Revista Cultura y Ocio
El frío de vivir
Siempre estuve encañonado por la vida, siempre estuve a punto de que me matara. En cuál puerto, en cuál calle, en cuál esquina me encañonó la vida que ya no recuerdo el día ni la causa. ¿Quién es esa que viene contigo?, preguntaban en el café los amigos, y yo hacía un mohín de poeta. Nadie, respondía, pero la vida se sentaba junto a nosotros con la inoportuna tranquilidad de una mujer fea. Hablábamos de literatura, hablábamos sin prestarle atención a la intrusa. Qué fúnebres parecíamos. Sin embargo, cuando en la noche regresaba a mi cuartucho, me acostaba con la vida, en una página blanquísima me acostaba con la vida; la penetraba con fruición como penetra el pensamiento un difícil concepto. Me quedaba horas adentro de la vida, ceñido por sus brazos y sus piernas, atenazado por su carne gozosa. Solo así olvidaba su amenaza. En la mañana la vida ordenaba: Levántate y ve a trabajar. Y yo fingía quedarme dormido, porque trabajar cansa, me aseguró un conocido, porque preferiría estar muerto antes que ir a trabajar. Entonces ella volvía a poner el frío de su arma en mi espalda para enseñarme que no estaba jugando.
© Sergio García Zamora, De El frío de vivir, Visor, 2017