Ser tan sólo el que observa, sin adelantar el gesto, ni ocupar con el verbo el aire, el aire desavisado, el que está en desconsuelo y columbra a tientas el paisaje.
Ser desocupadamente el claro vigía que registra el rumor leve de las cosas más pequeñas y no percibe la dura comisión de las más terribles y oye a la hormiga arrastrar una hoja y no sabe de la tormenta cuando con escándalo arrecia.
Sentir el fluir delicado de la sangre en el corazón de un árbol y no tener noticia del bosque.
Estar en el centro mismo de la luz y enloquecer en la danza del caos de las sombras.