Revista Cultura y Ocio

Rechazando a McKeihan, de El calvo del Sonora

Publicado el 11 noviembre 2009 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
En mi libro de poemas El calvo del Sonora tengo un poema acerca del profesor de matemáticas del que hablaba en la entrada anterior sobre Borges. Me ha apetecido colgar ese poema aquí como homenaje y complemento a esa entrada.
Al no tener ninguna foto relacionada directamente con el poema, como una broma particular o un símbolo del absurdo de todo esfuerzo, o incluso de la interrelación de cualquier cosa con cualquier otra de un modo caótico, sitúo aquí la instantánea del vehículo que me encontré aparcado a la puerta de mi casa el sábado por la noche. Regresaba de una boda en la que se casaba uno de mis amigos del instituto que también recibió clases de matemáticas del profesor del poema y tuvo que leer obligado los mismos tres cuentos de Borges que yo. (Podría colocar aquí una foto de la boda, mi amigo en traje de pingüino y yo en el traje de las bodas, casi veinte años después de las clases de mate en las que leíamos a Borges, pero él tiene mucho celo de la privacidad de su imagen en la red.)
Así que aquí va el vehículo aparcado en la puerta de mi casa y el poema:
RECHAZANDO A McKEIHAN
Les urgía encontrar a otro profesor
de matemáticas cuando el nuevo nos dejó
a las dos semanas de empezar el curso,
con apresuramiento contrataron a McKeihan.
Alguien le colocó el mote alegando su parecido
con un vaquero de película o serie televisiva:
recién licenciado en Físicas, veinticinco años,
de negro incluso su reloj, despeinado flequillo
rubio, acento sevillano bajo una nariz torcida
y un vocabulario bastante similar al nuestro:
Paso un kilo de explicar para que nadie atienda.
Empezaría pronto a llegar tarde a las clases
que no preparaba, a veces ojeroso y cansado,
se durmió vigilando más de un examen.
En la lección de límites no acabábamos
de comprender qué era el infinito, y McKeihan
nos fotocopió tres cuentos de Borges –aún
recuerdo los títulos-: El jardín de los senderos
que se bifurcar, El Aleph
y El libro de arena.
Y aunque, tras devolvernos los comentarios,
McKeihan se acercó a mi mesa y me dijo:
tú has sido el único que ha comprendido qué es
el infinito
(C.A., mi compañero de pupitre,
me acusó sin razón de haber sido ayudado
por mi padre), y aunque, ya en el pasillo,
me propuso dejarme más cuentos de Borges,
yo, que leía ciencia-ficción y terror
y descreía de los autores que se estudiaban
en las aulas -aburridos tipos que no me decían
nada, leer era mi territorio de descubrimiento
personal- y a pesar, incluso, de que me habían
gustado aquellos cuentos del raro argentino,
no pude superar el temor a las lecturas
que partían del colegio y sus profesores,
y le dije: no, gracias, tengo mucho que estudiar,
con una sonrisa de cauta desconfianza.
Pasaron años antes de que me percatase del error
que supuso rechazar a Borges en segundo de BUP,
y más aún rechazar a aquel profesor que no estaría
en el colegio al curso siguiente, me han dado
una beca para Harvard
, dijo y le creímos -ahora
sé que simplemente le despidieron-, rechazar
a McKeihan con el que no aprendimos matemáticas,
pero nos trasmitía la intuición de otra vida posible,
ajena a la del resto de profesores, y al que a veces
-como nos contó en alguna de sus clases singulares-
le costaba dormirse pensado en los raros límites,
en las paradojas, del tiempo, el infinito y el espacio.

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