CRÍTICA DE LIBROS. Publicado en Revista SISTEMA (nº 263, 2022)
Olga Salido y Sandra Fachelli (ed.):
Perspectivas y fronteras en el estudio de la desigualdad social: movilidad social y clases sociales en tiempos de cambio.
Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), Madrid, 2020.En el prefacio de Pedro López Roldán encontramos ya una reseña completa de la obra. Señala que las personas interesadas en la investigación sobre los temas de desigualdad, estratificación y movilidad social van a tener el privilegio de encontrar en este libro un conjunto de contribuciones excepcionales, que lo van a convertir en una referencia fundamental de la sociología en lengua hispana, por varios motivos: calidad de textos, relevancia de los autores y en definitiva una magnífica presentación del estado actual de la cuestión, tanto en Europa como en Norteamérica, Latinoamérica y Asia. Aunque más de Europa y América y menos de Asia. El prefacio, firmado en febrero de 2020, justo antes de empezar la nueva era pandémica, indica como en esta obra podemos recorrer más de medio siglo de diferentes generaciones en los estudios sobre desigualdad y movilidad social. También es una invitación al debate: las aportaciones y resultados de las investigaciones plantean los problemas de investigación, la discusión entre las diferentes escuelas y posiciones, con una crítica sobre los defectos, dudas e interrogantes que surgen de las investigaciones, recogiendo propuestas para la continuación y profundización en futuros estudios.Nos encontramos realmente ante una obra enciclopédica, donde diecinueve autores a lo largo de 14 capítulos y 356 páginas desgranan y actualizan análisis propios anteriores y evalúan críticamente ese medio siglo de investigaciones, con autoridades reconocidas en los estudios internacionales sobre desigualdad y movilidad social, algunos ya clásicos son a su vez autores de capítulos en la misma obra, como Goldthorpe o Richard Breen.
Las editoras son Olga Salido de la Universidad Complutense de Madrid y Sandra Fachelli de la Pablo de Olavide. En la introducción, en un exceso de modestia, indican que el principal objetivo de la obra es reivindicar el papel fundamental que le corresponde a la sociología en el debate contemporáneo sobre la desigualdad. Señalan las diferentes perspectivas sociológicas y como estas difieren de las de los economistas al analizar el problema de la desigualdad. Así, por ejemplo, los economistas se fijan más en los diferentes niveles de ingresos de la población, mientras que desde la sociología se suelen adoptar perspectivas más amplias, compatibles con la propia concepción de que existen diferentes clases sociales, sean estas pocas o muchas, y que por tanto no es posible su mera conceptualización si nos fijamos exclusivamente en la clasificación de los estratos económicos según ingresos.
Indican las editoras que la importancia del estudio de la desigualdad claramente supera los espacios académicos, es un problema político de primer orden y como tal desborda estos límites para situarse en el centro de la agenda política y mediática a nivel mundial. Es fundamental tomar una perspectiva estructural, que nos permita entender la desigualdad no solo como un resultado sino como un proceso social.
El punto de partida o, mejor dicho, uno de los puntos de partida de los estudios, es la obra de Blau y Duncan (1967) sobre movilidad social y las aportaciones, dos décadas después, de Ericsson y Goldthorpe sobre la movilidad social entendida como movilidad de clase. Los conceptos primarios a utilizar son la movilidad absoluta -que se refiere a los cambios observados en el movimiento entre orígenes y destinos, y la movilidad relativa o fluidez social, que mide la fuerza de la relación entre los orígenes y los destinos, independientemente de los cambios que se puedan dar en la estructura reflejada en los marginales de la tabla. Como vemos la obra, ya desde la definición de los conceptos a utilizar, tiene sus dificultades para los no especialistas en la materia. Más aún, podemos decir que también para observadores en la materia que no dominen suficientemente la ciencia estadística, la sociometría y las técnicas de investigación cuantitativas. Tal vez sea este -por su dificultad- el principal problema para el abordaje de la obra, desde luego no apta para neófitos. También es cierto que para otros investigadores será su principal virtud: la especialización exigida ha permitido a sus autores desarrollar una gran profundización en las materias tratadas.
El proyecto CASMIN (Comparative Analysis of Social Mobility in Industrial Nations) de los años 80 y 90, liderado por los citados Erikson y Goldthorpe, marcó el punto de partida moderno, referencia ineludible para el desarrollo teórico y empírico de la investigación social sobre movilidad social a nivel internacional. Gracias a él se modificaron las preguntas de investigación y se alcanzaron acuerdos imprescindibles sobre las herramientas analíticas y los procedimientos empíricos para avanzar en un conocimiento compartido internacionalmente sobre el desarrollo de las investigaciones en las sociedades industriales. El Comité de Investigación 28 (RC 28) del Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Sociología resume este consenso y encuentra 19 generalizaciones empíricas, entre las que está el que existe un patrón de movilidad relativa global o fluidez social común a las sociedades industriales. Hay que recordar que la movilidad social intergeneracional se ha constituido en los primeros puestos del ranking del desarrollo de la sociología como disciplina.
Se plantean desde la introducción algunos de los desafíos importantes en la investigación, como es superar el triángulo OED: de origen y destino con el papel mediador de la educación, clásica relación que ocupa buena parte de los artículos de la obra. Otro gran problema planteado es el de las clases sociales, su definición, ámbito etc. Aquí se utiliza la clasificación en clases sociales agregadas a partir de la aportación de Ericsson y Goldthorpe y que puede llevar a una cierta confusión, como veremos. Las editoras finalmente agradecen el apoyo brindado a esta edición por parte de la Red INCASI (International Network for Comparative Analisys of Social Inequalities) que además albergó el seminario internacional “Movilidad social y desigualdad en tiempos de cambio”, coordinado por las mismas editoras y que sirvió para la discusión y avance como punto de partida de los capítulos de este libro, celebrado en la Universidad Autónoma de Barcelona el 19 de octubre de 2018. Veamos una síntesis de los temas tratados en los catorce capítulos.
El primer capítulo, de John Goldthorpe, es una reproducción del artículo publicado por el autor en 2014 y se centra en el rol de la educación en la movilidad social intergeneracional. Utiliza el concepto de desigualdad de oportunidades educativas dentro del triángulo OED. La teoría del capital humano incide en considerar a los trabajadores como actores racionales que buscan invertir en sí mismos: lo hacen siguiendo un cálculo similar al utilizado en la inversión en capital físico. El autor responde que no es así cómo funciona el mercado de trabajo, los trabajadores no venden su trabajo en el mercado en sentido directo, más bien a los trabajadores se les ofrece un empleo y al aceptarlo realizan un contrato con el empleador. La titulación educativa de un individuo es informativa acerca de su capacidad y disposición para adquirir conocimientos y habilidades, para mantener un esfuerzo y actuar de una manera disciplinada y cooperativa. Por lo tanto, desde esta perspectiva y a diferencia de lo que sería la teoría del capital humano, el logro educativo del individuo simplemente ayuda a los empleadores a identificar dichos atributos. El nivel de empleo disponible para un individuo dependerá no solo del nivel de educación y por tanto del capital humano, más bien será en relación con otros en la cola de trabajo o, en otras palabras, a su posición relativa en esa cola.
No está en discusión si la educación se relaciona con la productividad sino cómo lo hace. La conclusión de algunos estudios es que los hijos de padres profesionales y directivos que han obtenido un nivel educativo bajo claramente tienen mejores posibilidades de acceder a la clase de servicio que los hijos de clase trabajadora con calificaciones similares. Aquí habría que hacer una parada para explicar que es “clase de servicio”, un término utilizado por Goldthorpe y bastantes de los autores que le han seguido, pero que sorprende ya que es un término inadecuado en castellano, de difícil entendimiento ¿A qué se refiere Goldthorpe con clase de servicio? incluiría varias clases: la dirigente funcionarial, la directiva empresarial y la de profesionales de la economía de servicios. En la clase de servicio incluye desde grandes propietarios y directivos hasta administrativos y funcionarios. Cuando Goldthorpe presentó su conocida clasificación en siete clases sociales, que comentamos a continuación, no hay objeción posible, pero cuando popularizó una reducción simplificada en tres grandes agrupaciones de clases, “clases de servicio”, “clases intermedias” y “clases trabajadoras”, su clasificación es muy discutible. En este caso el problema estriba en definir qué es clase o clases de servicio que, como decíamos, incluye desde grandes propietarios y directivos hasta administrativos y funcionarios. Con lo cual, desde nuestro punto de vista, deja casi vacío de contenido a “clases intermedias”.
La clasificación en siete clases sociales la utilizan otros autores en los capítulos siguientes, es muy comprensible y sigue sirviendo de referencia en las investigaciones. Son: 1 profesionales y administradores, 2 trabajadores de oficina, 3 autoempleados, 4 agricultores, 5 trabajadores manuales cualificados, 6 trabajadores manuales semi y no cualificados y 7 trabajadores agrícolas. Estas siete clases basadas en la clasificación de Goldthorpe curiosamente no son las que en algunos casos utiliza él mismo, excluye la citada agrupación de “clases de servicios”, confusa y de difícil comprensión en castellano.
Considera Goldthorpe en las conclusiones que las tres teorías analizadas -la teoría de detección y señalización, la teoría de la competencia laboral y la teoría de las preferencias e incentivos- se desvían en cierto grado de la teoría del capital humano convencional. Concluye indicando que las repercusiones de la educación deben medirse en diferentes parámetros y variables, debe ser medida de diferentes maneras y debería de ser conceptualizada para que no se considere como un factor único. Se debe considerar en varios modos diferentes: como fuente de capital humano y por lo tanto de capacidad productiva real, como base para la detección y señalización del potencial productivo con un buen posicionamiento -que determina las posibilidades de los individuos en los procesos de competencia laboral- y como una agencia de socialización que otorga valores, normas y preferencias, más o menos apropiadas desde el punto de vista de un empleador para diferentes niveles de trabajo.
En el capítulo dos, Carlos Barone continúa con el debate anterior, analizando los cambios a lo largo del tiempo de las desigualdades socioeconómicas en el logro educativo, los problemas de las teorías de la modernización y de la reproducción social, centrándolo en la evolución de las Desigualdades de Oportunidades Educativas, los DOE.
Los niveles educativos más altos de las clases sociales altas conservan una fuerte ventaja competitiva. Las familias de clase alta reaccionan intensificando sus inversiones en niveles más altos cuando se produce la saturación de un nivel educativo. Se trata de la llamada desigualdad máxima mantenida, formulada por Raftery y Hout en 1993, que es una variante de la tesis de la desigualdad persistente. Mientras que las teorías de la modernización invocan mecanismos económicos y culturales que promueven la igualdad educativa en el contexto del proceso de modernización, las teorías de la reproducción social sostienen que las distancias económicas y culturales entre las clases sociales se mantienen en general estables.
Es de destacar la importancia de la igualación en la educación secundaria que tuvo lugar en los años 1950/60, en ese momento los diplomas de educación secundaria estaban lejos de ser universales y representaban el cambio de credenciales valiosas para promover la movilidad ascendente de las clases trabajadoras. En conclusión, las décadas de los 50 y los 60 fueron la edad de oro de la igualdad educativa, pero este hallazgo crucial solo se puede observar si este periodo se compara con el periodo anterior. Las previsiones optimistas de la teoría de la modernización parecen estar en desacuerdo con la evidencia empírica disponible para las cohortes más recientes. El escenario más plausible es que la reducción de las DOE de las décadas de la posguerra fue seguida de un estancamiento o un aumento de las DOE en las generaciones más jóvenes.
El capítulo tres, de Florencia Torche, examina críticamente la relación entre movilidad social e igualdad de oportunidades, distinguiendo los enfoques sociológicos de los económicos en la movilidad intergeneracional. Comienza el capítulo con una interesante introducción conceptual, muy didáctica. La movilidad internacional se mide a través de la asociación entre la posición socioeconómica de los padres y la de los hijos adultos. Una sociedad en que la asociación intergeneracional es débil indica que las oportunidades de tener éxito o fracaso socioeconómico son independientes de las ventajas de cuna. Al contrario, una asociación intergeneracional fuerte indica que nuestro bienestar económico depende sustancialmente de las ventajas de nuestros padres. La movilidad es un concepto agregado y relativo que caracteriza poblaciones, no individuos, en todas las sociedades. En ninguna sociedad existe movilidad o persistencia perfecta por lo que la evaluación de cada una requiere de la comparación con otras. El estudio de la movilidad es compartido por economistas y sociólogos, ambas disciplinas se concentran en la asociación entre posición socioeconómica de padres e hijos. La sociología se focaliza en la clase social y en el estatus ocupacional para medir dicha posición. La economía prefiere medidas económicas como ingreso y salario. De esta introducción conceptual se pasa a un capítulo en el que es imprescindible amplios conocimientos matemáticos y econométricos.
La correlación internacional entre desigualdad e inmovilidad de ingresos ha trascendido a la academia y se ha popularizado a través de la curva Great Gatsby (CGG). Según estos estudios el caso más notable sería el de Estados Unidos, donde ha habido un rápido aumento de la desigualdad desde 1980, pero que sin embargo la movilidad no parece haber declinado a consecuencia de la crisis de la creciente desigualdad. Lo único que queda claro es que los países más igualitarios y con políticas públicas más progresistas tienen tasas mayores de movilidad intergeneracional. Pero no está claro si esto es una asociación causal y si lo es cuál es la temporalidad y los mecanismos de estas sociedades.
Otros aspectos relacionados con la educación, es que los hijos de familias pobres que acceden a la universidad tienen en promedio valores más altos de habilidad o motivación que las personas con orígenes en familia ricas. Es bien conocido que los recursos económicos afectan a las dotaciones de las personas, de manera visible los niños que crecen en la pobreza están más expuestos a diversas formas de adversidad, como violencia, toxinas ambientales y contaminación, que pueden causar un daño severo en la salud y su desarrollo cognitivo. En conclusión, las iniciativas destinadas a promover la movilidad podrían no tener un efecto inmediato y requerirán tiempo medido en generaciones para rendir frutos. A veces la sociología, después de muchos análisis e investigaciones, concluye con lo evidente: la mejor política para promover oportunidades más igualitarias es reducir la brecha de recursos socioeconómicos entre las familias.
Olga Salido, en el capítulo 4, da un repaso a las polémicas generadas sobre el análisis de clase y la inclusión -diferenciada o no- de las mujeres en las investigaciones de la movilidad social. La movilidad femenina como objeto en el proyecto CASMIN abre una nueva época en la investigación comparativa a nivel internacional sobre movilidad social, dando paso a lo que podría considerarse como un nuevo paradigma de investigación -en el sentido de Thomas Kuhn. La autora denuncia la exclusión de las mujeres en los análisis sobre movilidad y que solamente en épocas recientes se han considerado las diferencias: el déficit en el conocimiento de las peculiaridades y características de la movilidad femenina es evidente, reforzando la sensación de invisibilidad de las mujeres y su marginalidad, en una de las áreas más dinámicas de la sociología empírica.
En la segunda parte del libro se analizan los mecanismos y procesos de la movilidad en las contribuciones internacionales, donde se estudian diferentes áreas regionales. El capítulo cinco, de Carlos Costa, examina los estudios de Europa, Latinoamérica y Asia. Concluye que el aumento de la fluidez a lo largo del tiempo parece ser predominante, pero los niveles de fluidez no varían según el nivel de industrialización, el nivel de desigualdad de ingresos o cualquier otra tendencia histórica. Esta conclusión es decepcionante porque se esperaba que la fluidez fuera constante después de cierto nivel de industrialización o que aumentara de acuerdo con el nivel de modernización de las naciones. Frente a estas evidencias, los sociólogos han estado proponiendo tres alternativas a los estudios comparativos. La primera es simplemente abandonar los análisis de movilidad de clase y volver a los modelos de logro de estatus o desarrollar estudios de movilidad de ingresos. La segunda es utilizar nuevas herramientas metodológicas para mejorar los estudios comparativos de movilidad de clase, en particular todas las asociaciones parciales del triángulo origen-educación-destino OED. Finalmente, una tercera alternativa para el estudio intergeneracional de movilidad es formular modelos que incluyan muchas variables diferentes de las posiciones de origen y destino. Este último enfoque es sin duda el más completo y el que podría dar las mejores respuestas a las cuestiones de movilidad social y al problema relacionado de la desigualdad de oportunidades.
Richard Breen, en el capítulo seis, se centra en seis países europeos: Alemania, Francia, Italia, España, Países Bajos y Suecia, comparando las tendencias de las cohortes nacidas entre 1915 y principios de los 70. Hay unas tendencias comunes en todos estos países, con la excepción de España donde ocurren más tarde, como ocurre con frecuencia en los análisis comparativos europeos. Lo común es que la movilidad ascendente dio paso en mayor medida a una movilidad descendente para aquellos nacidos a partir de 1950, algo bastante frecuente en Europa y que en España sucede después -aventuramos que en las generaciones nacidas a partir de los años 70/80.
Así, para los nacidos en la primera mitad del siglo pasado se acomodaría mejor la teoría de la modernización (en la media europea), mientras que la teoría de la reproducción se ajustaría más al comportamiento de las cohortes nacidas en la última parte del siglo XX.
En Estados Unidos y Reino Unido y menos en los países de la Europa continental, la movilidad social es una cuestión de cierta preocupación pública. Esta fue resumida por el presidente Barack Obama cuando decía en 2013: “el problema es que junto con el aumento de la desigualdad hemos visto niveles reducidos de movilidad ascendente en los últimos años. Un niño nacido en el 20% superior de la distribución de ingresos tiene alrededor de probabilidad de 2/3 de quedarse en o cerca de la cima. Un niño nacido en el 20% inferior tiene menos de una entre 20 posibilidades de llegar a la cima, es 10 veces más probable que se quede dónde está. De hecho las estadísticas muestran no solo que nuestros niveles de desigualdad de ingresos se ubican cerca de países como Jamaica y Argentina, sino que hoy en día es más difícil para un niño nacido en Estados Unidos mejorar su posición en la vida que para los niños en la mayoría de nuestros países aliados ricos”. Esta intervención del expresidente de Estados Unidos es más entendible y clara que muchos tratados académicos.
También podemos sacar otra conclusión: si un niño nacido en la escala inferior de la pirámide solo tiene una entre veinte posibilidades de subir a la escala superior, el análisis de la movilidad no se puede separar del de la desigualdad. En una sociedad donde por ejemplo las diferencias salariales dentro de una empresa son de una a tres, el alcanzar una movilidad ascendente es interesante pero no trascendente. Pero cuando, como ocurre en las grandes empresas norteamericanas, los directivos tienen salarios que multiplican más de 400 veces el salario de los empleados peor pagados de su empresa, entonces la movilidad sigue siendo importante pero solamente le va a servir a una ínfima minoría, la distribución injusta para la mayoría se va a mantener.
La conclusión a la que llega el autor es que existe un marcado contraste en las personas antes y después de los años 50. Entre los nacidos en el segundo cuarto del siglo XX las tasas de movilidad intergeneracional aumentaron, más personas llegaron a ocupar un lugar en la estructura de clases diferente al lugar en el que habían nacido, en particular las tasas de movilidad ascendente aumentaron. La expansión económica proporcionó un impulso único a la movilidad.
En el capítulo siete, Patricio Solís y Marcelo Boado realizan un estudio comparado sobre estratificación y movilidad de clase en América Latina que reúne análisis en seis países: Argentina, Brasil, Chile, México, Perú y Uruguay. Los autores encuentran altas tasas de movilización absoluta, similares incluso a las de los países europeos, algo sorprendente además de desafiante para las teorías clásicas.
En el capítulo ocho, Erzsébet Bukodi y John Goldthorpe defiende la necesidad de abordar el examen de la movilidad desde una perspectiva de clase, superando los intentos reduccionistas de igualarla a la movilidad de ingresos. La relación entre desigualdad y movilidad entre clases sociales es mucho más compleja y teóricamente más fundada que los análisis basados en lo que se ha dado en llamar la curva del Gran Gatsby. Se puede mostrar una relación directa de carácter inverso: la movilidad es más baja en las sociedades donde la desigualdad es mayor. Analizan la transición en diferentes países desde la órbita de la Unión Soviética, en que los regímenes han pasado de estar gobernados por partidos comunistas al capitalismo en sus diferentes versiones neoliberales. Según los autores estos regímenes alcanzaron un nivel de fluidez social más allá del límite que podríamos prever para las democracias liberales capitalistas, pero en los que la fluidez ahora está retrocediendo a un nivel por debajo del límite que tenían después de su transición a economías de mercado y a alguna forma de democracia. Los países de los que tenemos suficientes datos eran generalmente más fluidos que la gran mayoría de los de la Europa occidental, el estrecho control estatal sobre los sistemas educativos iba dirigido directamente a reducir las desigualdades sociales, hasta el punto en algunos casos de discriminación negativa contra niños de supuestos orígenes burgueses. Además, el aumento de los ingresos de los trabajadores manuales para igualar o incluso superar a los de los no manuales significaba que la movilidad era en cualquier caso un juego de bajo riesgo. Los incentivos para lograr la movilidad ascendente o para evitar la descendente se redujeron por igual.
Analizando la movilidad en términos de clase social se puede obtener una comprensión más completa, aunque más compleja, de la relación de la movilidad con la desigualdad. Finalmente indican que, si bien la relación entre desigualdad y movilidad se puede considerar en general una relación inversa, la forma en que esta relación realmente funciona no puede captarse de manera lineal y unidimensional. Se trata de un proceso complejo y diferenciado, cuya comprensión exige una atención especial a los aspectos específicos de determinados países y a las trayectorias que han seguido sus historias económicas y políticas.
En el capítulo nueve, Ettore Recchi e Irina Ciornei analizan los efectos de la inmigración, el factor de la población extranjera en la movilidad social. Estos debates sobre la migración fueron un factor clave del cambio social en las sociedades desarrolladas en la era de la posguerra. Analizan diferentes teorías sobre el tema, comenzando con el modelo de sucesión, en el que se considera que los recién llegados borran a una sociedad en la parte inferior de la jerarquía ocupacional y aumentan el número de trabajadores potenciales de bajo estatus. Para esta teoría esto libera a los nativos de los trabajos menos atractivos y por tanto los empuja hacia arriba en la escalera social.
Analizan en una serie de países europeos, la mayoría de los países de la Unión Europea -la UE de los 15-, con gran aparato estadístico y los resultados de estos análisis pormenorizados les llevan a las siguientes conclusiones. El riesgo de movilidad descendente es significativamente mayor entre los inmigrantes que entre los nacionales. Los ciudadanos de los estados miembros de la UE15 reproducen su estatus social cuando emigran a otros países de la propia Unión Europea. A partir de los datos analizados concluyen que se refutan dos interpretaciones confrontadas: la de la inmigración como una amenaza y la de como una bendición para la movilidad social intergeneracional de los nativos europeos.
También se resalta la divergencia entre las múltiples categorías de migrantes, en particular los migrantes dentro de la Unión Europea 15 en comparación con los migrantes de Europa Central y del Este, y con los ciudadanos de terceros países. Este último grupo experimenta una movilidad descendente de primera mano cuando migra y no recibe ningún impulso de movilidad social, lo que de hecho es el caso de los ciudadanos de la UE 15 que viven fuera de su país de origen. Finalmente recomiendan la realización de nuevos estudios adoptando simultáneamente una variedad de indicadores del estatus socioeconómico, incluidas medidas relativas a la duración de las experiencias de la migración. Y en última instancia con una clasificación más precisa de los migrantes, ya que son una mezcla de individuos que disfrutan de derechos muy diferentes y experimentan trayectorias de vida marcadamente diversas.
La teoría del modelo de sucesión es, desde mi punto de vista, analizada débilmente, ya que se simplifica en exceso el proceso. A los trabajadores nativos les empujan los recién llegados hacia arriba o, también, hacia abajo, hacia el paro o entrando en competencia con los grupos sociales con menos ingresos salariales. El aumento de mano de obra dispuesta a trabajar por menos salario empuja los ingresos de la población nativa menos cualificada hacia abajo, hacia cobrar menos, hacia el precariado. Este argumento, utilizado machaconamente por los partidos ultraderechistas y xenófobos, no es considerado por los autores.
En el capítulo 10, Louis-André Vallet, investigando la expansión educativa y la democratización del acceso, analiza si son factores determinantes del crecimiento de la fluidez social en Francia. Sorprende como en Francia ya en 1904 se introdujo un instrumento analítico muy concreto para examinar la evolución de las desigualdades de oportunidades: la pregunta al encuestado sobre cuál era la situación laboral de su padre o tutor en el momento en que él dejó de asistir a la escuela o a la universidad. Regularmente desde 1953 se han recopilado los datos. Las conclusiones son que en Francia desde mediados del siglo XX la movilidad social ha aumentado considerablemente. Durante el mismo periodo la desigualdad de oportunidades ha experimentado una erosión continua y muy lenta, así la fluidez social ha aumentado ligeramente. Desde las generaciones nacidas en las primeras décadas del siglo XX el crecimiento de la escolarización ha sido fuerte y el nivel general de educación ha aumentado significativamente, pero el sistema educativo de alguna forma se ha masificado. La desigualdad de oportunidades educativas se ha reducido un poco y de una forma irregular, y se ha parado o casi parado en otros momentos. Concluye con la paradoja -bastante discutible- de que se creía que el aumento general de las tasas de acceso a los diferentes niveles educativos constituía un inicio de la democratización de la escuela, mientras que en realidad era solo el signo más tangible de su masificación.
En el capítulo 11, Michael Hout indica que son justamente aquellos que más se beneficiarían del acceso a la universidad -los estudiantes de origen más desfavorecidos- quienes menos lo consiguen. O quizá también quienes menos lo intentan, ya que no está entre sus aspiraciones, que se corresponden sobre todo con las de su entorno familiar y social.
Los resultados sugieren que ir a la universidad y persistir hasta la graduación son las opciones correctas para los individuos y que expandir las universidades beneficia a la sociedad, pero los investigadores ni siquiera pueden valorar si sus resultados descriptivos son demasiado altos o demasiado bajos sin información adicional. Por ahora el enfoque correcto de la inferencia causal con respecto a la movilidad social está lejos de ser una ciencia establecida, faltan estudios.
Algunas familias toman la educación universitaria como algo incuestionable, ni siquiera se entretienen en cálculos, los jóvenes de estas familias van a la universidad y punto. Sin embargo otras familias se sienten alejadas de la universidad y tampoco hacen ningún cálculo, los jóvenes de su familia simplemente no persiguen ir. Las familias toman la educación de los padres como punto de partida para decidir cuanta educación debe seguir la próxima generación. La selección negativa es sustancial. Separar los procesos causales que operan a través de la educación de los procesos de selección que producen logros educativos requiere un trabajo adicional que está por hacer. Los enormes esfuerzos invertidos en la selección de los candidatos correctos para la admisión a la universidad deben centrarse en un tipo diferente de estudiante, dejar de perseguir a los mejores estudiantes, dejar de ser tan selectivos, extender la oportunidad a los estudiantes marginales. La educación universitaria debería ser más inclusiva.
La tercera y última parte del libro está dedicada a contribuciones empíricas del caso español. En el capítulo 12 Julio Carabaña estudia el famoso tema de si se estropeó el ascensor social. Trata de dar respuesta a la siguiente cuestión: cómo han cambiado, si es que lo han hecho, las pautas de movilidad de las diversas clases sociales durante el último ciclo económico, refiriéndose al tiempo transcurrido entre las dos últimas crisis económicas, más precisamente entre 1991 y 2008 (como sabemos ya no es el periodo de la última crisis, ya que se obvia la de 2020, fruto de la pandemia).
Las conclusiones de Carabaña se centran en indicar que, viendo todas las clases de origen de los que antes de 1991 tenían 10 destinos obreros, el 25 % llegaron después a ocupaciones de la clase no manual alta. Es decir, el 25% llegaron a ser profesionales, directivos o técnicos. Si recurrimos a la metáfora del ascensor social, se puede decir que lejos de frenarse se ha acelerado hacia arriba. Todas las pautas de movilidad han mejorado, excepto la de los profesionales altos, con lo cual se han hecho más iguales. En general estos resultados son muy similares a los obtenidos en otros estudios en Francia y el Reino Unido, donde también mejoran las pautas de movilidad particular en estos años. Y se han mejorado más para las mujeres y las de las clases más bajas. Termina el capítulo indicando que las diferencias entre hombres y mujeres en las preferencias diferenciales necesitan investigaciones futuras que profundicen en los datos.
En el capítulo 13, Sandra Facheli, Pedro López-Roldán e Ildefonso Marqués analizan la relación entre educación y movilidad social en España. Indican que se ha demostrado, tanto a nivel teórico como empírico, que un aumento de la igualdad educativa no tiene por qué provocar una reducción en el impacto del origen sobre el destino de los hijos. Ahora bien, estudiando las diferenciaciones entre hombres y mujeres los autores constatan que entre 1931 y 1981 pasamos de una situación inicial donde los padres definen la clase social de los hogares 22 veces más que las madres, a una situación en que los padres la definen cinco veces más que las madres, cambio que se muestra sobre todo a partir de 1961.
En general se corrobora que para ambos sexos a medida que aumenta el nivel educativo disminuye la asociación entre origen y destinos. El motor de la movilidad social es la expansión educativa, de tal forma que se consolida una generalización empírica a nivel mundial que necesariamente nos tiene que enfrentar críticamente a concepciones que ponen como un problema el aumento del nivel educativo, asociándolo por ejemplo al debilitamiento de las credenciales educativas o a la mal llamada “sobreeducación”. Aquí debemos reenfocar el tema y desplazar el eje de la discusión, posicionando el problema de la subocupación del lado de la demanda y no desde la oferta, más aún si una elevada oferta universitaria genera una mayor demanda cualificada, a través de la creación de empresas, el consumo de bienes culturales, etc.
La movilidad social es un proceso muy complejo donde muchas veces interactúan fuerzas de sentido contrario. La movilidad absoluta, auténtico motor impulsor de expectativas y fuente de estabilidad social, parece haberse detenido o, al menos, ralentizado en las sociedades avanzadas. De ahí que nunca haya sido más urgente preocuparse por la movilidad relativa. Si los puestos cualificados que genera nuestra economía no son suficientes para emplear a todas las personas que tienen un nivel educativo alto, al menos tenemos que asegurarnos que el origen social no influya en su reparto. Sin embargo no es esta la tarea de la sociología, sino de la política.
Finalmente, el capítulo 14, de Fabrizio Bernardi y Carlos Gil-Hernández, dedicado a la brecha de clase en España, microclases y mecanismos, aborda el efecto directo del origen social sobre el destino entre individuos con el mismo nivel educativo. Los autores muestran como el origen social sigue resultando relevante para la transmisión intergeneracional de estatus, cuestionando el rol de la educación como el gran igualador de oportunidades. La educación no sería suficiente para garantizar la igualdad de oportunidades.
Nuestra sociedad sería meritocrática si, por ejemplo, dos personas que han alcanzado el mismo título educativo de orígenes familiares dispares, una de familia pobre otra de familia rica para simplificar, consiguieran un empleo y sueldo similar. Sabemos que existen otros mecanismos o canales por los que las familias con más recursos económicos, sociales y culturales transmiten ventajas a sus hijos, de generación en generación. Tienen mayores ventajas en el mercado de trabajo en comparación con personas igualmente cualificadas de orígenes menos favorecidos.
Al igual que se habla de una brecha de género se debe considerar una brecha de clase. Su estudio llega a la conclusión de que la educación, a pesar de ser el factor más importante para la movilidad social y el logro socioeconómico, no es suficiente para igualar las posibilidades de éxito en el mercado laboral español.
Crítica completa de Tomás Alberich, artículo publicado en la Revista SISTEMA (nº 263, enero 2022) https://fundacionsistema.com/revista-sistema/