Revista Creaciones
“Existen pocas sensaciones parecidas a la de tomar el control de tus lecturas y hacerlo sin pautas. El caos posee su propio orden, y de su estilo desgarbado nacía una felicidad de la que nadie nos examinaba.”Juan Tallón. La vida sin criterio. El País (1 de junio de 2017)En nuestra adolescencia nos exigían unas lecturas obligatorias. Lecturas para unas fechas concretas y destinadas a ser examinadas. Preguntándonos por tal o cual personaje, sin importancia en la historia para nosotros, o por una frase que nunca hubiéramos subrayado. Nosotros no, sí el profesor. El desencanto de las imposiciones, aún más latente a los quince años. Pero como decía Tallón en su artículo de El País, la rebelión lectora aparece y es el joven quien decide qué leer, para cuándo y cómo. Esas son las mejores lecturas, las recordadas, las rebeldes. ¿Puede una obligatoria atraer a un no-lector y convertirlo?En otras ocasiones ya os he explicado cómo tras leer a Machado en clase salí en busca de más. Necesité a Kavafis o Baudelaire y me preguntaba ¿por qué no nos hacían leer a Cernuda y tuve que descubrirlo yo sola? Poesía aparte, recuerdo algunas de mis lecturas, tras el artículo de Tallón. Paralelamente a las obligatorias, decidí investigar la biblioteca de mi madre. Encontré La tía Julia y el escribidor, de Vargas Llosa. Lo había escogido yo, nadie me preguntaría por qué, ni iría a examen. Lo disfrutaría para mí porque el tiempo era mío, no importaba que tuviera quince años. Ganaba la batalla a lo establecido, leía lo que yo quería. Al mismo tiempo descubrí la novela negra de la mano de John D. MacDonald. Recuerdo la lectura de Adiós en azul como un logro para mi cajita literaria. Iba conmigo a todas a partes y no dejaba de preguntarme por qué el resto de mis compañeros no iban en busca de McGee como yo. ¿Por qué se quedaban tan solo con Carreteras secundarias y su examen? Fue curioso cómo en la fiesta sorpresa que prepararon para mis 18, mis amigos me regalaron las más de 600 páginas de relatos de Quim Monzó. Sin ellos conocer quién era ese hombre que tanto había escrito y sin entender porqué ese era el mejor regalo para mí. La lectora indomable, yo. Continúo pensando que esa insumisión lectora en la adolescencia es la única que fortalece a los futuros lectores. La manera de alejarse de los bestsellers es romper con lo que debe ser leído, para leer lo que a uno le apetece de verdad.El club de lectura se creó por eso mismo. Para dejar volar su imaginación y ayudarles a salir de los márgenes impuestos. Cierto es que siguen marcándoles el ritmo los deberes y las obligaciones. Algunos de ellos no han leído lo que otros, ¡por nivel de trabajo a los 16! Por eso nos decidimos por los relatos breves y cada quincena han recibido y conocido a Jhumpa Lahiri, Leopoldo Alas, Monzó, Guy de Maupassant, Cortázaro Borges, entre otros. Han descubierto poesía al alcance de su corazón, conseguimos que vinieran Elvira Sastre y Andrea Valbuena. Han repartido versos por el mundo, regalado textos tendidos en cuerdas de la ropa, creado su rincón propio o su mapa literario… Han reivindicado y gritado a los cuatro vientos la lectura libre. Los hay que han leído libros en dos días y los que han pedido más. Descúbreme otros, amplia mi lista. Música para mis oídos. Para terminar el curso les propuse un bookcrossing. Hace ya unos años que liberaba libros de la mano de Soraya, quien organizaba la página en España. Siempre te queda el gusanillo de seguir. Mis lectores son aventureros, nunca hay un no por respuesta. Ellos mismos han aportado libros a la liberación, más otros cedidos por el propio centro. Juntos los introdujimos en la web, hicimos oficial la liberación y nos pusimos en marcha escondiendo una veintena de lecturas por el instituto. No querían esconderlos verdaderamente, deseaban los descubrimientos con la mayor brevedad, que fuera una grata sorpresa para sus compañeros al día siguiente, ¡que siguieran las instrucciones! Estaban deseosos de ver cómo esos libros, que ellos habían dejado libres, seguían su ruta y eran encontrados por otros lectores. Querían regalar lectura al mundo, que el resto también deseara historias nuevas. Que temblaran con los personajes, que los adoraran como ellos, que descubrieran que hay páginas más allá de las que serán evaluadas. ¿Lo mejor? El día siguiente. El amanecer de la sorpresa. Ser espectadores de los hallazgos, compartir las caras de asombro de los que encuentran los sobres. Sonreír porque hay alumnos que miran bajo los bancos o encima de los armarios. Sentirse felices admirando a los descubridores del tesoro. Tesoro escondido por ellos. Seguirlos y escuchar sus palabras de emoción. Hacer que la literatura sea mágica y no remunerada con una nota. Repartir historias, vivirlas, soñar con ellas y desear compartirlas. Así es como se quiere a la literatura y ese cariño, creedme, solo va in crescendo con los años.