor del nido, ¡nosotros atraídos por el calor de los recuerdos!–

–Es también tu caso ¿verdad?–

–Ya te dije que es el caso de todos los vagabundos, encallar como ballenas quizás esperando enfrentar a la muerte en el fin del último recorrido–

Al confesar tantas verdades tan de pronto, quedamos vacíos o se nos atragantaron las palabras que tuvimos necesidad de quedarnos en silencio por un largo tiempo, y sólo el frío nos hacía recordar que estábamos a la intemperie. Lo que me hizo proponer encender una fogata para mitigar los latigazos del frío, y en cualquier momento contar con el pretexto para alejarme un poco a fin de saber cómo iba la transmisión del programa.

– Dentro de mi maleta traigo siempre algunas marañas de pino seco, ahora es cuando servirán para alimentar la fogata, darnos calor y nos permitirán una charla amena–

–Entonces pongamos manos a la obra–

Trabajamos juntos dedicados a colocarlas dentro de una lata que encontramos al pie de la banca, y cuando habíamos colocado todas las marañas dentro, coincidimos que era mejor ponerla justo frente a la banca. Él se encargó de la lumbre y ambos nos colocamos con las manos extendidas hacia las llamaradas intentando captar algo de su calor y tratando de distribuirlo en nuestros enteleridos cuerpos que al frotar nuestras palmas iban mitigando las acometidas del viento helado. Y como el frío también se combate con la charla que distrae la mente, por esa razón rompí el silencio.

–Saludemos a la noche calentando nuestro cuerpo–

A su manera él también rompió el pesado silencio, moviendo las piernas como si de un paso de danza tratando de mitigar el frío que sentía, y sin aviso comenzó a tararear una tonadilla sencilla y pegajosa, que sin duda era un himno que esgrimía como escudo en las noches de soledad.

–El baile del vagabundo

a cielo raso y con el frio de la noche

el vagabundo solitario aprendió a bailar

palmeando atrapa el calor de la fogata,

mueve las piernas al ritmo marcado por el cuerpo

los músculos dejan de estar entumidos.

Su canto lo dedica al titilar de estrellas

la luna brilla y alumbra

la soledad reinante en la noche.

Habla consigo mismo

y sus cantos cesan al apagarse el último tizón,

al mismo tiempo que las estrellas,

toma la luna y la acomoda como almohada

que vela su sueño solitario–

Luego de su inspirada tonadilla, cada uno agregó un pensamiento expresado con espontaneidad; supuse que podía tomar el turno inicial y luego esperar a que él hiciera lo suyo.

–Quien no conoce la experiencia de dormir a cielo raso, no puede entender el hondo sentido de la canción–

–Para quien ha curtido su alma y su piel a la intemperie no hay tiempo de soñar, se tiene que mantener despierto ahuyentando las caricias de la muerte que siempre asecha, entonando su silbido que es un llamado a seguirla en el camino sin retorno–

–Y sobre todo si tiende su manto con ese silbido del viento frio y crudo como el que se deja sentir esta noche. Voy a recoger algo de leños secos y servirá expiar el cuerpo–

Me coloqué de nuevo tras un árbol que consideré estaba fuera de su vista, y tranquilamente pude explayarme con el teleauditorio al que hablaba como si lo pudiera ver.

–Es un hecho inédito poder grabar la soledad del vagabundo, como pudieron darse cuenta estimados amigos del auditorio, me encuentro en medio de la noche en un parte público, padeciendo de las incomodidades de encontrarme a la intemperie, sin embargo, es parte de la vida precaria que deseamos poder presentarles. Como pueden apreciar, con gran esfuerzo hemos derrumbado las barreras, con el objetivo de mostrar el alma y corazón de estos seres invisibles. Parias que conservan mucho de la humanidad de la que en apariencia huyen para olvidar. Ahora centremos nuestra atención a lo que ocurrirá alrededor de la fogata, recuerde que estamos transmitiendo en vivo y sin cortes–

Me acomodé la ropa y me reincorporé a mi lugar, por condición del hábito de hablar con las personas a través de micrófonos o chicharitos en la oreja, seguí hablando sin detenerme sin considerar que pudiera ser descubierto, pero de nuevo su comentario se deslizó a la ironía, acompañado de sus carcajadas que comprendía era su rasgo distintivo.

–He conocido a muchos que como tú, han paliado la soledad hablando con el pequeño que traen entre sus piernas, ten cuidado puede que llegue el día en que hable con voz propia y te mueras del susto. Por atender tu empeñada obsesión olvidaste traer lo que prometiste, pero no importa, yo también tengo que visitar el prado a regar las flores y de paso veo si le puedo enseñar a cantar mientras recojo algo de leña. A mi regreso te mostrare algo muy íntimo !Y no es lo que estás pensando!–

Se alejo riendo a carcajada batiente debido a su ocurrencia que para mí iba marcando el grado de confianza logrado, algo que tenía que aprovechar al máximo y de nuevo me dirigí a la audiencia, como un político que fiel a su discurso, que sólo le importa convencer de su propia verdad a un público sin rostro.

–Estamos ante el momento estelar de la noche, frente a la gran oportunidad de conocer el alma de un vagabundo, las razones que le obligaron a tomar tan difícil decisión, descubriremos si se debió al despecho de la mujer amada, a perder el empleo de su vida o quizás a la fatalidad del destino que…–

Fui interrumpido de manera abrupta cuando el vagabundo surgió como muñeco de feria tras de la banca, haciendo que la última palabra saliera de mi boca como un prolongado grito

–Si fuera mal pensado como cierta persona…–

con un exagerado movimiento de cejas dirigió su mirada hacia mi entrepierna

–Mira que venir a presumir de tamaños a esta alturas del partido al hablarle en la solapa–

Mientras reía de nuevo a carcajada batiente, colocaba en el suelo el atado de leña que cargaba en una mano y depositaba en la banca una caña de pescar que traía en la otra. Viendo de frente la oportunidad de conocer sus sentimientos, me dispuse llevarlo al terreno de las confesiones.

–Veo que tu sentido del humor se mantiene inalterable a pesar de las privaciones por las que sin duda has pasado–

–Andando el camino, mi lema ha sido “te ríes o te mueres”, tienes que tomarte la vida con desenfado, si la tomas en serio la muerte te pilla descuidado. Nada somos y entonces nada debe importarnos, decía Goethe que para hacer algo, uno debe ser alguien. ¡Yo soy alguien, sueño en alas de vagabundo! –

Desde el momento en que había vuelto, había estado observando la caña de pescar que traía en una mano. Me intrigaba la sola idea de que un vagabundo pudiera poseer un objeto que regularmente asociamos con personas con solvencia económica y gustos exquisitos.

–Y ¿esa caña de pescar? no me digas que un infortunado la olvido en este lugar–

–Otro de las reglas que jamás quebranto es la de nunca agenciarme lo ajeno y hasta ahora la he practicado sin reservas. La caña de pescar la tenía escondida junto con la leña en el hueco de un árbol. Es el único objeto que me recuerda mi vida anterior. Pocas veces ha sido de utilidad como tal, pues no me detengo por mucho tiempo en un lugar a pesar de que haya lagos, lagunas o bien la costa–

– Pero entonces de ¿qué sirve cargar con ella? –

Como respuesta se sentó en el respaldo de la banca, y para apoyarse y no caer, colocó un pie en el descansa brazos y otro en unas parte del asiento, mientras me exponía cómo mataba el tiempo de soledad. Y me invitó a sentarme junto a él.

–Yo le encontré un uso distinto al que tiene. En las noches de soledad cuando el frio cala desde dentro al alma, me entretengo en un juego al que le he encontrado gusto y se ha vuelto predilección en muchas noches insomnes: pescar sueños y uno que otro recuerdo–

–Y ¿qué tiene de gracia recordar las cosas por las que huyes?–

–Los años me han enseñado que se puede huir toda la vida de la gente y los lugares, pero nunca se puede huir de los recuerdos y menos de los sueños. Entre más lo intentas, aparecen como fantasmas chocarreros en las noches, lo que hace que duela estar solo, y entonces cada vagabundo a su modo tiene que inventar juegos para ahuyentarlos… a mí se me ocurrió hacerlo con esto–

Comenzó a maniobrarla como si estuviera en una barca y lanzara el sedal a las profundidades del mar mientras agregaba.

–Solo es cuestión de saber esperar pacientemente, incluso se puede hacer sin convencimiento, ya que nunca falla, siempre obtendrás algo de la pesca. ¡Prueba y verás!

Cambiamos de lugar y entonces colocó la caña en mis manos. Yo me sentía el ser más estúpido fingiendo que me atraía el juego.

–Yo no tengo ninguna experiencia, me falta convicción–

–Ya te dije que no hacen falta ni experiencia ni convicción. Solo prueba–

–Bueno, recuerdo que de pequeño, a mi padre y a mí nos gustaba salir a pescar, los hacíamos cuando yo estaba triste por alguna razón que me producía la necesidad de guardar silencio. Como solución a mis penas de niño decía entonces que ese tiempo tenía que ser dedicado a reflexionarla y que la tranquilidad de la espera mientras picaba un pez, era el tiempo que bien nos servía para encontrar respuestas a nuestras preguntas y paz a nuestra alma.

–Entonces funcionaba el truco y podías regresar a tu casa más ligero y animado, ¿no es así?–

–Esas eran efectivamente las palabras que me repetía a menudo mi padre, cuando de regreso yo le iba hablando de todo, como si nada hubiera pasado. Lo que nunca me contestaba era lo que significaba la palabra grabada en la placa que tenía junto a la manigueta, que simplemente decía…–

Busqué leer la placa de la caña, y para mi sorpresa él me dijo la leyenda como escuchaba deletrearlas a mi padre.

–Hilachos, como los del alma–

Sorprendido de esto, únicamente alcancé a responder que.

–Lo mismo que la de mi padre–

Bajé trastabillando de la banca y le arroja la caña con fuerza a su cara, con claras señas de molestia

–Dime ¿qué significa esto?–

Con grotescas señas indicaba al camarógrafo cortar la transmisión, pasaba los dedos de la mano derecha por el cuello, reiterando la señal aunque bien sabía que no se atreverían a contrariar mi orden inicial, que prohibía terminantemente detener bajo ningún pretexto la transmisión en vivo. Tuve que resignarme a la idea de que debía continuar, regla de oro del show business. Escuché al vagabundo como si hablara desde muy lejos.

–Es mi turno de subir a pescar recuerdos, quizás en ellos encuentres la respuestas que buscas, recuerda que aceptaste entrar en el juego y debes respetar las reglas. Te pido que escuches sin interrumpir, por favor–

–Estas jugando conmigo, y eso es inaceptable…–

–No estás en posición de reclamar, pues a mí jamás me pediste permiso para entrar en mi vida y exhibirme en cadena nacional, ¿no es así? Por lo que ¡Tengo derecho a que escuches lo que pienso!–

–Si sabias lo que hacía, ¿por qué no me detuviste? ahora ya no se de quien es la mayor burla–

Sentí que las piernas no sostenían mi peso y mi cuerpo se desplomó con un golpe seco de mis rodillas al golpear el pavimento, comencé a llorar como un niño indefenso. Subió tomando su lugar y luego de lanzar la caña comenzó su soliloquio.

–Hubo un tiempo en que ame y creí en tener un hogar y una familia, viví la dicha de compartir mis sueños con una mujer amorosa y comprensiva abrazando juntos el deseo de engendrar a un hijo que viniera a alegrar nuestras almas. Así sucedía, hasta que la muerte me la arrebató sin que pudiera hacer nada por salvarla y todos me declararon culpable–

–¡Tú la mataste!, no puedo creer que siendo el doctor más prestigiado de éste miserable lugar, no hayas podido curarla, ¡eres un maldito bastardo! Exijo por mi integridad que corten y no transmitan esta maldita farsa…

–¡Es tiempo que la verdad sea revelada, para que tú y esta moralina sociedad que ahora nos mira y vuelve a juzgarnos en un caso cerrado. Que se entere que condenaron a la muerte de paria, a un hombre honrado que tuvo que huir no de un pecado sino de una injustificada condena–

–¡No creo en nada de lo que dices, eres un monstruo sin sentimientos…–

–Cuando la perdí, intente poner en orden mis pensamientos, y así poder decírtelo como se le tiene que decir a un niño de tan corta edad una verdad como esa, luego de sepultarla y llorar mi dolor en su tumba, corrí a buscarte para que lo supieras de mi boca. Luego de que me abrazaste y me besaste, no tuve fuerzas para confesártelo. Corriste a seguir jugando; luego los familiares y amigos se encargaron de envenenar tu tierna alma, ya no fuiste el mismo conmigo, y me alejaron de ti para siempre. Era necesario encontrar una salida y la encontré alejándome de todo–

–Una noche abrazado del cuerpo de mi tía lloraba pidiendo que viniera mi madre a consolarme, despertó encolerizada y al encender la luz, grito con todas sus fuerzas que mi padre le había arrebatado a su querida hermana y que no tendrías perdón de Dios, por más que te alejaras de nuestra casa, del vecindario, de la ciudad o del mundo; que su muerte ¡te perseguiría por siempre!–

–… y así fue, nunca he podido desterrarla de mi mente, al final de cada día platico con ella a solas, en cualquier parte en que la noche me sorprende–

–… entre corriendo a su recamara donde ahora dormías, todo permanecía intacto, llore toda la noche esperando que llegaras y cuando estaba a punto de quedarme dormido, note que la caña de pescar no se encontraba en su sitio, comprendí entonces que no regresarías que tu tristeza era tan grande que permanecerías siempre esperando aparecer, en el mar de tus recuerdos la presa del olvido, picara para liberarte de tus dolores… pasaron días, anos y muchas veces te di por muerto–

–Son las extrañas cosas que nos reserva la vida: volver al origen de las cosas–

–Por más que pensemos haber olvidado–

–Los recuerdos asechan y nos saltan al menor descuido, hasta volvernos sus presas–

–Somos víctimas de una gran paradoja, yo por ejemplo, que buscando complacer el morbo de los espectadores, entré sin permiso por mucho tiempo a las vidas de los otros y los expuse sin miramiento alguno. La ironía es que me volví mi propio juez y expuse mi propia existencia a los ojos de quienes censuran sin motivo y sin cuartel–

–Vine a buscar una última oportunidad de verte de frente para irme satisfecho y renunciar a tu consuelo, y cuando descubrí en tus ojos el brillo portentoso con el que miraba tu madre, me alegré de tener la oportunidad de que fueras mi propio confesor y que todos supieran mi verdad. Hoy que estas enterado, yo puedo proseguir mi camino–

Bajó de la banca, fue tomando sus cosas y se marcho en silencio.

–Esta revelación me deja para siempre con el nombre que yo escogí en esta farsa de Reality Show, soy “mil manchas” y en cada una lleva el pecado de haber mostrado vidas sin pedir permiso, pisoteando el orgullo de quienes ofendiera en todos estos años–

Por vez primera me dirigí al auditorio mostrando mi verdadero rostro, al que se le habían caído todas las máscaras.

–Señoras y señores, esta es la grotesca realidad de la vida de un paria, no merecen recibir ninguna clase de perdón, ni de su familia, de la ni de la sociedad y menos la de Dios. Su mayor castigo es renunciar a vivir en sociedad y morir como animales solitarios–


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